NACIONAL

Lo que significa el secuestro de «El Jueves»
Pepe López
El semanario-tebeo porno-satírico «El Jueves» ha visto secuestrado su número en cuya portada aparecía retratada una Princesa de Asturias a cuatro patas penetrada por un Príncipe de Asturias que, cínicamente, comentaba lo que podría significar para él, para Don Felipe, los dos mil quinientos euros que el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha resuelto entregar por cada nacimiento, si ella, doña Leticia, quedaba «preñada». No estará de más advertir que, gracias a este episodio del secuestro de «El Jueves», la medida pro-natalidad de ZP ha superado su naturaleza electoral y su dimensión asistencial, para convertirse en una medida de repercusión mayor en el espacio y en el tiempo.
Pero no vamos a entrar en disquisiciones sobre los motivos particulares y las maniobras que puedan esconderse tras la iniciativa fiscal y judicial del secuestro. Esto no nos debe interesar demasiado porque no es lo más importante. Ya sabemos que la mayoría de personajes que protagonizan la vida pública se conducen por objetivos a corto plazo y con cálculos bien cortos de miras. Tampoco tiene sentido quejarse cuando se ha abrazado este modelo social, pues ya nos encontramos en la fase de su aceleración, y es de lo más natural que las personas inmersas en esta fase no vean más allá de sus narices.
De lo que debemos ocuparnos es del verdadero debate abierto con el chiste y el secuestro de «El Jueves», y, cómo no, de los falsos debates lanzados por los corifeos del régimen para enredar, desviar la atención y minimizar los posibles daños. Obligación de cualquier español adverso al régimen de la Monarquía Parlamentaria, o por lo menos amante de la salud pública, es la de contrarrestar esos enredos y «desviaciones» en la medida de sus posibilidades.
Veamos:
1) El secuestro de esta publicación porno-satírica no ha «abierto el debate sobre la censura». Esto es lo que repiten los editores y fieles asalariados del Cuarto Poder del régimen, y todo el coro de imbéciles que los secundan sin cobrar. El secuestro de «El Jueves» ha abierto el debate sobre la oculta autocensura en la España juancarlista y la falsedad del discurso oficioso y popular sobre que «vivimos en un país libre donde no hay límites a la libertad de expresión» ya que «no hay censura como había con Franco». Con el secuestro judicial de «El Jueves» se demuestra no sólo que existe censura en la España Constitucional, sino que los portavoces del Poder Legislativo, del Poder Ejecutivo, del Poder Judicial y del Poder Mediático han estado dando la sensación engañosa de que no había límites a la libertad de expresión. Bien, ya han visto todos que las hay. A partir de este momento no podemos tolerar que nadie nos diga que en el régimen establecido en España no existe la censura.
2) La cuestión principal de la caricatura sobre los Príncipes de Asturias no es la formalidad del «derecho a la libertad de expresión» sino censurar el papel y los privilegios de la Corona sobre la nación española. Hemos de atender también esta cuestión porque los apologistas del régimen, de nuevo, han enredado a los españoles con la cortina de humo de los «límites de la libertad de expresión» cuando lo que queremos discutir es porque demonios tenemos, los españoles, que aguantar y cargar con los reyes, los príncipes, los infantes y toda su parentela. Así pues, no tratemos de defender la divulgación de las caricaturas dejándonos enredar en un debate sobre los «límites de la libertad de expresión», pues sería tan estúpido como tratar de defender las caricaturas por su «valor artístico». No, no, no, no: el valor y el impacto de esta caricatura no se la damos ni por sus valores estéticos ni por los derechos sacrosantos de esa o cualquier otra publicación, sino por el valor y el impacto de la situación realmente injusta (y nunca mejor dicho realmente) que denuncia: los privilegios de los Borbones. Si la caricatura ha adquirido valor tanto para detractores como para defensores es por el mismo motivo: por su posible daño y repercusión en el cuestionamiento del papel de la Monarquía. Mientras para unos es una institución a defender, y andan discutiendo sobre si la medida ha sido inteligente o torpe, correcta o incorrecta en función del valor que las dos facciones del mismo bando (el bando de los realistas parlamentarios) quieren defender (por lo menos formalmente) para otros españoles, por contra, esto ha tenido valor porque estamos hasta la coronilla de la Corona y queremos acabar con ella.
De igual manera que la cuestión principal del puñetazo, el «te pego leches» y el tartazo de los Ruiz-Mateos a Miguel Boyer no era el «derecho» de cualquier individuo a dar puñetazos, lanzar amenazas y pringar de tarta a quien le viniera en gana, sino denunciar el robo y el no menos latrocinio de la reprivatización de Rumasa por parte de los gobiernos de González. En tanto que Boyer era uno de los principales responsables de aquel abuso gubernamental, se merecía, como mínimo, el puñetazo, el «te pego leches» y el tartazo.
3) Asimismo, el secuestro judicial revela que existe un agravio comparativo con el resto de los españoles. No podemos permitir discusiones sobre si el chiste era zafio o no (que lo era sin duda), o si era denigratorio o no para las personas retratadas (que también lo era, por mucho que esto lo nieguen formalmente en «El Mundo» o en «El País»). Cualquier persona puede apreciar que para una mujer, es zafio y denigrante retratarla siendo penetrada como una cuadrúpeda. Quienes niegan este extremo lo hacen para encubrir y minimizar daños (o para quedar «guay» de liberales). No señor. Se trata de discutir porqué tenemos que soportar el resto de los españoles una situación jurídica donde, si somos objeto de imágenes denigratorias hacia nuestras personas, nos veamos obligados a pagar abogados y procuradores para interponer querellas privadas y depositar fianzas, mientras que los Borbones gozan del privilegio que la Administración de Justicia o el Fiscal del Estado actúan de oficio para proteger su imagen o su presunto honor. No menos oportuno es señalar también lo chocante de un panorama nacional donde, mientras la Televisión estatal compite en zafiedad y escenas denigrantes con la privada, un dibujo zafio y denigratorio se castigue porque va dirigido contra uno de los protectores (y beneficiados) de ese panorama nacional.
4) Hay que insistir, por último, en la defensa del carácter ofensivo y dañino de las caricaturas, frente a los intentos de una parte de los corifeos del régimen de defender el derecho a su presencia a través de la desvalorización o desnaturalización de su carácter y su impacto ofensivo para una institución del régimen. Ha sido, por ejemplo, la postura editorial de «El Mundo», que no considera inteligente el secuestro porque ha multiplicado el daño para la Monarquía (dejamos de lado los motivos particulares de un diario que le tiene ganas al juez que procedió al secuestro, ya que es el mismo juez que se encargó de la instrucción del 11-M). Pero muchos otros de los medios rivales, como «El País», han mantenido una línea próxima: criticar el secuestro por ser una medida desproporcionada e innecesaria para defender la imagen de la Corona. Es decir, todos ellos están defendiendo la institución monárquica, pero lo que sostienen es que la mejor manera de afrontar un ataque a la Monarquía no es censurar judicialmente la ofensa publicada, sino levantar un muro de silencio sobre ella para ahogarla (es decir: censurarla mediáticamente). La «fiel infantería del Cuarto Poder» (fiel a sus jefes y a sus compromisos, que nadie lo dude), hace lo que siempre ha hecho: tratar que el impacto de la protesta, de la denuncia, de la crítica o del pataleo contra instituciones y comportamientos inaceptables consustanciales al régimen se diluya en el pantano de la «gran ceremonia de ruido inocuo» para ese mismo régimen, que es, en definitiva, el fin último del famoso «derecho a la libertad de expresión» de los débiles y del montón: hacer que sus palabras e imágenes pierdan todo su valor y su impacto real.
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