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“EL SOCIALISMO, LA ÚNICA OPCIÓN PARA SALVAR EL PLANETA”.
Por Cristina Pérez

Según el último informe de la asociación W.W.F. («World Wildlife Fund») – Ade­na, consumimos, nada menos, un 25% más de la capacidad de re­ge­ne­ra­ción del planeta. De seguir así el crecimiento y el consumo de recursos, para el 2050 tendríamos que colonizar otro planeta para poder mantener los niveles de vida de Europa.

Hoy por hoy, en el otoño del 2006, economía y ecología se presentan como términos mutuamente excluyentes. Pero no siempre fue así.Economía y ecología parten de la misma raíz etimológica griega: οίκος [oicos] que significa “casa”. Aunque el término ecología lo acuñó el prusiano Haeckel en 1866, entendiendo por tal la ciencia que estudia las relaciones de los seres vivos con su medio natural, y más tarde ampliando esta definición al estudio de las características del medio –que también incluía el transporte de materia y energía y su transformación por las comunidades biológicas– recordemos que las antiguas civilizaciones -como la griega, la romana, la céltica, la germánica…- tenían una concepción similar del papel del hombre en el mundo. ­ ­­­­­­­­­­­­­

Todas partían del axioma que el hombre formaba parte de un todo armónico en el que las partes encajaban de una forma orgánica sin exclusiones ni departamentos estancos. Pero esta visión se rompe con el desarrollo del cristianismo occidental, con su visión antropocéntrica, particular derivación del Génesis, donde el mundo se convierte en algo completamente exterior al hombre y objeto a depredar y explotar. Esta visión antropocéntrica que el hombre occidental tiene del entorno y de sí mismo, lo torna en centro y amo soberano de la creación, legitimando su relación de dominio absoluto sobre ella, cosificándola, reduciendo la creación al mundo físico y considerando éste como algo inerte, radicalmente “extraño” y que no tiene más función que proveer material para los individuos. Tal percepción de "independencia" le ha llevado a explotar ilimitadamente su entorno natural, sin comprender que es profundamente partícipe de los procesos orgánicos y vitales que lo enlazan a la raíz última del universo. El hombre occidental ha terminado comportándose igual que un virus sobre el cuerpo del planeta tierra. ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

La economía una ideología que deviene en ciencia

El momento preciso en el que la economía se desliga del orden de los “medios” y pasa a ser del orden de los “fines”, es en el Renacimiento. La economía ya no empezó a verse integrada en un todo, sino que todo se empezó a poner al servicio de la economía. Los fisiócratas del XVIII representaron una ligera corrección de este curso, pues aún sin apartarse de su principio, intentaron de algún modo armonizar la explotación de los recursos y la obtención de beneficios, con cierto equilibrio con el medio. Ellos consideraban que la única actividad gene­radora real de riqueza para las naciones era la agricultura, oponiéndose al mercantilismo, que enfatiza en el comercio de bienes entre los países. Los fisiócratas resaltaron la importancia de la tierra y algunos clásicos mantuvieron tal consideración atisbando los problemas del crecimiento ilimitado. Pero el movimiento de los fisiócratas sólo fue un intento, por otro lado poco coherente. ­ ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

El mercantilismo vencedor en su disputa con los fisiócratas, es el que sienta las bases del capitalismo y se fundamenta en el intercambio de mercaderías con lo cual el medio deja definitiva­mente de representar un entorno “sacro” y se convierte en un bien intercambiable, vendible, en definitiva en una cosa. El término economía política empezó a utilizarse precisamente en Inglaterra, en el siglo XVIII, para vencer la influencia de los fisiócratas franceses. Los principales exponentes de la economía política fueron Adam Smith y David Ricardo. La publicación del libro "La Riqueza de las Naciones" de Adam Smith en 1776, está considerado el origen de la Economía como ciencia. Y le concedió a su autor el título de fundador intelectual del capitalismo.­­­­­­­­­­­­­­­­­­

El capitalismo, que es la evolución lógica del mercantilismo vencedor, ya no cree en la mercancía, ni siquiera tiene en cuenta a los demás factores productivos: sólo busca, persigue y obtiene el aumento ilimitado y la concentración de capital, que es lo que le permite provocar los saltos cíclicos tecnológicos que se producen de forma periódica.

Todo esto, y no otra cosa, es lo que nos hace vivir en la realidad actual, una visión del mundo nacida de una particular deriva judeocristiana, en conjunción y sincronía perfecta con la ideología capitalista santifican al mercado y cual dios cruel sacrifican a los seres humanos y a toda la naturaleza. Lo que en un principio era un medio para alcanzar la satisfacción necesidades humanas se convierte en un fin en sí mismo, con el aval de una serie de ideólogos que por arte de magia se convierten en científicos, cuando la experiencia real demuestra que todos sus paradigmas no son más que humo. Eso sí, un humo bien espeso que pocos se atreven a despejar. En coincidencia con el despliegue del liberalismo clásico, y en oposición a él, se desarrollaron las teorías marxistas criticando las contradicciones del capitalismo, pero incapaces de proporcionar alternativas viables. A partir de mediados del Siglo XIX, la economía pretende emular otros desarrollos científicos, como los de la física, y simplifica el complejo universo social. ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­ ­­­­­­­­­­

En los supuestos limitantes quedó fuera cualquier consideración que tuviera que ver con el medio ambiente, más allá de la incorporación de materias primas, energía o costes privados en relación con él. El argumento de los economistas para vivir de espaldas del medio ambiente era que la economía se ocupa de los “bienes económicos” y que los recursos naturales no tienen en sí mismos consideración económica más que cuando son explotados. Hemos de esperar a que algunos economistas empezaran a considerar lo que llamaron fallos del mercado. Hasta hace unos años pocos economistas consideraron el tema medioambiental y lograron que sus ideas fuesen aceptadas. Pigou y Coase proporcionaron explicaciones y líneas de actuación que apuntalaban los fallos más llamativos de la teoría neoclásica respecto al medio ambiente.­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

Arthur Cecil Pigou, (1877-1959) está considerado como el fundador de la Economía del Bienestar y principal precursor del movimiento ecologista al establecer la distinción entre costes marginales privados y sociales, y abogar por la intervención del estado mediante subsidios e impuestos para corregir los fallos del mercado e internalizar las externalidades. “El que contamina paga”. ­­­­­­­­­­­

Ronald H. Coase (1910-), con sus planteamientos, se contrapone a la lógica pigouviana afirmando que para llegar al óptimo social no se necesita la regulación gubernamental de la externalidad, ya que el mercado se autorregulará. Parte del problema de gestión de los recursos naturales vendría generado por la falta de una asignación adecuada de los derechos de propiedad y los consiguientes fallos de mercado. Han sido tradicional­mente las tesis de Pigou, con un enfoque más de izquierdas, las seguidas por las políticas medioambientales europeas, mientras que las tesis de Couse, de corte más liberal, han sido seguidos por las administraciones norteamericanas. Pero esto no dejan de ser meros parches, que no ponen solución. Las tesis de Pigou o los planteamientos Coasianos, no dejan de ser estupideces destinadas a anestesiar las conciencias de la izquierda de caviar, de los revolucionarios de salón, de los ecológicos paisajistas y de esa derecha “panzona” que nunca ha entendido el concepto de justicia y practica la caridad. ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

"No podemos esperar… y no podemos equivocarnos"­­

El sistema económico capitalista, basado en la máxima producción, la continua excitación del consumo, la explotación indefinida de recursos y el beneficio como único criterio de la buena marcha económica, es insostenible. Un planeta limitado no puede suministrar indefinidamente los recursos que esta explotación exigiría. Por eso se ha impuesto la idea que hay que llegar a un desarrollo real, que permita la mejora de las condiciones de vida, pero compatible con una explotación racional o mesurada del planeta que cuide el ambiente. Es el llamado “desarrollo sostenible”. La más conocida definición de Desarrollo sostenible es la de la Comisión Mundial sobre Ambiente y Desarrollo (Comisión Brundtland) que en 1987 la anunció como: "el desarrollo que asegura las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para enfrentarse a sus nece­sidades propias". Según este planteamiento el desarrollo sostenible ha de conseguir a la vez: ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­ ­­­­­­­­­­­­­­­­­ ­­­

· Satisfacer las necesidades del presente, fomentando una actividad económica que suministre los bienes necesarios a toda la población mundial. Resaltando "las necesidades básicas de los pobres del mundo, a los que se debe dar una atención prioritaria". ­­­­­­­­­­­­­­­­­­

· Satisfacer las necesidades del futuro, reduciendo al mínimo los efectos negativos de la actividad económica, tanto en el consumo de recursos como en la generación de residuos, de tal forma que sean soportables por las próximas generaciones. Cuando la acti­vidad del pre­sente supone costos futuros inevitables (por ejemplo la explotación de minerales no renovables), se deben buscar formas de compensar totalmente el efecto negativo que se está pro­vo­cando (por ejemplo desarrollando nuevas tecnologías que sustituyan el recurso gastado). ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

Por tanto, lo primero que hemos de hacer es plantear nuestras actividades “dentro” de un sistema natural que tiene sus leyes. Pero entendemos que cuando decimos “que debemos plantear nuestras actividades” es que decimos esto mismo: que estamos obligados a plantearlas, y eso excluye de antemano cualquier actitud de “espera” a que los agentes económicos que intervienen en el mercado sean los que decidan “auto­­co­rregirse” o que la “mano in­vi­sible” que “regula” el mismo “autorre­gu­le” la explotación de los recursos, la producción, el consumo o la obtención de beneficios, así como descarta toda “confianza” en que este estado de cosas pueda con “campañas de concienciación” pública.­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

Plantear nuestras actividades económicas exige la co­rrespondiente capacidad y voluntad soberana de planificar la economía. Si debemos usar los recursos sin trastocar los procesos básicos de “funcionamiento” de la naturaleza ¿Cómo no puede exigirse que sea el poder político el que limi­te y asigne esos recursos, y que no lo sea la “demanda” social ni el interés económico o científico de nadie? La primera conclusión política es ésta: necesitamos un compromiso de futuro (nunca mejor dicho) y ese compromiso nos exige estados soberanos dispuestos, por lo pronto, a planificar la producción, moderar los consumos, limitar y asignar los recursos, y, cómo no, controlar los márgenes de beneficio del capital. ­­­­­­­­­­­­­­­­ ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

Sin socialismo (o sin socialización –si así se le quiere llamar para no ser asociado a sistemas fracasados o partidos estructuralmente corruptos y tan partícipes del sistema como los ostentosamente liberales–) es y será imposible el desarrollo sostenible. Asimismo, el com­­promiso por res­taurar el equilibrio entre el hombre y el entorno natural, que no sólo es una exigen­cia de nues­tra época sino so­bre todo una ne­ce­sidad de las ge­ne­raciones del ma­ña­na, nos exige un cambio de mentalidad, no sólo para la lucha por la primacía política y social sobre los grupos económicos, sino para luchar por el equilibrio en nosotros mismos. ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

Porque cuando se dice “asegurar las necesidades del presente” hay que insistir en eso mismo: asegurar el uso y consumo de lo que es efectivamente necesario para los pueblos y las personas, y no obligación de atender todo lo que no supongan necesidades, sino que significan intereses, lujos, necesidades sugestionadas o dependencias expresamente creadas. También quedan por descartar las visiones reduccionistas del hombre (como la sostenida por el “socialismo científico”) por estar gra­ve­mente incapacitadas a la hora de reconocer o apreciar las necesidades de los pueblos -en gran parte la causa principal del fracaso estrepitoso del llamado “Socialismo real” estuvo ahí–.­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­

Como señalábamos al principio, el informe de la W.W.F.-Adena confirma que este modelo de civilización no es viable, que nos encaminamos a marchas forzadas hacia la aniquilación. Todos los países del mundo –con excepciones como Cuba, que mantiene un equilibrio entre la obtención de los recursos y el consumo, recordemos que Cuba no es un país capitalista– son los responsables de la destrucción del planeta y los únicos verdugos de más de dos tercios de la población mundial. Pero lo que esta realmente mal no es que se consuma un 25% más de la capacidad de renovación de los recursos del planeta, ni tampoco lo peor es que se condene al subdesarrollo a dos tercios de la población mundial: lo que no funciona es el propio marco civilizatorio en que se desenvuelve la humanidad en el siglo XXI. Hemos de volver al origen.

Hemos de comprometernos a ser originales, solo es posible superar esta coyuntura si se redefinen los parámetros. Por tanto, las conclusiones de la Comisión Brundtland sobre Desarrollo Sostenible nos aparecen también insuficientes, porque no dan con la clave y la exigencia fundamental: la economía ha de volver al orden de los medios, ha de estar al servicio de la política y la política al servicio de la civilización, ese es el orden lógico y coherente. ­­­­­

El mundo no está aparte del hombre ni el hombre aparte del mundo, ambos se interrelacionan, ambos se condicionan por lo tanto economía y ecología deben ser las dos caras de la misma moneda, y esto sólo se consigue si no se está sujeto al balance de resultados a fin de año, si no se atiende a los caprichos de los consejos de administración de las distintas empresas, si se hace oídos sordos a los consejos de esa horda de tahúres que se esconden tras las direcciones de los bancos y su accionariado, en definitiva sólo se consigue si se golpea con un mazo, con el mazo del Socialismo, la base de la pirámide de explotación del capitalismo. ­­

Los componentes del Socialismo que propugnamos se fundamentan en la lucha sin cuartel contra la última fase y más perfecta del capitalismo: la Globalización. Y por la apuesta decidida y firme por la reactivación de los mer­cados nacionales tanto en Europa como en África como en Hispano­américa, esto traería consigo la aparición: de espacios autocentrados de consumo y de producción, la aparición de economías que en el plano internacional se com­plementarían, la apuesta decidida por la diversificación de la producción agrí­cola y ganadera, y la desaparición de criterios industrialistas que lo único que traen es miseria, enfermedad y muerte. Y todo esto arropado por políticas estatales que defiendan la satisfacción de las necesidades de los más, frente a los caprichos y veleidades de la oligarquía que solo están pendientes de las contracciones orgasmáticas de la bolsa. Si no se consigue aca­bar con el sis­tema oc­cidental, Occi­den­te conseguirá aca­bar con el pla­neta. Algunos gru­pos están pre­di­can­do –y de­sean­do– el fin del mundo. Otros nos debemos de comprometer a impedirlo.

 

 

 

1 comentario

angela -

Podría saber nombres de los principales fisíocras.