ORIENTACIONES

La Europa de las Tribus
A. González
Durante la Guerra Fría circuló un mapa «alternativo» de Europa que fue presentado por círculos «europeístas» como una novedad y una genial solución para no repetir los espantosos choques que habían protagonizado los estados nacionales europeos en dos guerras mundiales. Aquellas guerras (así como sus consiguientes posguerras) se habían saldado no sólo con extensas carnicerías de combatientes en las trincheras, sino con la desaparición de poblaciones enteras, que fueron borradas, literalmente, del mapa (por deportaciones o por matanzas), dramas masivos que tuvieron una magnitud equivalente a la destrucción sistemática de pueblos «salvajes» llevadas a cabo anteriormente por las potencias «civilizadas» en América, Asia, África y Oceanía. Por si fuera poco aquel desolador paisaje, Europa había acabado cautiva, desarmada y repartida por los Estados Unidos de América y la Unión Soviética.
Aquel mapa «alternativo», aquella «solución», implicaría la desaparición de la «Europa de las Patrias». Se proponía abiertamente la desmembración de prácticamente todos los estados nacionales, porque a éstos se les imputaba la causa de tanta destrucción, de tanta carnicería y de la desaparición de pueblos enteros del solar europeo. Se proponía ir más allá que lo perpetrado contra el Imperio Austro-Húngaro al finalizar la Gran Guerra: se levantaría muchas más fronteras y se fragmentaría Europa en regiones.
Pero echando un vistazo a aquel mapa (que se indicaba había sido elaborado por un departamento de las SS) podíamos darnos cuenta de un detalle muy revelador, y era el siguiente: las barreras divisorias propuestas para trocear los estados nacionales europeos, respetaban escrupulosamente la fronteras occidentales de la Unión Soviética impuestas por Estalin al finalizar la II Guerra Mundial. Todas las regiones anexionadas por amo del Kremlin (Besarabia moldava, los países bálticos, la Halichia ucraniana...) quedaban fuera de la «solución» de la «Europa de las etnias». Y es que el antiguo jefe de las SS que había revelado el mapa había sobrevivido en la Unión Soviética. No había que ser muy listo (siempre que no se estuviera bajo los efectos de la «dulce embriaguez» y de la ignorancia) para darse cuenta que aquella «genial solución», tan «natural», tan «cercana» a «las dimensiones humanas» de la tierra inmediata, era una perspectiva muy conveniente para los intereses soviéticos. Éstos proponían para Europa algo muy similar a lo que hicieron los romanos en Grecia durante medio siglo, el medio siglo que tardaron en derrotar definitivamente a Macedonia. Una vez que las Legiones de Roma vencieron para siempre a las Falanges de Macedonia, todas aquellas diminutas repúblicas y ligas griegas celosamente defendidas por Roma para mantener divididos a los helenos, empezaron a ser fagocitadas, una por una, por la misma Roma. Era la aplicación modélica del lema «Divide e Impera».
«Los derechos de las etnias»
Vuelve la Europa de las Tribus
Aquella propuesta de la «Europa de las Tribus» reaparece, de nuevo, bajo la Declaración de los «Derechos de las etnias». Y lo hace no sólo como algo impulsado por el movimiento llamado «identitario», sino como el gran objetivo de este movimiento. En los «cinco derechos de las etnias» se reúnen y resumen todas las aspiraciones del movimiento «identitario».
Como advertíamos en un pequeño ensayo anterior, se esgrimen tales «derechos» como «salvaguardia» para frenar el proceso de uniformización y disolución general de los pueblos, proceso que los estados, superpotencias, organismos y corporaciones multinacionales han ido impulsando a lo largo y ancho del mundo. Para enfrentarse, presuntamente, a esta apisonadora mundialista y mundializada que va desnaturalizando y laminando culturas y naciones, el movimiento «identitario» ha lanzado los «cinco derechos de las etnias» como bandera principal de su causa. Veamos en que consisten esos «cinco derechos»:
1) El derecho a la eminencia pública de la identidad étnica, es decir: reivindicar que la identidad étnica sea el principal agente público que represente a todas las personas asignadas como miembros de una etnia o región, por encima de todas las consideraciones políticas, sociales o económicas.
2) El derecho al territorio exclusivo de cada etnia, donde se contemplan como “raros” los casos de coincidencia territorial de diversas etnias, y donde se demanda como objetivo normal la imposición de divisiones y “transferencias” de pueblos (es decir: el derecho a la limpieza étnica)
3) El derecho a la autodeterminación de las etnias, donde, en lo económico, éstas tengan la propiedad absoluta de los recursos naturales de sus regiones, se acomoden separadamente a las leyes de mercado, y sean las que ingresen para sí mismas todos los impuestos. Y en lo político, puedan establecer, mantener o romper, en cada coyuntura y ocasión, sus vínculos con otras etnias.
4) El derecho a imponer una sola lengua, es decir, a erradicar cualquier realidad bilingüe o trilingüe que exista.
5) El derecho a mantener un sistema social y económico reputado como tradición cultural, es decir, a mantener un sistema capitalista y salvaguardar los intereses de una clase siempre que se diga que ese sistema y esos intereses representan la tradición cultural de la etnia.
Como ya dijimos en el artículo anterior, esgrimir, por principio, las «diferencias étnicas» no significa nada. Pues lo importante no es reconocer «diferencias» o «derechos étnicos», sino establecer cuales, porqué y para qué se determinan discriminaciones étnicas, es decir, cuales son esas diferencias y porqué y para qué se remarcan. ¿Para transformar la realidad política, cambiar el sistema económico, y generar un modelo de sociedad distinto al actual? ¿O para dejar intacta (o incluso reforzar) esta misma realidad política, el mismo sistema económico y el modelo de sociedad actual?
Con leer la Declaración de «los derechos de las etnias» los «identitarios» nos responden a la pregunta: ellos no pretenden, de ninguna manera, cambiar la política, ni la economía ni el modelo social que impera en las sociedades del capitalismo avanzado. Como señala López, los «identitarios» ignoran la identidad política, la identidad de las ideas, de las tareas y de los objetivos colectivos, que son las que realmente identifican a las comunidades. Y como -en principio, por lo menos- los «identitarios» ven indiferente todas estas realidades, porque consideran como algo accesorio («pajas mentales» como calificaba uno de ellos) un sistema o sus contrarios, terminan aceptando el sistema impuesto por Occidente. Porque la idea de identidad de estos «identitarios» consiste en reducciones subjetivas a niveles clasificatorios (étnico, lingüístico, geográfico, biológico...).pretendiendo convertir pueblos y regiones en mazmorras «étnicas» (o en parques «etno-temáticos»). Los «identitarios» consideran indeseable que los hombres y los pueblos puedan ser fuerzas capaces de superar la «naturaleza» y toda fijación definitiva, que puedan ir más allá de «herencias nacionales» (como decía un himno de lucha nacional-revolucionaria «que el pasado no sea ni peso ni traba sino afán de emular lo mejor») conforme proyectan y construyen mediante sus ideas y su voluntad.
Las naciones históricas, así como las etnias, no son entes «naturales», entidades o «cuerpos» de carácter casi biológico. Tampoco son formas históricas milenarias, fijas, cuyo origen se pierda en la noche de los tiempos. Las naciones son creaciones históricas, y las etnias han ido, asimismo, formándose y cambiando a causa de procesos históricos y la voluntad de los hombres. En modo alguno, las naciones y las etnias constituyen marcos neutros: tienen unos valores dominantes, y determinados procesos provocan que se cambien por otros.
En resumen: el etnicismo es una tapadera romántica para arropar las sociedades del capitalismo avanzado. Buscando asegurarse, para determinados contingentes étnicos, alguna forma de predominio o privilegios locales en la futura Europa de los Mercaderes.
Por tanto, todas estas mazmorras étnicas ideadas por la Declaración de los «derechos de las etnias» pretenden, en primer lugar, salvaguardar (o «petrificar») unas supuestas «tradiciones culturales» y unos intereses socio-económicos concretos: las de determinados grupos de individuos - productores -consumidores generados por las sociedades del capitalismo avanzado. Los que nos resistimos a seguir resbalando por la pendiente del empequeñecimiento europeo actual, los que queremos ir más allá del individuo-productor-consumidor, no podemos otra cosa que combatir toda deriva etnicista, denunciando con fuerza lo que significa: no sólo un refuerzo del sistema contra el que combatimos (que ya es motivo de sobra) sino una forma más para que lo que quede aún con vida sea sepultado por lo muerto.
Por muchos motivos, el alcance de un movimiento de liberación de los pueblos (es decir, patriótico) y de transformación del modelo de sociedad imperante (en clave socialista) no puede encerrarse en los marcos físicos, étnicos o económicos de una nación o de una etnia. Pero basta la siguiente razón: en todas las naciones y etnias consideradas por los «identitarios», dominan los mismos patrones políticos, económicos y sociales.
«Los derechos de las etnias»
Vuelta de tuerca para la impotencia política de Europa
Pero por si fuera poco todo lo anterior, para nosotros, para los que reivindicamos la preeminencia de lo político, del realismo y la justicia, los «derechos de las etnias» suponen un paso aún más grave: representan una vuelta de tuerca para condenar a Europa a la absoluta impotencia política, social, militar, industrial, tecnológica... Una Europa de las tribus significa un montón de pueblos compitiendo y tratando de imponer sus egoísmos, agitando sus supuestos antagonismos con otros pueblos, una Europa donde los intereses particulares de unos pueblos se impongan siempre a costa de otros. La culminación lógica del principio de soberanía o «autodeterminación de las nacionalidades» o «de las etnias» es un territorio para cada individuo.
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