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ORIENTACIONES

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¿Qué «Identidad»?

Por Pepe López

Pese a todas las pretensiones reductoras, «afortu­na­da­mente los seres humanos son inclasificables a un sólo nivel puro: eco­nó­mico, lin­güís­tico, social, geo­gráfico, etc». Pero no sólo no podemos hom­bres y mu­je­res, individual o colectiva­mente, quedar «de­termi­nados» o «iden­tificados» en únicamente uno de estos niveles, sino que todos estos ni­veles son subalternos en relación a las cua­li­dades, funciones o voca­ciones individuales -que definen mucho más a las per­so­nas- y son, asimismo, secundarios con respecto a las ideas, tareas y obje­tivos colec­tivos -que son las que realmente «identifican» a las co­muni­dades-

Ø La identidad que sobre todo nos importa

Entendemos que la única definición revolucionaria de pueblo es la de «comunidades movilizadas en pro­yec­tos afines», es decir, en su «fun­ción operante». Podemos ha­llar de­fini­ciones similares («pro­yecto su­ges­tivo de vida en común» -de Ortega- «uni­dad para cum­plir una mi­sión» -de Corra­dini- «unidad en orden a la realiza­ción de misiones su­pe­riores de interés co­lec­tivo» -de Schnei­der- etc.) pero toda for­mu­la­ción con un sentido dis­­tinto o con­trario a esta fórmula es de natu­ra­leza reaccio­naria.

En cuanto a la movilización del pueblo, o de la nación, todas las doc­tri­nas «clásicas» y míni­ma­mente «nor­males» (y hoy en día también todas las escuelas -aunque lo digan «con­fiden­cial­mente»-) han soste­nido siempre que los pueblos no se movilizan espon­tá­nea­mente, sino lo hacen por un vector, agente u organismo supe­rior, dotado de la voluntad y capa­cidad para ello. Ese factor ha variado de «formato» según épo­cas, cir­cuns­tancias y carac­terísticas de los grupos humanos a movi­lizar: Estado, Corona, Noble­za, Iglesia, Cofradía, Compañía, Or­den, Partido, Mo­vi­mien­to, Repú­bli­ca...

Parecía ló­gi­co esperar que este hecho, el del agente «movilizador» (quien mo­viliza) debía tenerse muy claro, por lo menos para todos los que se in­corpo­ran a cual­quier tipo de orga­ni­zación o asociación, aunque fuera sólo en teoría. Pero la evi­dencia más clara y la lógica más sencilla han sido, sor­pren­den­te­mente, sepultadas por la ilusión más es­pesa y la ilógica más extraña. Como sucedió en el pasado, se ha vuelto a colar la superchería y el «ídolo» que desvía las fuerzas y nos conduce -y a cualquier agrupación, del signo que sea- a la nada: la de tomar al pueblo o a la nación como «herencia natu­ral». Todas las concep­cio­nes políticas con un mínimo de con­sistencia y un sentido sufi­ciente de operatividad, han afir­mado la pri­macía de la voluntad humana y de lo reali­zado por el es­fuer­zo (Es­tado, De­recho, Historia, Polí­tica) sobre las entidades primarias (las par­ticularidades, lo Natu­ral, lo individual, lo espontáneo, las inercias se­cu­la­res...). Además, cualquier expresión que aspire a trans­formar la sociedad en la que vive, por lógica aplastante, ha de tener aún más clara esta jerarquía. Pensar lo contrario es propio de tendencias reac­cio­na­rias, con­ser­va­doras o pasivas, por muy «anarcas» o «nihilistas» que se vis­tan éstas.

El mismo hecho de re­co­nocer el hecho y el valor de quien movi­liza ha sido una muestra (o una con­se­­cuen­cia) de la validez del principio im­pulsor, re­volucio­nario (y clásico) de pueblo: el porqué o para qué se movi­liza. Al pueblo se le moviliza por un proyecto que re­quiere un quehacer en común: para defender inte­reses, para satisfacer ne­ce­si­da­des, para conquistar derechos, para luchar por ideales...

Lo que ocu­rre con el pueblo, pasa también (y como no puede ser de otra manera) en muchos otros ám­bitos, por ejem­plo, en los que fundan una familia, o lo que ve­­mos en una fábrica: lo que cuentan son sus objetivos y su actividad. En un sistema capi­talista, la actividad se realiza para que el capital gane más capital, y la fábrica existe en función de la actividad que realiza y las ganancias que obtiene. Y es lo que pasa en cualquier par­tido, incluso en los partidos na­cio­nalistas. Están unidos por unos re­cha­zos o por una aspi­ración política (o económica-mafiosa). A nadie mínimamente serio se le ocurre con­si­­derar como causa de movilización el gusto común por comer buti­farra o papas con mojo picón, por ejemplo, por mucha retórica que se haga sobre eso en Cata­luña, en Canarias o en Abjasia. A nadie se le ocu­rre, por ejemplo, clasificar industrias o comercios por los mate­riales con los que están construidos sus locales: de madera, de hierro, de plástico o de piedra. Si alguien hace eso se le trataría de maja­dero. Pero ¡Que cu­rioso! lo que nadie se atreve hacer con empresas o partidos, sí lo han hecho y siguen haciendo con los pueblos.

Existe una correspondencia entre los conceptos de identidad y los conceptos que se tienen del Es­tado, así como de los seres hu­ma­nos... en definitiva: con la visión del mundo que se asume. Co­­mo hay visiones del mundo opuestas, existen, por consi­guien­te, vi­siones de la «iden­tidad» radicalmente in­com­pati­bles. Luego la dis­cu­sión no es iden­tidad sí, iden­tidad no, sino que con­cepto de iden­tidad se de­fien­de, y para qué. La idea de iden­tidad como «lo nati­vo» o las particularidades, es reeditar la idea romántica y re­duc­cionista de las na­ciones: creer que lo determinante de éstas son los caracteres ét­nicos, lingüísticos, topo­grá­ficos, climatoló­gi­cos.

Análo­ga­mente a lo que han hecho con los seres humanos, donde un in­divi­dua­lismo univer­sa­lista ha des­pre­ciado y roto con la di­men­sión fun­damental: la de perso­nas (es decir, como sujetos in­cardinados en una o varias comunidades, titulares de derechos y deberes con­cretos, con fun­ciones, cualidades, voca­ciones y mé­ritos distin­tos), el na­tu­ra­lismo ha despreciado y roto lo que verda­de­ra­mente cuenta en los pue­blos: su iden­tidad como «co­muni­dad movilizada en pro­yec­tos afi­nes», es decir, la de­finida por sus fun­­ciones operantes, mar­ca­das por una unión política, por un marco histórico de fuerzas y vo­­luntades. Esto es un estado. Por tanto, todo estado (o todo movi­mien­to emer­gente que quiera trans­formar ese estado) es, por su natu­raleza com­pletamente his­tórica y nada «natura­lista», una «obra» que «obra», un logro «artificial»... como las perso­nas de verdad (los humanos que realizan sus funciones y vo­ca­ciones)... y la mismí­sima agri­cul­tura (pues lo natural sería la recolección de alimentos silvestres).

Ø Las seis inversiones de los reduccionismos de la identidad

En correspondencia a los conceptos brutalmente reduc­cio­nistas del ser humano y del mundo que tanto éxito han tenido en nuestra sociedad, se han acogido conceptos análogamente re­duc­cionistas de la iden­ti­dad que han provocado seis «in­ver­sio­nes» capitales.

* 1ª inversión: la propia reducción de los hom­bres y de los pue­blos a la «suela» inferior de lo etnográfico y del na­tu­ra­lismo, un plano que no es menos estrecho y material que el eco­nómico. Hombres y pueblos son reducidos y subordinados a los «elementos» químicos o na­turales. Estos «elementos» no tienen más valor que otros como el di­nero o la fuerza bruta. Personas y co­muni­dades son tratados como si fueran compuestos mine­rales o especies vegetales.

* 2ª inversión: la negación a compartir un es­tado con otros grupos, «tri­bus» o «cantones», a participar con ellos en cualquier proyecto su­ges­tivo de vida en común. El mundo se representa como com­par­ti­mentos estan­cos entre barreras irreductibles de «hechos diferenciales na­tu­rales» y, en conse­cuencia, se impone el sepa­ratismo y se multi­pli­can los enanos y cantonalismos.

* 3ª inversión: la erradicación de toda riqueza étnica en un territorio o una población para forzar su uni­formización. Pues se resalta unos «carac­teres prima­rios» en detrimento de otros «caracteres prima­­rios» asen­tados en el mismo territorio. Los iden­ti­tarios invertidos em­po­brecen o amputan los pueblos y territorios tra­tando de reducirlos a unas carac­te­rísticas par­ti­culares. Así se da la -aparente- paradoja que los llamados a «preservar» una identidad o «he­rencia natural»... ponen mayor empeño en hacer que los demás aban­donen las suyas propias y se hagan idénticos a los primeros.

* 4ª inversión: la imputación como ene­migos a todos los grupos y per­sonas que mantienen con fuerza justo aquello que esos «iden­ti­tarios» anuncian como lo más valioso de cada cual: la propia identidad, ya que "retratan" las identidades como inevi­ta­blemente anta­gónicas y perjudiciales entre sí. Al pregonar que cualquier otra iden­tidad, por el hecho de man­te­ner­se viva junto a otra, representa siempre el primer peligro para ésta, los identitarios invertidos son los que apuntan como mayor ame­naza para su idiosincrasia específica precisamente a las identidades más defini­das, y son los que emplean mayor animosidad en buscar la des­truc­ción de las iden­tida­des que justamente consigan ser más fieles a sí mismas y demuestren mayor re­sis­ten­cia a la «in­diferenciación globa­lista».

* 5ª inversión: la ocultación de las causas de los problemas reales que sacuden a los pueblos. Los iden­ti­tarios invertidos confunden las causas al atribuir a factores étni­cos lo que es imputable a factores económicos, sociológicos, políticos o fallos del paradigma domi­nante. Ocultan las causas de los pro­blemas atribuyéndoles motivos étnicos, y cuando no pueden re­currir a confundir las causas... ignoran los problemas.

* 6ª inversión: la aceptación de hecho de un siste­ma que, aunque diga com­batirse, se termina aceptando, por­que se le consi­dera algo neutro o accesorio y no se señalan en él las causas de los pro­ble­mas, ya que se ve indiferente que exista un sistema u otro: pues para los identitarios in­ver­tidos sólo cuenta y les importa la «etnografía» que, por otra parte, siem­pre es recreada y adulterada (igual que los «ecologistas urbanitas» se re­crean una «naturaleza bucóli­ca» ajena e incompatible con la vida del campe­sino, que es quien vive real­mente en la natura­leza).

En definitiva, los reduccionismos e inversiones de la identidad fomentan los antagonis­mos entre los pueblos así como la erradicación de las identidades dife­rentes. Pero lo más grave no es que se defienda una iden­tidad «na­turalista» y «nega­tiva» que sólo puede afirmarse a tra­vés de la eliminación (o diso­lu­ción) de otras identidades «hori­zontales». No. Lo más gra­ve, en primer lugar, es que su­pri­men lo más importante: nuestra identidad «vertical», la política, la nacida del con­curso de vo­luntades y es­fuerzos comunes, la identidad real operativa de «movilizado por un pro­yec­to común», porque niegan o des­precian la dimensión emi­nen­temente superior de lo polí­tico y de la his­toria. Y terminan asumiendo inevitablemente toda la política y toda la cultura del régimen do­mi­nante.

El identitarismo etnicista (ferozmente enemigo de las identidades po­lí­ticas y, en consecuencia, enemigo funda­mental de cualquier in­ten­to rebelde o re­vo­lucio­nario) no sólo supone una re­ducción brutal (tanto en lo individual como en lo comunitario) a los factores de un nivel, el étnico o el biológico, sino que, encima, para colmo, desata una dis­cri­minación o «limpieza» de fac­tores étnicos, de elemen­tos del nivel al cual ha reducido el «he­cho comunitario» o indivi­dual. Es decir -para poner un ejemplo gráfico- no sólo se establece que la identidad de Ca­ta­luña consiste en sus aguas, sino que se discrimina al Río Ebro porque nace en Reinosa o se ignora al Mar Medite­rráneo porque trae agua del Atlántico. El materialismo zooló­gico (buena definición de Trotsqui) es una ca­la­midad no sólo por reducir los pueblos a un «zoo», a su dimensión ani­malesca, arran­cándole otras facetas y dimen­sio­nes que representan ni­veles de carac­terís­ticas mucho más im­por­­tan­tes que los sanguíneos, topográficos o costumbristas. Es una calami­dad mayús­cula porque va más allá de «clasificar a los seres humanos a un sólo nivel puro», puesto que al concebir como problema mayor que exista más de una especie en el «zoo», trata, por consiguiente, de erradicar la misma di­ver­sidad animal para imponer una sola especie o una sola raza. Así pues, los identitarios etnicistas comparten con los mundialistas y con sus tan odiados «partidarios del mestizaje», el mismo senti­miento bá­sico: el odio por la presencia de las diferencias.

Algunos advirtieron que comunismo y capitalismo eran brazos de la misma tenaza. Hoy ocurre algo similar. Nos hallamos entre la tenaza antipopular, anticualitativa y anti-diferencialista del mundialismo por un lado y del etnicismo identitario por el otro. El mundialismo aboga por erra­dicar las dife­ren­cias. El etnicismo por exa­cer­barlas para que unas se encar­guen de eliminar a las otras. El brazo mundialista de la tenaza es des­preciar las diferencias, con objeto de des­natu­ralizar y nivelar por lo más generalizado y por lo arbitra­ria­mente considerado como «hu­ma­no universal» (pues no es universal sino algo subjetivo generalizado a toda la especie huma­na). La otra parte de la tenaza, la et­ni­cista, exa­cerba las diferencias «naturales» o «ad­quiri­das» (o creadas a posta para marcar distancias como sea) ra­cio­nalizando prejuicios e in­te­reses particulares, para erradicar la riqueza y uniformizar un terri­torio y un pueblo entero. De la misma forma que el mundialismo gene­raliza una subjetividad a todos los pueblos del mundo, el etni­cismo dis­cri­mina de un conjunto (o se inventa) una serie de carac­terís­ticas étnicas, las presenta como esenciales y homogéneas para todo el conjunto, y em­prende así la uniformización, asimilación o «normali­za­ción» de to­das las partes de la po­bla­ción étnicamente «anormales».

Mun­dialismo y etnicismo se basan en los mismos presupuestos an­tro­­poló­gicos, res­pon­den a las mismas leyes, y pre­tenden el mismo fin.

En conclusión: el etnicismo no sólo es uno de los dos grandes enemigos declarados de las iden­tidades políticas e históricas, sino que es también uno de los dos mayores ene­migos de las iden­ti­dades étnicas, pues al considerar como ene­migos naturales otras etnias presentes, ine­vi­ta­ble­mente trata de «ba­rrer la ame­naza» o la «compe­tencia natural» .

                                                                                   

3 comentarios

Pepe López -

Saludos, Cordura.

Es que la persona no sólo tiene un plano.
Ni sólo "externo" (caeríamos en el individualismo) ni sólo "interno" o "incardinado" a una comunidad (caeríamos en el colectivismo, sea social, nacional, confesional...).

La persona tiene un plano estrechamente conectado con la esfera política (familiar, nacional, social...) pero la persona, desde luego, NO SE AGOTA en este plano.

La tentación uniformizadora se evita reconociendo en serio que el hombre es portador de valores eternos (sabemos que es una frase manida pero no por ella menos importante) y que tiene la capacidad de trascender su plano social, político o histórico (Dios mediante para el creyente).

Toda persona mínimamente completa tiene un plano horizontal, que la "interna" o "incardina" en lo social (un plano eminentemente humano) y un plano (mejor dicho sería decir "eje") vertical, que le permite trascender ese plano.

Cordura -

[Perdón: El anterior me ha salido cortado.]

Brillante. Hay frases antológicas, en mi opinión:

«La dis­cu­sión no es iden­tidad sí, iden­tidad no, sino que con­cepto de iden­tidad se de­fien­de, y para qué.»

«Los identitarios invertidos son los que apuntan como mayor ame­naza para su idiosincrasia específica precisamente a las identidades más defini­das.»

«Nos hallamos entre la tenaza antipopular, anticualitativa y anti-diferencialista del mundialismo por un lado y del etnicismo identitario por el otro. El mundialismo aboga por erra­dicar las dife­ren­cias. El etnicismo por exa­cer­barlas para que unas se encar­guen de eliminar a las otras.»

Etcétera.

[Mis discrepancias de fondo serían porque cuestiono la definición, más o menos explícita, de “persona”: «personas (es decir, como sujetos incardinados en una o varias comunidades, titulares de derechos y deberes concretos, con funciones, cualidades, vocaciones y méritos distintos)». Además, tengo serias dudas de que la 'nación' por la que aquí se aboga esté más libre de la tentación uniformadora que el globalismo y el etnicismo. La razón es de índole metafísica: esa “nación política” se mueve también en el mismo plano de inmanencia que las otras concepciones. Sólo trascendiendo ese plano, definiendo de otro modo a la PERSONA (externo a dicho plano), se puede evitar esa tentación.]

Cordura -

Etcétera.

[Mis discrepancias de fondo serían porque cuestiono la definición, más o menos explícita, de “persona”: «personas (es decir, como sujetos incardinados en una o varias comunidades, titulares de derechos y deberes concretos, con funciones, cualidades, vocaciones y méritos distintos)». Además, tengo serias dudas de que la 'nación' por la que aquí se aboga esté más libre de la tentación uniformadora que el globalismo y el etnicismo. La razón es de índole metafísica: esa “nación política” se mueve también en el mismo plano de inmanencia que las otras concepciones. Sólo trascendiendo ese plano, definiendo de otro modo a la PERSONA (externo a dicho plano), se puede evitar esa tentación.]