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CULTURA

CULTURA La beligerancia de la Derecha Mediática
Carlos Ramiro

España, campo de batalla también cultural. El «dominio» de las ideas (o la «superestructura» de lo real).

En este espacio pretendemos centrarnos en el plano cultural. Partimos de un hecho que estimamos que es incontestable: toda la cultura, tanto aquella que defendemos como la que re­chazamos, representan armas de combate, y significan armas no sólo para nosotros... sino también para todos los grupos y colores del «arco de la paz». La primera diferencia que podemos hallar es que nosotros lo reconocemos abiertamente y ellos no.

Drogar y anestesiar a la gente son también actos de guerra: significa dejarlos incapacitados y fuera de combate. Aquí nos tocará describir los síntomas, es decir, el discurso cultural -o contracultural- que se lanza tanto para la masa de la población -o hacia parte de esa masa- como hacia minorías «que lideran» el conjunto del país o sectores (o pedazos) del mismo. Partimos del hecho que, los que no le dan importancia a este campo (o se aburren con esto), no se molestarán y seguirán viendo no más que la prensa deportiva o la del «corazón» (o de los genitales), que, como acabamos de señalar, son armas de cierto poder que sirven como «opio» para al pueblo.

En estas páginas nos corresponde interpretar las causas del discurso cultural dominante -o de los discursos dominantes-. Es decir, las motivaciones ideológicas, prejuicios e intereses de poder de todo tipo que sos­tiene o anima el bom­bardeo de mensajes que van «informando» -que «van conformando»- las men­tes y corazones de nuestros paisanos y con­temporáneos.

Aquí estamos llamados a citar los medios que «fabrican» o «copian» los mensajes que se lanzan, es decir, las editoriales de libros, revistas o periódicos, la misma prensa escrita, las cadenas de televisión y de radio, el cine, las páginas «digitales»...

Y nos tocará hablar sobre los ejecutores de esos medios, es decir, sobre los encargados, tanto los “actores protagonistas” o “estrellas” de los medios como sus propietarios que, como todos sabemos, son los que mandan.

La beligerancia de la “Brunete Mediática” española.

Situación de partida.

Ahora nos toca hablar (y no por hablar sino porque es oportuno y necesario) del fenómeno de la creciente beligerancia del frente mediático-cultural de lo que llamamos la «derecha» española, es decir, de los sectores liberal-conservadores del régimen. Una beligerancia que, pocos niegan, es cada vez mayor y que, observamos, corre paralela a la creciente «acritud» mostrada por el principal partido de oposición... al gobierno (el único conocido que es oposi­ción al régimen está ilegalizado y siempre se ha mostrado «con mucha acritud» incluyendo secuestros y asesinatos). Pero antes hemos de recordar una poderosa «circunstancia» que forma parte del «nosotros» como españoles de finales del segundo milenio y principios del tercero.

Y es que todos los que contamos más de veintitantos años nacimos y crecimos en un mundo in­merso en el enfrentamiento entre el Este comunista y el Oeste capitalista. Esta cir­cunstancia afectó al mundo entero, y aunque en unos países fue mucho más patente que en otros, in­cluso los estados más destacados pertenecientes al movimiento de «Países No Ali­neados» se vieron bastante presionados y condicionados por la dialéctica de la Guerra Fría. Una dia­léctica que, no se olvide, no sólo determinaba materias de limitada «diplomacia ex­terior» y de estricta «estrategia militar», sino que implicaba una confrontación ideológica, polí­tica, eco­nómica, social, tecnológica... global tanto en el plano internacional como en el plano in­terno de cada país.

Y se hace necesario recordar esta circunstancia por varias razones:

Una primera es que todos aquellos años de Guerra Fría parece que congeló la percepción de las cosas claras. Todavía existen personas (algunas se muestran afines a nosotros) que creen que vivimos prácticamente fuera de este mundo -y nunca mejor dicho-. Quizás este autismo «nacional» fue un recurso adoptado por muchos españoles para escapar de la im­potencia ante el «Terror Nuclear», una amenaza catastrófica que nos atenazaba sin que, a causa de nuestra debilidad, pudiéramos hacer nada. Esos españoles están con­ven­cidos que todo lo que afecta a España tiene causas -y consecuencias- nacionales. Son práctica­mente «separatistas» (el término vuelve a estar de moda). Los únicos fenómenos que están dis­puestos a conceder y relacionar con lo que ocurre en el mundo son el terro­rismo y la in­mi­gración (también el turismo, si viven en zonas costeras, y las cotizaciones de la bolsa si en ella tienen in­ver­siones). Pero lo vuelven hacer de forma «separatista»: creen que lo hecho en y desde España -o los que se proclaman sus representantes- no ha tenido nada que ver en la generación de esos fenó­menos que nos afectan.

Una segunda razón es que, directa o indirectamente, la Guerra Fría marcó casi todos los pen­sa­mientos y dis­cursos de partidos, editoriales, uni­versidades, grupos religiosos y me­dios de difusión de masas -escritos, radiofónicos, visuales- práctica­mente del mundo entero, y el hecho es que toda­vía nos encontramos influidos por la «inercia» o las «secuelas» de tales pensamientos y dis­cur­sos. Sin ir más lejos, los «líderes» de los partidos, grupos religiosos, edi­to­riales, universidades, medios de difusión, empresas y asociaciones de todo tipo, se «criaron» con la dialéctica de la Guerra Fría.

Y una tercera razón es que la vida pública en España ha estado marcada especialmente por su particular Guerra Fría Civil. Esta «guerra», hija (natural o adoptada) de la verdadera Guerra de 1936 a 1939, se relacionó (y se alimentó) por esa Guerra Fría mundial de las Dos Estrellas (Blanca y Roja) que protagonizaron los Estados Unidos y la Unión Soviética, Esta «guerra», si en diversos momentos en la historia reciente pudo parecer agotarse, ha vuelto a «encender» el campo de atención público español. Esto no lo recordamos para entrar tam­bién en discusiones guerracivilistas, sino para cons­tatar el hecho que buena parte no sólo de la «vida política» española de hoy, sino del pensamiento y discurso «medio» emitido por editoriales, facultades y medios de difusión, se encuentra mediatizado (valga la redundancia) y en definitiva encorse­tado por esa dialéctica. Incluso la mayor parte de los que se dicen no hallarse condicionados por esa confrontación (la mayoría) están tan encorsetados como las «partes beligerantes» pues se imponen una autocensura feroz ante ciertos acontecimientos.

Este hecho podrá parecernos muy bien o, al contrario, muy mal, pero al no ser escapistas no debemos negarlo. «Yo soy yo y mis circunstancias», sintetizaba el maestro Ortega. Por mucho que hayamos logrado «liberarnos» a nivel personal o partidario de muchos corsés que dominan nuestro país, éstos forman parte de nuestras circunstancias nacionales e inter­nacionales no sólo porque seamos parte del pueblo español, sino porque «estamos metidos en política». Metidos voluntaria y cons­cientemente, pues todos están me­tidos en ella aunque digan no desearlo, ya que, como repetía cierto comunista «nosotros podremos “pasar” de política pero la política no “pasa” de nosotros». También todo el mundo vota o se abstiene, y hacer lo primero o lo segundo es apoyar una posición, es decir, meterse en política.


Del «complejo cultural» a la «reconquista» del «mundo de las ideas»

La derecha española ha vivido varias décadas dejando el «campo libre», en el mundo de las ideas, de la cultura y de los mitos, a sus supuestos contrincantes de la izquierda hispana. Aún cuando (o quizás por eso mismo) las realidades políticas, económicas y sociales de la derecha capitalista triunfaban en España y en el exterior, era la cultura, los mitos e ideales de la izquierda progresista los que mantenían su dominio en la mentalidad de las masas, de la mayor parte de los medios, y de casi todos los intelectuales de «reconocido prestigio». La derecha no mostraba el más mínimo interés en defender ninguna cultura que no sea la meramente de consumo comercial de masas, y aún ésta se veía dependiente de la cultura progresista. Las derechas no mostraban ideales, sino realidades políticas y económicas que defender. Bien pudo afirmar aquel famoso alcalde socialista, Enrique Tierno, que la derecha no tenía ideales sino sólo carteras. Y bien pudo decir un articulista falangista, Diego Boscán, que izquierdas y derechas habían pactado una «división del trabajo»: unos se encargaban del «dominio» de los sentimientos y de las ideas, y otros del dominio de la economía.

Podemos buscar razones del porqué ha venido produciéndose esta situación. No vamos a entrar mucho en ellas pero si un poco. Sólo vamos a recordar que en el seno del comunismo europeo, es decir, por la «banda de la izquierda», se abrió paso la consigna gramsciana que la izquierda revolu­cionaria debía llegar al dominio de la realidad mediante el dominio previo de los resortes culturales de la sociedad. El movi­miento comunista lanzó a sus motivados militantes a la con­quista de escuelas y facultades de humanidades, de las editoriales y de los medios de difusión. Al contrario de las consignas furiosas de Lenin contra los “social-reformistas”, los comunistas de esta época mantuvieron una alianza con el progresismo (que no tiene nada de revolucionario) y fue éste el que se benefició del «trabajo» de los comunistas. La única realidad que «convirtieron» era aquella que traducía la cínica frase de «quien no es comunista con veinte años no tiene corazón, pero quien es comunista a los cuarenta, no tiene cabeza». El progresismo, otro pantano de la tempestad roja, aprovechó la fuerza inicial de éste para completar el dominio casi total del mundo de las ideas.

Podemos preguntarnos porqué por la «banda de la derecha», y más concretamente en la española, se tuvo que per­mitir o pactar con la izquierda progresista. Pío Moa, uno de los lan­ceros del frente mediático de la derecha actual, avanzó una explicación: la «bellaquería» clásica de la derecha política española agrupada por el PP. Aunque esto lo explicaba para re­ferirse a la actitud sobre todo ante el nacionalismo vasco y el expansionismo marro­quí, lo que avanzaba era perfectamente válido ante la izquierda progresista: la de­recha ha renun­ciado plantear cualquier batalla por las ideas y los sentimientos por­que daba por sen­tado que los intereses económicos se imponen por sí solos. Para Moa esa actitud de la derecha era una «bellaquería» y un gran error, ya que los grupos, si bien durante un tiempo pueden predominar en ellos sólo la «cartera», al final sienten la necesidad que recurrir y justificar su existencia por el «corazón». Moa explica los batacazos consecutivos del PP (nacionalismos, Marruecos, 11-14 de marzo...) por haber creído que las razones económicas son suficientes para ganar o perder apoyos.

Pero la razón más repetida que explique esta «entrega» cultural de la derecha ha sido el famoso «complejo» de la misma, aquel «miedo insolidario del herbívoro» que hablaba el jefe del grupo de AP en el senado, Arespacochaga, para explicar la «cobardía» de la derecha ante la izquierda (suponemos que «carnívora»). Esta última razón, decimos, es la que más éxito ha cosechado entre las masas de la derecha. Y es que esta exitosa representación de sí mismos («nos hemos dejado ganar porque nos hemos dejado acomplejar») corre paralela a otras dos que tienen igual éxito tanto entre la derecha como entre la izquierda aunque con un sentido bien diferente: la idea que las «servidumbres de la democracia» las convierte en débiles; y la idea de la «vieja Europa». Ahora volvemos sobre ello.

Y es que la derecha española se pegó un buen batacazo cuando creía, una vez más, que el puro pragmatismo (llamado «sensatez» o «prudencia» por ella) que apuesta por arrimarse al más poderoso, y dejar las cosas como están, era suficiente para ganar apoyos o no generar re­chazo. Fue a partir de entonces cuando el «brunete mediático» de los liberal-conservadores empezó a calentar motores. Por nuestra parte juzgamos que han aprendido la lección: esta derecha de la «generación de marzo del 2004» se ha lanzado a tumba abierta a disputar las creencias y sueños de la izquierda. Ha comprobado que le cuesta caro «compartir el dominio» con el progresismo, y ha decidido «abaratar costos». El estrecho alineamiento político-militar -y parapolicial- de Aznar con la administración Bush apenas tuvo correspondencia en los medios: la mayor parte lo criticaron «con acritud».

Y es que la mayoría de España, así como sus medios, ni comparten el descarnado supre­macismo occidental («sin complejos» dice la derecha) ni la absoluta falta de escrúpulos mili­tares y judiciales de los Estados Unidos («firmeza», habla la derecha). En España, como en la mayor parte de la “Vieja Europa”, el occidentalismo tiene «mala conciencia», presume de las «servidumbres de la democracia» que nos hacen «generosamente débiles», y se re­crea de ser «vieja», es decir, escéptica ante la realidad y al mismo tiempo soñadora de utopías. Es decir: el Occidentalismo dominante aquí se reconoce sin fuelle, sin valor y decadente.

La derecha de la «generación de marzo del 2004» no es la derecha de 1975 o 1982. Y esto se refleja sobre todo en sus medios radiofónicos «inmoderados» (COPE, Intereconomía ...) y su prensa «sin complejos» (diario ABC..., semanarios Época, Alba...), así como en sus medios «moderados» (Onda Cero, Punto Radio, La Razón, El Mundo...). Este frente cultural-mediático se refuerza y se ve acompañado ahora por la derecha política nacional. Pero no sólo por ésta, sino que -como los antiguos comunistas del KOMINTERN- se siente ligada fiel­mente al servicio de su «Paraíso en la Tierra»: Estados Unidos.



Este frente mediático de la derecha española hace ascos del occidentalismo de la «Vieja Europa» por albergar ésta «dudas» sobre el sis­tema político, social y económico que ha de imponerse al mundo entero. Un sistema político, claro está, bajo el control indudable de una hege­monía concreta. Un sistema social unido al dominio de una clase social en especial. Y un sistema económico acompañado de buenos negocios para corporaciones deter­minadas. Los radiopredicadores y escribanos beligerantes de la derecha rinden admi­ración por los «ejecutivos agresivos» del Extremo Occidente, que no reparan en conside­raciones políticas o éticas de ningún tipo: el mundo es de los «ganadores» y lo que hace funcionar la máquina es la insaciable hambre de poder y beneficios de éstos. La prensa escrita y las cadenas de radio en creciente beligerancia sostienen que dejar que nos invada la duda o la mala con­ciencia por los fines, los métodos o las consecuencias de la mecánica que mueve a Occi­dente supone «alta traición» a Occidente. Por eso hay que desbancar urgentemente al progresismo.

Esto no lo explican al desnudo, por supuesto, sino recubriéndolo con palabras como «el prestigio de España», «la seguridad nacional», «la paz internacional», «la libertad», «la prudencia» o «cumplir nuestros compromisos» que sólo engañan a los que quieren dejarse engañar. Porque cuando la derecha habla del «prestigio de España» se refiere únicamente al prestigio del subordinado hacia quien detenta el poder (que en un mundo capitalista es quien dispone del capital). Cuando la derecha habla de «seguridad» se olvida completamente de los derechos que nos vendían como inviolables. Cuando habla de «paz» es para sostener la injusticia. Cuando habla de la «libertad» cabe preguntarse ¿Libertad para quien?. Cuando habla de «prudencia» está defendiendo el ocultamiento de los crímenes que sus admirados norte­americanos. Cuando hablan de «cumplir nuestros compromisos» se refiere únicamente a nuestras «obligaciones» para la hiperpotencia mundial, no con las «naciones miserables» como su clasismo inevitable les hace decir.

Pero estas razones son las únicas ni las más importantes del frente mediático. Porque al igual que el progresismo, los liberal-conservadores, además de las realidades políticas y económicas que defender, también se acompañan de mitos, «historias» y creencias. Cuales son las que el “brunete mediático” hace acompañar para justificar todo esto y «reconquistar» las mentalidades y sentimientos de las masas, son puntos de una explicación posterior.




 

 

 

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