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JAZMÍN para controlar a los TUNECINOS

Mientras los medios occidentales celebran la «Jasmine Revolution», el plan yanqui tendente a detener la cólera del pueblo tunecino y a conservar esa discreta base de retaguardia de la CIA y la OTAN que es Túnez, es descrito por Thierry Meyssan. Para éste, el fenómeno insurreccional no ha terminado y la verdadera revolución, que tanto temen los occidentales, puede estar a punto de empezar.
 
A las grandes potencias no les agradan los acontecimientos que no pueden controlar y que estorban sus planes. Los que han venido conmocionando desde hace un mes Túnez no son ajenos a esa regla. Al con­trario.

Resulta entonces bastante sorprendente que los grandes me­dios inter­nacio­nales de difusión, aliados fieles del sistema de dominación mundial, se entusiasmen de pronto por la «re­vo­lución de jazmín» y que publiquen investigaciones y reportajes sobre la fortuna de la familia política de Ben Ali, a la que an­teriormente no prestaban atención alguna a pesar de su tren de vida escandaloso.

Lo que sucede es que los occidentales están tratando de re­cuperar terreno en una situación que se les fue de las manos y en la que ahora quieren insertarse describiéndola según sus propios deseos.

Ante todo, es importante recordar que el régimen de Zinel’ Abidín Ben Ali gozaba del apoyo de Estados Unidos y de Israel, de Francia y de Italia. Considerado por Washington como un Estado de importancia menor, Túnez estaba siendo más utili­zado en materia de seguridad que en el plano económico.

En 1987, un golpe de Estado derrocó al presidente Habib Bur­guiba para favorecer a su ministro del Interior, Zinel’Abidín Ben Alí. Éste es un agente de la CIA entrenado en la «Senior Intelligence School» de Fort Holabird. Según informaciones re­cientes, Italia y Argelia parecen haber estado vin­culadas a la toma del poder por Ben Alí [1].

Desde su llegada misma al Palacio de la República, Ben Ali es­ta­blece una Comisión Militar Conjunta con el Pentágono que se reuniría cada año en mayo. Ben Ali no confía en el ejército, lo mantiene marginado y no le pro­porciona suficiente equipa­miento, con excepción del Grupo de Fuerzas Especiales que se entrena con los militares estadounidenses y que par­ticipa en el dispositivo «antiterrorista» regional.

Los puertos de Bizerta, Sfax, Susa y Túnez se ven abiertos a los barcos de la O.T.A.N. y, en 2004, la República de Túnez se in­serta en el «Dialogo medite­rráneo» de la alianza atlántica.

Al no abrigar con Túnez expectativas especiales en el plano económico, Washington permite que los miembros de la fami­lia Trabelsi-Ben Ali exploten a fondo el país. Cualquier em­pre­sa tu­necina que se desarrolle con éxito tiene que cederles el 50% de su capital y los dividendos correspondientes a esa tajada al clan de los Trabelsi-Ben Alí. Pero las cosas se ponen feas en 2009, cuando la familia que controla el país pasa de la gloto­nería a la avaricia y trata de chantajear también a los empresarios estadounidenses.

Por su lado, el Departamento de Estado prevé la inevitable de­saparición del presidente. El dictador ha eliminado a todos sus rivales internos y externos al régimen y no tiene sucesor. Se impone entonces buscarle un sustituto en caso que fallez­ca. EE.UU. recluta a unas sesenta personalidades capa­ces de de­sempeñar un papel político después de Ben Ali. Cada una de esas personas recibe un curso de tres meses en Fort Bragg y posteriormente se le asigna un salario mensual [2]. Y pasa el tiempo…

Aunque el presidente Ben Ali mantiene la retórica antisionista en vigor en el mundo musulmán, Túnez ofrece diversas faci­lidades a la colonia sionista de Palestina. Se autoriza a los is­raelíes descendientes de tunecinos a via­jar a Túnez y a co­mer­ciar en ese país. Incluso se invita a Ariel Sharon a vi­si­tar Túnez.

 
La revuelta

El 17 de diciembre de 2010, la inmolación voluntaria de un vendedor ambu­lante, Mohamed Buazizi, quien se prendió fuego porque la policía le había con­fiscado su carreta y sus productos, da paso a los primeros disturbios. La po­blación de Sidi Buzid se identifica con aquel drama personal y se su­bleva.

Los enfrentamientos se extienden a varias regiones y, poste­rior­mente, alcanzan la capital tunecina. El sindicato UGTT y un colectivo de abogados organizan manifestaciones, sellando así –sin hacerlo a propósito– la alianza entre las clases populares y la burguesía alrededor de una organización estruc­turada.

El 28 de diciembre, el presidente Ben Ali trata de recuperar el control de la situación. Visita al joven Mohamed Buazizi en el hospital y se dirige esa misma noche a la nación. Pero su dis­curso televisivo expresa su ceguera. Ben Alí acusa a los ma­nifestantes como extremistas y agitadores a sueldo, y anuncia una represión feroz. Esa intervención en los últimos días del año 2010, lejos de tranquilizar las cosas, convierte la revuelta popular en in­surrección. El pueblo tunecino ya no denuncia sola­mente la injusticia social sino el poder político.

En Washington se dan cuenta de que «nuestro agente Ben Ali» ha perdido el control de la situación. En el Consejo de Se­gu­ridad Nacional, Jeffrey Feltman [3] y Colin Kahl [4] con­sideran que es hora de deshacerse del dictador ya desgastado y de organizar la sucesión antes de que la insurrección se convierta en una verdadera revolución, o sea antes de que ponga en tela de juicio el sistema.

Se decide entonces movilizar a los medios de difusión, en Tú­nez y en el mundo, para limitar la insurrección. Se trata de dirigir la atención de los tunecinos hacia los problemas so­cia­les, la corrupción de la familia Trabelsi y la censura de prensa. Todo con tal de evitar el debate sobre las razones que lle­varon a Washington a poner a Ben Ali en el poder hace 23 años y a protegerlo mientras la familia de su esposa se apode­raba de la economía na­cional.

El 30 de diciembre, el canal privado Nessma TV desafía al ré­gimen con la trans­misión de reportajes sobre los disturbios y organizando un debate so­bre la necesaria transición de­mo­crática. Nessma TV es propiedad del grupo italo-tunecino de Taraq Ben Ammar y Silvio Berlusconi. Los indecisos captan de inmediato el mensaje: el régimen se tambalea.

Simultáneamente, expertos estadounidenses, así como ser­bios y alemanes, son enviados a Túnez para canalizar la in­surrección. Son estos expertos quie­nes, manipulando las emo­ciones colectivas, tratan de imponer consignas en las ma­ni­festaciones. Siguiendo la técnica de las supuestas «revolu­ciones» de colores, elaborada por el «Albert Einstein Ins­ti­tution» de Gene Sharp [5], estos expertos dirigen la aten­ción hacia la figura del dic­tador para así evitar cualquier debate sobre el futuro político del país. Aparece así la con­signa «¡Ben Ali, lárgate!» [6].

Bajo la denominación «Anonymous», el ciberescuadrón de la CIA –ya utilizado anteriormente contra Zimbabwe e Irán– «hackea» varios sitios web oficiales tunecinos e introduce en ellos un mensaje de amenaza en inglés.

 
La insurrección

Los tunecinos siguen desafiando al régimen de forma espon­tánea, lanzándose masivamente a las calles y quemando cuar­teles de policía y establecimientos perte­necientes a la familia de Ben Ali. Algunos lo pagarán incluso con su sangre. Deso­rientado y patético, el dictador sigue sin enten­der lo que está sucediendo. El 13 de enero, Ben Ali ordena al ejército disparar contra la multitud, pero el jefe del Estado Mayor de las fuerzas terrestres se niega a hacerlo. El general Rachid Ammar, ya en contacto con el general William Ward, comandante del Afri Com, anuncia, en per­sona, al presidente Ben Ali que Wa­shing­ton le ordena que abandone el poder y huya.

En Francia, el gobierno del presidente Sarkozy no ha si­do ad­vertido de la decisión yanqui y no ha analizado los diferen­tes cambios de casaca. La ministra de Relaciones Exteriores, Michele Alliot-Marie, se propone salvar a su dictador protegido enviándole consejeros en materia de orden público y equi­pamiento para que pueda mantenerse en el poder mediante procedimientos más limpios [7]. El viernes 14 se fleta un avión de carga. Cuando terminan en París los trámites de aduana, ya es demasiado tarde. El envío de ayuda ya no es necesario. Ben Ali ha huido a Cerdeña.

En Washington y Tel Aviv, en París y en Roma, sus antiguos amigos-padrinos le niegan el asilo. Al final, Ben Alí va a parar a Riyad (capital de Arabia Saudita), no sin haberse llevado consigo una tonelada y media de oro robado del Tesoro pú­blico tune­cino.

 
Jazmín para calmar a los tunecinos

Los consejeros norteamericanos en materia de comunicación-manipulación estratégica tratan entonces de dar el juego por terminado, mientras que el primer ministro saliente forma un gobierno de continuidad. Es en ese momento que las agencias de prensa lanzan la denominación de «Jasmine Revolution», ¡en inglés, por supuesto!. Las agencias occidentales afirman que los tunecinos acaban de realizar su propia «revolución de color». Se instaura un gobierno de unión nacional y todo el mundo contento.

La expresión «Jasmine Revolution» deja un sabor amargo a los tunecinos más viejos: es precisamente la que utilizó la CIA durante el golpe de Estado de 1987 que puso a Ben Ali en el poder.

La prensa occidental –sobre la cual el Imperio ejerce ahora más control que sobre la tunecina– descubre ahora la fortuna mal habida de la familia Trabelsi-Ben Ali, que hasta en­ton­ces había ignorado. Pero la prensa occiden­tal sigue olvi­dán­dose, sin embargo, del visto bueno que el director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, le había dado a los funcionarios del régimen pocos meses después de los motines que protagonizó la población hambrienta en el sur[8], en no­viembre de 2008: «Túnez es un modelo de nación emer­gente».

También la prensa occidental sigue olvidándose del último informe de «Transparency International» que afirmaba que en Túnez ha­bía menos corrupción que en varios Estados de la Unión Europea, como Italia, Rumania y Grecia [9].

Mientras tanto, se desvanecen los grupos armados del ré­gimen, que habían sembrado el terror entre los civiles durante los disturbios y los llevaron incluso a organizarse en comités de autodefensa.

Los tunecinos, a quienes se creía despolitizados y manejables al cabo de tantos años de dictadura, resultan sin embargo muy maduros. Rápidamente se dan cuenta de que el gobierno de Mohammed Gannuchi no es otra cosa que «benalismo sin Ben Ali». Con algunos cambios de fachada, los caciques del partido único (RCD) conservan los ministerios más importan­tes. Los sindicalistas de la UGTT se niegan a sumarse a la maniobra estado­unidense y renuncian a los puestos que les habían sido otorgados.

Además de los inamovibles miembros de la Reagrupación Constitucional Democrática, se mantienen los dispositivos me­diáticos y varios agentes de la CIA, a saber:

- Por obra y gracia del productor Taraq Ben Ammar (el gran jefe de Nessma TV socio de Berlusconi), la realizadora Mufida Tlati se convierte en ministra de Cultura.

- Menos implicado en el negocio del espectáculo, pero más significativo, Ahmed Nejib Chebbi, socialdemócrata ex-mar­xista del PDS, peón de la «Na­tional Endowment for Demo­cracy» (NED), se convierte en ministro de Desa­rrollo Re­gional

- y el oscuro Slim Amanú, un bloguero conocedor de los mé­todos del «Albert Einstein Institute», se transforma en mi­nistro de Juventud y Deportes a nombre del fantasmagórico «Partido Pirata», vinculado al autoproclamado grupo «Anony­mous».

Por supuesto, la embajada de Estados Unidos no solicitó al Partido Comunista que se integrara en el llamado «gobierno de unión nacional». Por el contrario, lo que hicieron fue traer de Londres, donde había obtenido el asilo político, al líder his­tórico del Partido del Renacimiento (Ennahda), Rached Gan­nuchi.

Se trata de un islamista ex salafista que predica la com­pa­tibilidad entre el Islam y la democracia y que viene pre­pa­rando desde hace tiempo un acercamiento al Partido De­­crata Progresista de su amigo Ahmed Nejib Chebbi, el social­demócrata ex marxista. En caso de que fracase el «go­bierno de unión nacional», este dúo pudiera representar una solución alternativa.

Los tunecinos se sublevan nuevamente, y amplían por su pro­pia cuenta la consigna que se les había inculcado: «¡RCD, lárgate!». En comunas y empresas, ellos mismos expulsan a los colaboradores del régimen derrocado. ¿Hacia la revo­lu­ción?

Contrariamente a lo que ha dicho la prensa occidental, la insurrección no ha terminado aún y la revolución to­davía no ha comenzado. Es importante señalar que Wa­shington no ha canalizado nada, exceptuando a los pe­rio­distas occidentales. Ahora más que en diciembre, la situa­ción está fuera de control.

Thierry Meyssan

Voltairenet.org

Sacado de Rebelión.org

 


[1] Declaraciones del almirante Fulvio Martini, quien era por entonces jefe de los servicios secretos italianos (SISMI).

[2] Testimonio directo recogido por el autor.

[3] Asistente de la secretaria de Estado para cuestiones del Medio Oriente.

[4] Asistente adjunto del secretario de Defensa para el Medio Oriente.

[5] «La Albert Einstein Institution: no violencia según la CIA», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de junio de 2007.

[6] «La technique du coup d’État coloré» en francés (La técnica del golpe de Estado), por John Laughland, Réseau Voltaire, 4 de enero de 2010.

[7] «Proposition française de soutenir la répression en Tunisie», por Michelle Alliot-Marie, Réseau Voltaire, 12 de enero de 2011.

[8] Video.

[9] «Corruption perception index 2010», Transparency International.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article168231.html

 

 

4 comentarios

Fustigador -

Han cambiado los métodos, pero no los fines.
Antes, cuando había censura, con Zinel'Abidín Ben Alí en el poder, la prensa tunecina se dedicaba a ocultar la información de lo que pasaba.
Ahora, esa misma prensa se dedica a propagar falsas noticias de asaltos e incendios de colegios y sinagogas.
Antes, con la dictadura, la censura.
Ahora, con la democracia, la intoxicacion.

Crónica de la semana -

que provocó la caída de Ben Alí

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=121242

Tensión en la Qasba -

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=121181

Fustigador -

Este artículo de Meyssan centra los acontecimientos de Túnez, desenmascarando tanto a los admiradores occidentales de la «Jasmine Revolution» (que aspiran a una transición a una democracia tutelada-colonizada por Occidente) como a los profesionales «megarrevolucionarios» de la extrema izquierda o del nacionalismo europeo (otra de las tapaderas de la ultraderecha) que dicen que es imposible una revolución en un país árabe si no tiene el visto bueno de los pueblos evolucionados o superiores.

Cada vez que se inician movimientos o estallidos sociales, los agentes públicos y privados del sistema democapitalista tratan de reconducir, controlar, «calmar» esos estallidos.
Es lo que, sin duda, los agentes del sistema han tratado de hacer en Túnez estos días.
Pero cuando los estallidos sociales rompen las trampas «calmantes» y «reconductoras» del sistema y desembocan en procesos de transformación político-social, es muy complicado pararlos.

En Túnez hemos tenido cuatro fases:

-I Fase: La Revuelta:
Desde el 18 de Diciembre hasta el 28 del mismo mes. Es una revuelta social, tras la empatía e indignación de gentes del campo con el drama de Mohamed Buazizi. Hasta el 28 de Diciembre la prensa occidental permanece callada (como ha estado siempre. Sólo se han referido últimamente a Túnez de pasada por las filtraciones de Wikileaks) y el gobierno yanqui (y por supuesto el sionista, el italiano, el francés y el español) confían en que el tirano intermediario de Occidente en el antiguo reino de los Ziríes acabe controlando la situación.

- II Fase: Hacia la Insurrección:
Últimos días del año, cuando Ben Alí, tras visitar al convaleciente Mohamed Buazizi, aparece en televisión, el 28 de Diciembre, en plan Pérez Rubalcaba o Ramón Luis Valcárcel, acusando a los que protestan de extremistas violentos y de lanzar contra ellos un paquete encima "que se van a enterar".

Como Túnez no es España (aquí el individualismo ha hecho estragos y estamos aborregados con la tele) esa intervención, en vez de acorbadar a unos, y motivar la adhesión al régimen de otros, enfurece más a la gente dispuesta a movilizarse.
Es entonces cuando los yanquis se dan cuenta que Ben Alí ya no les sirve (aprovechan además lo de Wikileaks). Tratan entonces de limitar la revuelta social que ha pasado a insurrección política: el objetivo debe ser tan sólo Ben Alí y las empresas del clan de la Regenta, Laila Trabelsi, con el que los yanquis quieren ajustar cuentas por demasiado avariciosos. Es la típica represalia del gran capo contra un capo que quiere coger un trozo de la tarta más grande de lo debido.

Así los yanquis mandan movilizar a los medios de manipulación internacionales y nacionales: el 30 de Diciembre la televisión de Ben Ammar y Berlusconi reporta sobre los disturbios y debate sobre la «transición a la democracia».
Supone el aviso para la masa de cobardes tibios e indecisos: el régimen se tambalea.

III Fase: la Insurrección:
Claramente política, hasta el 14 de enero: actúan los agentes occidentales tratando de reconducir las manifestaciones y ataques contra cuartelillos y negocios de los Trabelsi.
«¡Ben Alí, Lárgate!»
«¡Ben Alí, Lárgate!»
«¡Ben Alí, Lárgate!»
Que la gente se centre en la figura del odiado dictador y su aún más odiada familia de su esposa Laila, escondiendo el hecho que es el dictador colocado por EEUU, Italia, el FLN de Argelia y Francia. Y que con él ha estado un régimen, colaboradores y servidores.

El jueves 13 de enero Ben Alí ordena al ejército que dispare contra la multitud. El ejército le dice que no son tan estúpidos como los perros del FdJ y España 2000, y que va a ser que no. Y el presidente tiene que aparecer en televisión anunciando que despide a sus malos consejeros y ministros (los culpables de todo) y que se va... en 2014.

A todo esto Sarkozy no se ha enterado (y Zapatero menos) que los EEUU ya considera «quemado» a Ben Alí y ha decidido su relevo por un cargo del régimen. La ministra de exteriores gabacha prepara el envío de asesores policiales y equipos para salvar a Ben Alí. La Trini de España... mejor ni la mentemos.
Pues para Sarkozy y compañía Ben Alí sigue siendo el cerrojo ante las tinieblas, la muralla ante los bárbaros, el defensor del Occidente ante coco que amenaza su estilo de vida liberal-consumista-conservador-progresista, su «civilización» judeo-cristiana laica, y su etnodemocracia grecorromana-germánicocelta-eslava: el «extremismo islámico».

Pero el 15 se mantiene la Insurrección:
¿Que se va en 2014? De eso nada:
«¡Ben Alí, Lárgate PERO CAGANDO LECHES, YA!»
Y el general Ammar le dice a Ben Alí que su gran patrón (por encima de Sarkozy) le ha despedido. Ammar le dice, «presidente-lacayo» de esta república datilera al servicio de la UE, EEUU y el ente sionista, aquí tienes el finiquito.

Esto coge a contrapié a Berlusconi, Sarkozy y Pérez Rubalcaba (Zapatero reina pero ya no gobierna), que siguen hablando de «volver a la normalidad» mientras Obama felicita la «nueva insurrección del Té» en Túnez. Sus hasta horas antes padrinos amigos Berlusconi y Sarkozy le niegan asilo.

IV Fase: la prolongación de la Insurrección (¿Hacia la revolución?) frente a la «Jasmine Revolution»:

Hasta ahora parece que los agentes del Sistema pueden hacerse con el control y reconducir la insurrección.
El régimen se renueva. La «transición a la democracia» proyectada por EEUU está en marcha. El «Adolfo Suárez» de turno será o bien el primer ministro Mohammed Gannuchi o el presidente del parlamento Fued Embazaa.

Pero esos moros tunecinos no son tan tontos como imaginan los judeo-arios atlánticos, demócratas o nacionales, liberal-conservadores o liberal-progresistas, que muchas veces se creen sus propias memeces supremacistas.
«¡Se larga Ben Alí y quedan sus cuarenta ladrones!»
Es la nueva consigna de la nación tunecina movilizada.
Los agentes atlánticos esperaban que «acabara el juego» y la gente se marchara a casa.
«¡Pero si ya tienen youtube en internet!». Imaginan que son como los españoles del 76: como ya podían comprar el Interviú y ver películas pornos en los cines X, «¡Hay Libertad!».
Pues no. Los tunecinos que no se han insurreccionado y asumido el riesgo de que los maten o los torturen en los calabozos de la «república datilera» de la Unión Europea, se lanzan contra las sedes del Reagrupamiento Constitucional Democrático y arrancan las siglas de mármol de sus fachadas.
«¡RCD, Lárgate!»
«¡RCD, Lárgate!»
«¡RCD, Lárgate!»
La Internacional Sucia y Lista da de baja a su socio. El RCD no consigue que los sindicalistas entren en el gobierno como proyectaban los EEUU. Los insurrectos no quieren a nadie del RCD. Otro intento de gobierno, que detiene a unos cuantos entre los más cercanos a Ben Alí. La policía se suma a los insurrectos. El partido socialdemócrata entra en el gobierno, así como una realizadora de la TV de Ben Ammar y Berlusconi y un «pirata» internáutico para darle un tono desenfadado, cibernético y juvenil al gobierno de «Transición a la Democracia»...

Pero el pueblo consciente y movilizado ha superado los miedos. Es consciente de su fuerza, está orgulloso de lo que ha conseguido...
Y es un ejemplo para los argelinos, para los jordanos, para los egipcios, para los yemeníes...
¿Y para los europeos?