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La «Verdad sobre el 11 M»
Carlos Ramiro.

En España se cumplen tres años de los acon­te­ci­mientos de mar­zo de 2004. Unos hechos tan ver­tigi­nosos como dramá­ti­cos que, nadie lo duda, impac­taron como pocos al conjunto de la nación espa­ñola, y supu­sieron la llega­da a la pre­si­dencia del go­bierno de Rodrí­guez Zapatero al haber sido re­la­cio­nados direc­ta­mente con el ata­que ini­ciado en marzo de 2003 contra Iraq. Unos acon­te­ci­mientos que están mar­cando el curso polí­tico actual como hierro can­dente en la piel, debido no sólo al hecho del cam­bio de hege­monía gu­ber­na­mental pro­vocado por el vuelco elec­toral gene­rado a raíz de los aten­tados del 11 M, sino a procesos pun­tua­les como las noticias sobre la celebra­ción del juicio contra los im­plicados en los aten­ta­dos del «Co­rre­dor de Hena­res» y, sobre todo, a pro­cesos más pro­fun­dos como la ex­ten­sión, en el ánimo y en la mente de muchos espa­ñoles, de la tremenda idea que los pro­mo­tores de los aten­tados no fue un grupo ex­terno como Al Qae­da o los neosalafistas aso­ciados a ésta, sino fuerzas e intereses in­ternos cuya finalidad in­me­diata fue pre­cisa­mente la subida al poder de José Luis Ro­dríguez Zapatero.

Los acontecimientos de marzo de 2004 son de rabiosa actua­lidad (y nunca mejor dicho lo de rabio­sa) porque, ya desde antes de la actual celebración del juicio contra los im­pli­cados oficial­mente en el 11 de marzo, se viene de­sa­tando, im­pa­ra­ble, una enor­me contro­ver­sia públi­ca sobre las ver­dades y men­tiras del 11 M. Una contro­ver­sia na­cio­nal que afec­ta a la tan citada «con­fianza en el fun­cio­na­miento de las insti­tu­ciones demo­crá­ticas», como la poli­cía y los tribu­na­les.

La misma llegada al poder eje­cutivo del PSOE en­ca­be­zado por Ro­dríguez Zapa­tero ya sig­ni­ficó un acon­te­ci­miento impac­tante a nivel nacional. Pues por pri­mera vez en «vein­ti­cinco años de paz» juan­car­lista (a los que po­dría­mos sumar los famo­sos «cua­renta años» del «ré­gimen anterior») acce­dían al gobier­no de la nación aque­llos que no es­taban pre­vistos. Las sor­pre­sas ocu­rridas en las elec­ciones gene­rales que im­pli­ca­ron cam­bios anteriores de gobier­no (1982 y 1996) se habían pro­du­cido aten­diendo sólo a los már­genes con­se­gui­­dos final­mente por los grupos llama­dos a la alter­nancia (más ancho de lo espe­rado en 1982 y más es­tre­cho de lo anti­ci­pado en 1996) pues aque­llos cam­bios, como suele decir­se, «estaban en el guión». Pero que el PSOE gana­ra las gene­rales del 14 de mar­zo del 2004 y ZP llegara al go­bier­no, hasta esos momentos, no había en­trado en los cál­culos. Era la pri­mera vez, en muchas décadas, que en España se pro­ducía de forma ines­pe­rada una sus­ti­tu­ción com­pleta de equi­po direc­tivo.

Acabamos de señalar que es lo que significó la su­bida de Rodrí­guez Zapa­tero a la presi­dencia del go­bierno. En otras oca­siones se ha analizado qué está re­pre­sen­tando su go­bier­no. No estará de más re­cor­dar, por ejem­plo, un artí­culo nuestro apare­ci­do en «Tri­bu­na de Euro­pa» con un títu­lo como «ZP se carga el Pacto de la Tran­si­ción». Por­que no negamos que los mo­men­tos que estamos viviendo en nues­tra nación vienen pro­pi­cia­dos en parte por ciertas polí­ticas del go­bier­no ac­tual, entre ellas ciertas pos­turas tomadas ante ETA y Bata­suna, así como por la polí­tica de mar­­gi­na­ción de la derecha re­pre­sen­tada por el PP (a nivel nacional, pues en el caso re­gional de Cana­rias no se da tal caso, por ejemplo). Así pues, es cier­­to que la fa­mo­sa «Cris­pa­ción po­lí­ti­ca» tan la­men­tada por tantos, está, en parte, pro­vo­cada por esto. Pero no nos en­ga­ñe­mos: tales motivos no pueden ser la causa real. En ante­rio­res go­bier­nos del ré­gi­men (del PP, del PSOE y de la UCD) se to­ma­ron, por ejem­plo, pos­turas seme­jantes de acer­ca­mien­to con ETA y Bata­suna, e in­clu­so se les con­ce­die­ron enor­mes bene­fi­cios en masa (como la in­fame Ley de Amnis­tía o los in­dul­tos en cadena a los eta­rras poli-milis) que hoy por hoy no se han pro­du­cido. Asi­mismo otros sec­to­res políticos y socia­les espa­ñoles han su­frido una mar­gi­­na­ción mucho mayor y, desde luego, bastan­te más de­mo­ledora gracias al con­curso del PP y de los medios pró­ximos a éste.

La fuente principal de la «Cris­pación polí­tica», aso­ciada a la no menos famosa «Gue­rra de los medios», nace de la pro­fusión de infor­ma­cio­nes que se im­pug­nan unas a otras, de co­men­ta­rios con­tro­ver­tidos, y de jui­cios para­lelos, sobre la in­vesti­ga­ción poli­cial y judi­cial de los aten­ta­dos del 11 M, que está de­sa­cre­di­tando no sólo alos cuerpos de policía y los tri­bu­nales (cosa que no­sotros no tenemos por­qué lamen­tar de­ma­siado) sino que está ile­giti­man­do al propio go­bier­no. Pero no tanto por su actua­ción (que tam­poco sería ex­traño, ya ha ocu­rrido puntual­mente con go­bier­nos ante­rio­res) sino sobre todo por­que, desde la opo­si­ción polí­tica y mediá­tica, se está tra­tando de ilegítimo y de crimi­nal al mismo origen del actual gobier­no. Ésta es la gran nove­dad en el ré­gimen. Así pues, la con­tro­versia sobre quie­nes fueron los verda­deros promo­tores de la ma­tanza del 11 de marzo del 2004 se ha con­ver­­tido en el mayor campo de bata­lla nacio­nal (y creo que no es exa­ge­ra­ción) desde la Guerra Civil. Porque, según se ad­hieran a una u otra de las dos gran­des ver­sio­nes en dis­puta, se con­vierte en ilegí­timo y criminal, o el go­bier­no actual del PSOE, o bien el go­bier­no ante­rior del PP (y por tanto el partido de la de­recha espa­ñola, puesto que sus dirigentes actua­les for­maban parte del equipo de Aznar).

Por tanto, ésta es la primera razón o ver­dad funda­mental, no del 11 M, sino del sonado duelo que sos­tienen sobre el 11 M los par­tidos polí­ti­cos nacio­nales y casi todos los medios de di­fu­sión de masas: porque sen­ci­lla­mente están jugán­do­se (ellos, no los espa­ñoles) su misma legi­ti­midad y exis­ten­cia. Pues también se la están jugando los medios de la derecha (como el diario ABC y Radio Inter­eco­nomia) que rechazan la tesis sostenida por sus competidores El Mundo y la COPE.

Una famosa controversia similar

La disputa sobre la «verdad del 11 M» se ha convertido en otro caso nacional de con­tro­versia, similar al dado en Nor­te­américa (y en el resto del mundo) sobre «Quien mató a Ken­nedy». Una con­tro­versia, la nuestra, que no va a tener solu­ción, porque prác­ti­ca­mente nadie, y menos los grupos de poder, quiere re­conocer real­mente las ver­dades funda­men­tales sino, a lo más, pro­cla­mar algunas ver­dades parciales y ses­gadas.

Recordemos para sacar sugestivas com­pa­ra­cio­nes con nues­tro presen­te y nues­tra nación. Pocos años des­pués del mag­ni­ci­dio ocurrido en Dallas de 1963, en Esta­dos Uni­dos se generó una llama­tiva contes­ta­ción a la ver­sión oficial del ase­si­nato del presi­dente Kennedy. Acor­dé­mo­nos que la versión oficial más «regia» fue la ofrecida final­mente por la comisión Warren (pre­sidida curiosa­mente por el mismo parla­men­tario que pre­sidió veinte años antes la co­mi­sión que negó que el gobier­­no federal de los Esta­dos Uni­dos supiera nada del ata­que japo­nés a Pearl Harbour). Pero la prin­cipal «con­testación» a la ver­sión oficial del mag­ni­ci­dio de Dallas (la pro­movida por el fis­cal Jim Garri­son y por la «con­tra­co­misión no guber­na­men­tal» del filó­sofo Ber­trand Rus­sell) no sólo in­cu­rrió, también, en gra­ves de­fi­ciencias y ten­den­cio­si­dades como las cometidas en la inves­ti­gación de las agen­cias de policía y en la Co­mi­sión War­ren (aunque en senti­do con­trario) sino que tam­poco aten­dió al meollo de la cues­tión, a la ver­dad que todo el mundo pudo ver pero que muy pocos seña­laron ple­na­mente: que en un primer mo­mento todas las «fuerzas vivas» norte­ame­ri­canas consen­sua­ron un pac­to para echar­le la culpa al individuo (Lee Harvey Os­wald) que fue cap­tura­do y ase­sinado. Pocos años des­pués, en plena ola de pro­testas por la Gue­rra de Viet­nam (o mejor dicho de protestas por­que aquella guerra no se gana­ba fácil­mente), se rompió aquel pacto (aunque no mucho, la verdad) pero muy pocos se atrevieron a de­nun­ciar esta reali­dad.

Digámoslo con nombres y apellidos. Partido Republicano y Partido Demócrata, Con­gre­sis­tas y Sena­dores, «Con­ser­vadores» y «Libe­ra­les» (según como se usan allí tales térmi­nos), «Gru­pos de pre­sión» y «Tank thinks», la prensa escrita y las cade­nas de tele­vi­sión y de radio, las agen­cias públicas como el FBI o la CIA y las priva­das, la fis­calía y los tribu­na­les... en re­su­men, todo el «Stablish­ment» nor­te­a­me­ri­ca­no, pac­ta­ron no indagar de­ma­siado por­que co­no­cían per­fecta­mente la natu­ra­leza de los gru­pos de poder y pre­sión usa­cos: la mayor parte de éstos era muy capaz de or­denar ase­si­na­tos y, como no, de pro­mo­ver un mag­ni­cidio si ello con­venía a sus inte­reses, y lo mejor para la esta­bi­li­dad de Esta­dos Uni­dos era aplicar la frase de «el muerto al hoyo y el vivo al bollo». La ley del silen­cio era el re­curso para con­se­guir la paz interna.

Por lo tanto el hecho más signi­fica­tivo no fue quien mató a Ken­nedy, sino que todos fueron cons­cien­tes que tenían asun­tos turbios que man­tener tapa­dos y que cual­quie­ra de ellos podía estar im­pli­cado. Si se re­movía la tierra se corría el serio riesgo que empezaran a salir cadá­ve­res de di­fe­rentes arma­rios, e in­cluso la misma figura Ken­nedy podía quedar mal­pa­rada, si se des­cubría, por ejem­plo, el apoyo dado a su cam­paña por la «Cosa Nostra». Práctica­mente a ningún grupo de poder o de in­fluen­cia usaca le inte­re­saba re­mover en el pantano de la polí­tica ameri­cana: todos pac­taron el silen­cio y echar tierra sobre el asunto. Ésta fue la verdad funda­mental, política, social y na­cional usaca, del crimen de Ken­nedy.

Ante el 11 de Marzo no dude­mos en exigir que nadie se deje enredar, ni por las ter­mi­nales pro­gre­sistas ni por las ter­mi­nales de la derecha. Es decir, que nadie siga cayendo en las tram­pas que nos tienden unos y otros. La derecha (Gus­ta­vo Bueno sos­tiene que sólo existe una de­re­cha) no busca «la verdad del 11 M» sino des­le­gi­timar el triunfo elec­toral ines­perado de su rival interno, el PSOE, así como contra­rrestar la mar­ginación sufrida como «Parti­do de la Guerra de Iraq» y como «here­dero del Franquismo». La fa­ci­li­dad con que, por ejemplo, varios elementos de las lla­ma­­das «fuerzas nacio­nales» se han dejado arrastrar por las teorías inte­re­sadas de la COPE, del diario El Mundo y de varios dipu­tados del PP de­muestra, una vez más, cual es la fuente donde beben esos «patriotas que no son ni de derechas ni de iz­quier­das, sino de “España”». Todos ellos ocultan la cues­tión política y social más significativa del 11 M y de los días siguien­tes: porqué re­accionó gran parte del pueblo español como lo hizo, y que sig­ni­ficaron tales acon­tecimientos en el fondo. La res­puesta (o las res­puestas) a esta cuestión re­pre­sen­tan verdades nacio­nales tan im­por­tan­tes, al menos, como el co­no­ci­miento y cas­tigo de los auténticos culpables de la matanza, es decir, como la «verdad penal-policial» de «quien mató a Ken­nedy».

Las Siete Verdades nacionales de los cuatro días de Marzo de 2004

Vamos a exponer tales verdades, no sin antes señalar la chusca para­doja histó­rica que supo­ne que las fuer­zas polí­ticas y varios de los medios que más insisten en la peli­gro­sidad del Islam, del Isla­mismo y del Sala­fismo (tres con­ceptos que con­fun­den inte­re­­sada­mente) son quienes más han insis­tido, esta vez, en decir que los cul­pa­bles o más cul­pables ahora «no son los moros». Los inte­re­ses coyun­tu­rales de la política pro­vocan estas sor­pren­dentes para­do­jas. Tales verda­des fueron sinte­ti­zadas ya a me­diados de ese marzo de 2004 en un comu­ni­cado emi­tido por una fac­ción política residual (la MNF, es justo seña­lar­lo). Fue lo más opor­tuno y cer­tero en eva­luar aque­llos acon­te­ci­mien­tos que se pre­ci­pi­taron verti­ginosa­men­te aque­llos cuatro días del jue­ves 11 al domingo 14.

Primera verdad

Es cierto que muchos españoles no han dado importancia ni les in­te­resa las graves con­se­cuen­cias de la polí­tica inter­na­cio­nal. Con los aten­tados del 11-M se redujo durante unos días el sector de espa­ñoles ‘caseros’ que no se inte­resan por lo que España hace o deja de hacer fuera. Mu­chos con­ciu­dadanos siguen mi­ran­do la política de España en el mundo como un manejo de «asuntos exteriores» que nos afec­tan muy poco, como una cues­tión sobre todo de «re­laciones pú­blicas» que, más que nada, sirve para ganar «una buena ima­gen» y atraer in­ver­siones y turistas, así como fa­vo­recer ga­nan­cias en el ex­terior. Por tanto, las bom­bas del 11-M, además de des­trozar vidas, destro­zaron también el sueño de muchos espa­ñoles de poder habi­tar la zona del mundo a resguardo de los peligros y des­gra­cias que otras nacio­nes sí están sopor­tando.

Segunda verdad

Es cierto que durante la jornada de «re­fle­xión» (13-M) se operó una instru­men­tali­za­ción par­ti­dista de las pro­testas por parte del PSOE, y que tales ma­ni­­fes­ta­cio­nes cons­ti­tu­yeron segu­ra­mente una ilega­lidad. Pero esto son «pecados ve­nia­les». Más im­por­tan­te que detener­­se en los vicios de for­ma es resaltar el fondo del hecho, y todo lo ocu­rrido ante­riormente. Y lo más importante es que entre el 13 y 14 de marzo se ex­presó la justa in­dig­na­ción de muchos espa­ñoles y se cas­tigó sobera­na­mente al Partido Po­pular por su actitud en la III Guerra del Golfo. Pro­ba­ble­mente el go­bierno de Aznar, y más con­cre­ta­mente el mi­nis­tro Ace­bes, no min­tiera cons­cien­te­mente al enca­rar los aten­ta­dos del 11-M, y no es ex­traño que ellos mismos estu­vieran convencidos de las valo­ra­ciones pre­­ci­pi­tadas que ofre­cie­ron en esos momen­tos. Pero ante las pri­me­ras dudas, muchos espa­ñoles se acor­daron que ese mismo go­bier­no sí demostró mentir, como el bri­­nico y el norte­ame­ricano, al em­pren­der la in­jus­ti­fi­cada guerra contra Iraq. Las grandes men­tiras anteriores del gobier­no de la de­recha habían agotado todo margen de con­fianza, y la con­­fusión de aquellos días fue la gota que les con­vir­tió defi­ni­tiva­mente en in­sol­ventes fal­si­fica­dores y trafi­cantes de sangre para la ma­yoría de los espa­ñoles.

Tercera verdad

Es cierto que muchos españoles sintieron que España pagaba el precio de su impli­cación en la guerra de Iraq, y que sólo por ese motivo, cobarde en muchos casos, de­mandaron la re­ti­rada de nuestra na­ción del país ocu­pado. Pero no es menos cierto que España se había im­pli­cado en algo de­tes­table: en el apoyo de la dinámica del «pistolero del salvaje Oeste» y su abe­rrante derecho a ini­ciar «gue­rras pre­ven­ti­vas». Lo que muchos espa­ñoles no querían, sen­ci­lla­men­te, era con­tinuar se­cun­dando las agre­sio­nes de la super­po­tencia mun­dial, inde­pen­dien­te­men­te de las re­pre­sa­lias, igual­mente in­­jus­ti­fi­cadas y des­pro­por­cio­nadas, que poda­mos sufrir por ser espa­ñoles.

Cuarta verdad

Es cierto que el 11-M no fue un ataque al go­bier­no, ni al ré­gi­men, ni a la red ferro­­via­ria: el golpe terro­rista se diri­gió con­tra los españoles por ser españoles y contra los aquí re­si­dentes por vivir en Espa­ña. El obje­tivo ha sido la nación espa­ñola y, por inclu­sión, los extran­jeros que re­siden en ella, por­que al igual que pasa con ETA, es España misma la que ha sido crimi­na­li­zada por los asesinos. Pero no es menos cierto que tan criminal es justificar y practicar el terror contra los españoles, como cri­mi­na­lizar a las naciones «en vías de mo­der­ni­zar» (o de «occiden­ta­lizar») o justi­ficar la prác­tica del terror y la des­truc­ción contra los que ofre­cen re­sis­ten­cia a los EEUU. No se puede en­cu­brir y apoyar un terro­rismo, y luego con­denar o in­dig­nar­se por un terro­rismo repli­cante.

Quinta verdad

Es cierto que mu­chos españoles ten­dieron y tienden a doble­gar­se al chantaje. Pero el mayor chan­taje lo plan­teó con cru­deza el pre­si­dente Bush cuando dijo «quien no está con nosotros está contra noso­tros». España no puede doble­garse ante la presión del matón más po­ten­te, pres­tar apoyo a sus agre­sio­nes desafo­radas, y luego quejar­se que el matón menos fuerte busque tam­bién doble­garla con golpes salvajes.

Sexta verdad

Es cierto que para con­seguir un futuro menos inseguro y más libre es nece­saria la firmeza y no des­cartar las inter­ven­ciones de fuerza. Pero no se puede al­can­­zar la segu­ridad sin asis­­ten­cia del de­recho para todos. La fuerza ha de ir acom­pañada ne­ce­saria­­mente de la ley, y sin ésta caemos en el «Sal­vaje Oeste». Por­que lo que más in­se­gu­ridad pro­voca en el mundo es la pre­ten­sión de la mayor po­tencia del globo de tener todo el «de­re­cho» para agre­dir cuando le con­venga, y los de­más no tengan dere­cho ni capa­ci­dad para im­pedirlo.

Última verdad

Es cierto que el gobierno de Aznar fue el responsable de terminar trans­for­mando España en sumiso auxiliar de las agre­sio­nes de los EEUU en su «guerra dura­dera» contra el «Eje del Mal». Pero todos los go­bier­nos que ha tenido España desde hace dé­ca­das, así como las fuerzas polí­ticas presentes, son res­pon­sables de haber con­ver­tido España en una nación inde­fensa, sin amor propio y manifiesta­mente débil, que para so­bre­vivir en un mundo que nunca ha estado libre de peli­gros, ame­nazas y conflic­tos, nece­sita entre­garse a la pro­tec­ción de un poder exter­no, que será quien le dicte su des­tino. Sólo quienes son ca­pa­ces de res­pe­tar­se a sí mismos y tener la capa­cidad de de­fen­derse lo sufi­ciente, pueden plan­tear­se tener aliados de ver­dad y no amos, ni ceder ni bailar ante las pre­sio­nes de nadie. Por lo tanto, la última verdad del 11 M es que la deci­sión de José María Aznar no arrancaba de un capri­cho per­sonal de éste sino que signi­fi­caba una manio­bra de­cidida que culmi­naba un pro­ceso de­sa­rro­llado durante veinticinco años juan­car­listas y cua­renta años de fran­quis­mo, dentro de la acep­tación gene­ra­lizada de la cruda rea­lidad de Espa­ña: un estado débil, sin volun­tad ante el cre­ciente control eco­­mico, social y cultural ejercido por las «fuer­zas del Mer­cado» y el poder de la super­po­tencia mun­dial, una España donde se ha fomen­tado como síntomas de «pro­gre­so» y de «sociedad abierta» el in­di­vi­dua­lis­mo, la re­nuncia al amor pro­pio como nación polí­tica y la moral de «no com­prometerse» por nada que sea «peligroso».

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