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EL ENGAÑO DEL "CHOQUE DE CIVILIZACIONES" Y DE LA "GUERRA CONTRA EL ISLAM"
Hashim Bustani

La retórica sobre un "choque de civilizaciones" y una "guerra con el Islam" se ha difundido fácilmente en el discurso intelectual árabe*, donde ha arraigado firmemente junto a otros "conceptos" similares (que prefiero calificar de "no-conceptos" –como el término "terro-rismo"– puesto que son extremadamente vagos y, a pesar de ello, tienen carga ideológica), unos "no-conceptos" que fueron fabri-cados en centros imperialistas. ­­­­­­­­Así pues es extremadamente importante preguntar: ¿Constituye un tópico independiente el "choque de civilizaciones", o es un término de camuflaje para una lucha que, en realidad, encarna algo diferente?­­­­

[*en el árabe y -añadimos nosotros- en Europa]

 

(I) ¿Choques continuos? ¿O fin de la historia?

Después del colapso del bloque socialista y del fin de la Guerra Fría, alcanzaron cierta prominencia dos teóricos con proclamas sobre la "tendencia" del momento. El primero de ellos fue Francis Fukuyama, quien habló del «Fin de la historia»: la victoria final y total del capitalismo como el sistema socioeconómico decisivo para la humanidad. El capi­ta­lismo de Fukuyama re­pre­sentaba la resolución de todos los con­flictos, la disolución pos­trema del materialismo dia­léctico y su mala­famada ley de unidad y contradicción de opuestos.

El segundo teórico, contrario a Fukuyama, no percibió el fin de la historia como fruto de la su­puesta victoria del capitalismo. Samuel Hun­tington formuló el con­cepto del «choque de civili­zaciones» al ver una cris­talización de otro conflicto: el conflicto de la civilización judeo-cris­tiana con civilizaciones orientales, como un nodo emergente (Islam, bu­dismo, etc.). En este sentido, la historia sigue abierta, y el ca­pi­talismo sigue siendo turbulento, lejos todavía de lograr estabi­lidad.

 Es obvio que ambos conceptos son contradictorios.

 

(II) Fukuyama: El fracaso del idealismo

Fukuyama expresó una ideología idealista liberal metafísica inspirada por los «valores, insti­tuciones, democracia, derechos individuales, el esta­do de dere­cho y la prosperidad basados en la libertad econó­mi­ca»[1] del modelo de Estado de bienestar capitalista, en el que están pre­­sen­tes como amortiguadores sociales la seguridad social, la aten­ción sanitaria, la educación y de­re­chos la­borales razonables pa­tro­ci­nados por el Estado. Se presumía que este modelo dura­ría y suminis­tra­ría satisfacción para la humanidad.

El idealismo de Fukuyama no le ayudó a identificar el hecho que el propósito principal del capitalismo es aumentar las ganancias, haciendo caso omiso de cualquier otra consideración. El Estado de bienestar, tal como es estructurado por el sistema capitalista, fue sólo un precio que este sistema se vio obligado a pagar para prevenir la «amenaza co­mu­nista», que era un modelo que prometía más justicia social, más igual­­dad, y más distribución de la riqueza entre la gente. Por ello, el ca­pi­ta­lismo tuvo que «invertir» una parte de sus beneficios para detener el con­tagio de un modelo que pro­metía más justicia social. El Estado de bienestar era más “barato” que enfrentar la agitación laboral, y posi­bles re­voluciones, dentro de los Estados capitalistas.

Según la simple ley de causa y efecto, una vez que ha terminado la causa (en este caso el blo­que socialista), el capitalismo dejará de fi­nan­ciar el Estado de bienestar. Tam­bién abando­nará el Estado basa­do en el derecho, y tendrá lugar una acelerada trans­formación del modelo liberal al modelo neoliberal. Es la trans­formación objetiva que Fuku­yama no vio: el Estado capi­talista des­cartando sus contribuciones a la atención sanitaria, a la educación (por ejemplo: la pro­po­sición de en­miendas constitucionales en Grecia para permitir universidades del sec­tor pri­vado, pro­vo­cando así manifestaciones estudiantiles a co­mien­zos de 2007) [2], y a los derechos la­bo­rales (por ejemplo: la modifi­cación de leyes laborales en Francia provocando manifesta­ciones a co­mien­zos de 2006, la modificación del sistema de pensiones en Fran­cia, pro­vocando amplias huel­gas), aparte de desplumar a los tra­ba­ja­dores en los Estados capitalistas mediante el trabajo del Sur – un doble bene­ficio para el capitalismo: (a) reduciendo los salarios y (b) re­for­­mulando la lucha como una lucha de trabajadores contra tra­ba­jadores, los tra­ba­jadores del Norte contra los del Sur ¡En lugar de todos contra el capita­lismo! –

Finalmente, la única superpotencia que quedó, tuvo que invadir el mundo por tres razones prin­cipales:

1. - Para obtener el control directo sobre los recursos del globo y empla­za­mientos geopolíticos estratégicos para impedir que otros rivales en ascenso (China, Europa) amenazaran su situación.

2. - Para llenar las brechas dejadas por la anterior superpotencia (ahora eliminada) [3].

3. - Para eliminar toda resistencia activa o prevista contra este proyecto de hegemonía global.

Fue el golpe final para las ilusiones de eterna estabilidad de Fukuyama. Hay quien, sorpren­dido, pregunta: «¿Cómo demonios llegó el mundo "civilizado" a esta situación?» Pero el "mundo civilizado" no llegó a esta situación; ésta ya estaba empotrada en la estruc­tura orgánica del capi­talismo, esperando el momento histórico propicio para salir a la superficie.

Fukuyama interpretó mal la evidencia: la historia no terminó, ni terminaron los con­flic­tos, y no se logró la estabilidad bajo el capitalismo con su ideología neoliberal. Por lo tanto, Fukuyama se vio, finalmente, obligado a admitir el fracaso de su tesis y a declarar su oposición al pro­yecto de los neoconservadores.

 

(III) El materialismo metafísico de Huntington

Huntington tuvo una base más materialista de discusión, comprendió que los conflictos dentro de la historia siguen abiertos, pero, como Fu­ku­yama, es meta­físico, y plantea un doble dis­cur­so de engaño y jus­ti­ficación al definir la razón de conflictos como si fue­ran características inhe­rentes de las civilizaciones.

La ideología ambivalente de Huntington constituye la plataforma ideal para la propa­ganda interna y externa del capitalismo:

- Internamente, al conceptualizar que la agre­sión imperialista contra otros, es esencial y nece­saria para la preservación exis­tencial de la civilización judeo-cristiana amenazada por los salvajes;

- Y, externa­mente, al deformar la lucha por los recursos y la geo­po­lítica (una lucha ma­te­rialista) como si fuera otra distinta, basada en re­ligiones y civiliza­ciones (una lucha metafísica).

 ¿Cómo podemos entender mejor el doble engaño de Huntington?

 

(IV) El engaño interno

La tesis del choque de civilizaciones describe un peligro inminente que amenaza a la gente del Norte. Este peligro debe ser enfrentado y eliminado de raíz, en su sitio, antes de que tal peligro se expanda y "nos" alcance. Ese peligro no tiene que ver con detalles al margen; al con­trario, es total, se extiende sobre todos los aspectos de la vida tal como la conocemos. Es un peligro para la propia civilización, en su esen­cia. Por ello, la batalla en su contra es de vida o muerte, es una batalla entre la vida y la muerte. De esta manera, el "Imperio del Mal" (la clásica acuñación de Reagan en la Guerra Fría) es re­pro­du­cido de un modo más abstracto. Es el enemigo ideal del capita­lismo neoliberal: fantasmal, imposible de ser capturado, destruido, o definido con pre­ci­sión y, por lo tanto, altamente maleable.

Además, el contenido racista de la teoría de Huntington (que toca una profunda cuerda sub­consciente que resuena en las poblaciones «blan­cas» del Norte) no debe ser subestimado, ya que posiciona a los "blan­cos civilizados" (esta­dou­nidenses y europeos) frente a los "sal­vajes de color" –árabes, africanos, chinos y pueblos del Sudeste Asiá­tico–. El discurso racista emana del re­ciente pasado colonialista del capitalismo, y de las democracias racistas helénicas mucho más dis­tantes, donde tienen muchas raíces las actuales "democracias" del Norte. Esta cuer­da racista sigue "activa" y se expresa en formas si­len­ciosas: las mani­fes­taciones anteriormente men­cio­nadas de 2006 contra las leyes labo­rales en Francia atrajeron un inmenso apoyo en la escena pro­gresista en Europa, mientras que las protestas en los su­burbios que afectaron a Francia me­ses antes (el otoño de 2005) no atrajeron un apoyo se­me­jante. ¿Por qué? Las mani­fes­ta­cio­nes por la ley laboral eran "blan­cas" mientras que las protestas en los suburbios fueron "de color".

 

(V) El engaño exterior

Desorientar a la gente bajo ataque es otro aspecto importante del «choque de civilizaciones» de Huntington al redefinir la naturaleza del choque: de ser un ataque por el control de mercados, recursos, mano de obra y recursos baratos, a ser una "cruzada", una guerra religiosa, una gue­rra contra el Islam, una guerra de "civilizaciones" – de ser un acto materialista a ser una expre­sión metafísica –.

A fines de 2001, después de los ataques del 11-S, en un artículo publicado en Newsweek, Hun­tington formuló un sorprendente título para el nuevo milenio: «La era de las guerras musul­manas»[4], mientras que Fukuyama, escribiendo en la misma edición, y en la misma dirección, com­puso un artículo intitulado «Los nuevos fascistas de hoy»[5], una frase que recordó el presidente George W Bush en 2006.

¡Vale la pena señalar la imposibilidad real de distinguir entre lo que se relaciona con "civi­li­zación" y lo que se relaciona con "religión" en el in­telecto árabe dominante y en el discurso de Huntington!. Como gente oprimida, muchos su­cumbieron a este juego y adoptaron el mismo dis­cur­so propagandístico mer­ca­deado por los neoli­berales. Son muchos, en los mundos árabe y musul­mán (intelectuales y gente de a pie) los que señalan que «hay una guerra contra el Islam», exactamente como dice Huntington. Corrientes del Islam político se han encariñado con esta tesis porque lle­va a más gente a simpatizar con ellos por estar bajo ataque. Las pala­bras de George W. Bush, so­bre sus cruzadas en Iraq y sus frecuentes encuentros con Dios, se clavaron más en la memo­ria que los actos reales: el robo del petróleo iraquí, los proyectos de in­fraes­tructura de los que se apoderaron los monstruos corporativos (como Bechtel), y la defensa acorazada que EE.UU. dio al Ministerio del Petróleo iraquí... mien­tras abandonaba todo el país al saqueo (con todas sus ad­mi­nistraciones, universidades y museos). Todo esto último pierde "sen­tido" en el contexto de la guerra contra el Islam de Bush.

Es, de lejos, demasiado simple probar que los neoliberales de EE.UU. nunca llegaron como mi­sio­neros cristianos, no llegaron como profetas de la modernidad (tanto Huntington como Fuku­yama presentan al Islam como si estuviera en contradicción con la modernidad). Los masivos ejércitos que penetraron en Iraq no fueron seguidos por misioneros del cristianismo ni de la modernidad. Fueron seguidos por hombres de ne­gocios corporativos. Las acciones de EE.UU. prueban las mentiras de su propaganda: asesinatos, destrucción, tortura, y violaciones prue­ban la mentira de la libertad, la democracia, y los derechos humanos; mien­tras que el apo­yo al sec­ta­rismo y al etnicismo prueba la mentira de la modernidad.

La falsificación de la lucha, y el engaño de los oprimidos al hacerlos adoptar la propaganda neoliberal como si fuera una verdadera es­tra­tegia, resultará en la generación de mecanismos de resistencias in­ca­paces de lograr la victoria contra la agresión porque, por una parte, lucharán contra una ilusión –un fantasma propagandístico que distrae la atención de la base objetiva de la lucha– y por la otra, contribuirán al reforzamiento del imperialismo y de su propaganda al adoptarla a la inversa: las dos contradicciones están presentes en la unidad objetiva y en la lucha ilusoria.

 

(VI) ¿Es el Islam un objetivo del imperialismo?

El Islam no es un objetivo por sí solo. Los verdaderos objetivos son recursos, mercados, la ri­que­za, y emplazamientos importantes desde una perspectiva geo­política. Cualesquiera obstá­culos se encontraban en el camino para lograr esos objetivos, tenían que ser aplastados. El Par­tido Comunista de las Filipinas, las FARC en Colombia, los actuales gobiernos de Cuba, Vene­zuela y Bolivia, son todos no-musulmanes, pero son atacados ferozmente por el imperialismo de EE.UU. porque constituyen obstáculos en el camino a la dominación de recursos, mer­cados, y ri­queza.

El manejo imperialista de cada obstáculo está regido por numerosas con­di­ciones relacionadas con el tamaño de la riqueza, el mercado y los recursos en cuestión, el contexto geopolítico, y con la magnitud de la re­sistencia existente o esperada. La presencia de inmensas reservas de pe­tróleo y gas, su «posición estratégica sin igual», y la presencia de centros potenciales que podrían libe­rar­se de la dominación global de EE.UU. y abarcar centros relativamente in­de­pen­dien­tes (el Egip­to de Nasser, el Iraq de Sadam, Irán después de la revolu­ción), estos hechos – todos estos hechos – hicie­ron que, desde el oriente árabe hasta Asia Central, formaran el "arco de crisis" favorito (¡O "la media luna de crisis" si se quiere darle una dimensión religiosa!) y el campo principal de operaciones... ¡Que la mayor parte de los habitantes de esa región sean musulmanes no sig­nifica que exista un genuino origen religioso en la intervención!

Otro punto: África, todo un continente, sigue siendo explotado por su riqueza en petróleo, dia­man­tes, y otros recursos; su gente es ase­si­nada a diario por cientos de miles por la guerra "civil", el hambre, el SIDA, la malaria, y la intervención militar directa, atrocidades que son mu­chos mayores en cantidad que lo que ocurre contra árabes y mu­sulmanes. Pero ya que tienen el privilegio de estar totalmente au­sen­tes de los medios noticiosos ¡No existen! ¿Constituye el ejem­plo afri­cano una guerra contra el Islam? África es un ejemplo evidente de que las guerras re­ligiosas no son más que cuentos de hadas.

Un tercer punto: el imperialismo no tiene problemas con el Islam. Hasta Huntington lo dice: «La era de las "guerras musulmanas" tienes sus raíces en causas más generales. Estas no in­clu­yen la naturaleza in­herente de la doctrina y de las creencias islámicas, que, como las del cris­tia­nismo, pueden ser utilizadas a su gusto por los adherentes para jus­tificar la paz o la guerra»[6]. Fukuyama incluso va más lejos: «Existe una cierta esperanza de que emerja una tendencia más liberal del Islam... los musulmanes interesados en una forma más liberal del Islam deben dejar de culpar a Occidente por pintar al Islam de un modo dema­siado grosero, y actuar para aislar y deslegitimar a los extremistas entre ellos»[7]. Está claro que el problema no es el Islam, sino un Islam resistente y, para ser más específico, el problema es sólo la parte "resistente", ya que cualquiera otra fórmula de Islam es aceptable.

 

(VII) El otro lado de la moneda del engaño: el Diálogo entre religiones

La división basada en la religión es una división engañosa. Un árabe musulmán es como un árabe cristiano: o forma parte de la capa que está conectada con el imperialismo y sus intere­ses, o es parte de la población explotada y oprimida. La religión no tiene nada que ver en este caso, o sólo una relevancia causal. Por ello, la noción de un diá­logo entre las confesiones es tan engañosa como la del choque de civi­lizaciones. Dos puntos lo prueban:

- Primero, un diálogo entre las confesiones postula la disputa como el punto de partida normal –¡De otro modo no habría un diálogo para co­menzar!– Así po­siciona de partida a las personas como antagónicas.

- Segundo, diagnostica las actuales luchas como si se basaran en la religión y, por tanto, como conflictos que pueden ser solucionados o di­luidos mediante un diálogo de religiones, dejando de lado por com­pleto la base objetiva (hege­monía, explotación, ocupación, etc.).

El problema principal no es de un musulmán, cristiano, judío, o no cre­yente. El problema es que hay una opresión y explo­tación que deben ser enfren­tados. En este contexto, un judío que llama a eliminar la entidad sionista "Israel" es un aliado, mientras que un musulmán que es­tablece relaciones con esta última, es un enemigo.

El diálogo entre las confesiones es otro intento de distraer la atención lejos de las prin­cipales contradicciones con el imperialismo y sus ver­daderos objetivos.

 

(VIII) Conclusión: mantener siempre una visión clara

El objetivo del imperialismo es depredar, dominar, y explotar. Para cum­plir esos objetivos, quiere aplastar toda resistencia, no importa cuál sea su forma y el contenido ideológico de esa resistencia.

La retórica sobre un «choque de civilizaciones» apareció después de la caída de la Unión So­vié­tica y del bloque socialista porque EE.UU. ne­cesitaba actuar para llenar las brechas creadas por la ausencia de una segunda potencia global. Este movimiento adoptó tres formas: in­terior (leyes restrictivas y represivas que apuntaban a las libertades y los beneficios sociales); hacia el Este (ex­pansión a Europa Central y Orien­tal y a las repúblicas ex-soviéticas); y hacia el Sur (región árabe y Asia Central). Fue esta última la que mostró una resistencia más en­car­nizada debido a las raíces históricas de la lucha.

La lucha contra el imperialismo es una lucha multidimensional de clases. Los sub­ter­fu­gios religiosos son instrumentos para ganar tiempo (diálogo entre las confesiones) o instru­mentos para fortalecer el pro­yecto imperialista y debilitar a sus oponentes (choque de civiliza­cio­nes).

 

FUENTES

1 Francis Fukuyama, "Their Target: The Modern World," Newsweek, diciembre de 2001-febrero de 2002 (Special Davos Edition), p. 60.

2 Este artículo fue escrito en primavera, antes de la revueltas de otoño de 2008 

3 El ataque de Georgia a Osetia del Sur en agosto de 2008, y la rapidisima y efectiva reacción rusa, ha provocado que la hasta entonces potencia eliminada "despertara" y recobrara un papel protagonista

4 Samuel Huntington, "The Age of Muslim Wars," Newsweek, diciembre de 2001-febrero de 2002 (Special Davos Edition), pp. 6-13.

5 Vea el título en la portada del artículo de Fukuyama en Newsweek, mencionado anteriormente.

6 Ibíd, página 9.

7 Ibíd, pagina 63.

 

Hisham Bustani es un escritor y activista marxista basado en Amman, Jordania. Es Secretario del Foro de Pensamiento Socialista y miembro fundador de la Alianza Popular Árabe Resistente. Agradecemos Bill Templer por haber tenido la gentileza de editar este artículo. [El original en inglés]

http://mrzine.monthlyreview.org/bustani290508.html

GUARDIANES de la REVOLUCIÓN... de toda la vida

Tras el esperado anuncio de la marcha definitiva de Hosni Mubaraq el viernes 11 de Febrero de 2011, hasta Jose María Aznar ha celebrado las Intifadas de Túnez y de Egipto, considerándolas inspiradoras y ejemplos para el mundo.

Batallones de cargos políticos, portavoces de «laboratorios» de ideas (como actual­mente es Aznar al frente de FAES) y «líderes de opinión» occidentales que, hasta ayer mismo, habían venido apo­yando las polí­ticas de Zinel Abidín Ben Ali en Túnez y de Hosni Mubaraq en Egipto, han empe­zado a celebrar, de repente, y sin que se les caiga la cara de vergüenza, que Ben Alí se viera forzado a marcharse del palacio de Cartago el viernes 15 de enero a consecuencia de la re­vuelta regional que, a partir del 28 de diciembre, se extendió al resto de Túnez y se transformó en insurrección, y que el «Rais» Mubaraq abandonara igualmente su palacio de Heliópolis el 11 de febrero, forzado por la in­surrección urbana que se inició el 25 de enero y no paró hasta conse­guir su marcha.

Como ocurrió en España hace un tercio de siglo, cuando Franco es­taba vivo, los españoles que habían expresado su «adhesión in­que­bran­table al régimen hasta la muerte» habían sumado legio­nes. Años después de la muerte de Franco, la mayoría de esas legiones de ad­heridos inquebran­tables a la dictadura del Generalísimo se habían descubierto como «demócratas de toda la vida». Sin embargo, prácti­camente nadie se atrevió a pasar de franquista «inquebrantable» a antifranquista furibundo en sólo un par días, pues esa milagrosa re­conversión (en muy raros casos explicada por sus autores) requirió de varios años. Desde luego, con respecto a Franco, se necesitó muchí­simo más tiempo que ahora, cuando, en cuestión de días (en algunos casos de horas) los grandes apoyos políticos, mediáticos e intelectua­les europeos de las tiranías de Ben Alí en Túnez y de Muba­raq en Egipto, empezaron a celebrar, al menos de cara a la gale­ría, que los tiranos (sus protegidos tiranos) habían sido tumbados.

Pero la postura mayoritaria adoptada por representantes políticos, «la­boratorios» de ideas, «expertos» y medios de difusión de masas occi­dentales es la reflejada, por ejemplo, en la línea edito­rial del diario «El Mundo»: autoproclamarse «Guardianes de la Revoluciones» para evi­tar que sean «secuestradas por los extremistas islámicos». Todos es­tos «guardianes occidentales de la Revo­lución Árabe» surgidos de repente, reclaman un papel de «aleccionadores» para que tunecinos, egipcios y cualquier otro pueblo que consiga sacudirse a su tirano, hasta ahora obediente a los dictados de Occidente, «aprendan» de las ejemplares enseñanzas occidentales y no se desvíen de la «Transición hacia la Libertad y la Paz».

Estas «Intifadas» que los nuevos «Guardianes de la Revolución» no sólo no han inspirado, sino, incluso, han venido condenando «preventi­vamente» durande décadas... estas revoluciones en la que, ellos, no sólo no han participado ni han sacrificado nada, sino, por el contrario, han tratado a toda costa de impedir que surgieran (e incluso trataron de apagar una vez que se habían puesto en marcha, agitando los pre­juicios y miedos del público medio occidental) se han convertido, de golpe, en fenómenos políticos que exigen la protección y una especial tutela por parte de los poderes polí­ticos, mediáticos y, por supuesto, de los servicios secretos de Occidente.

No es sólo que se hayan sumado, en cuestión de días, al proceso, como «revolucionarios encan­tados de conocerse», sino que se han arrogado de inmediato el papel de tutores, de vigilantes del proceso. Es decir, en Occidente tenemos a una multitud que, de la noche a la mañana, han pasado de ser «Amigos, Aliados y Apoyos» de las tira­nías de Ben Alí y Mubaraq, a ser en estos momen­tos «Guardianes de la Revolución... de toda la vida».

Cualquiera que tenga un mínimo sentido de la decencia reconoce, y nosotros lo afirmamos bien claro, que hoy, nadie, puede dar lecciones a los insurrectos tunecinos ni egipcios. Nadie, y menos aún la infame derecha política y la no menos infame progresía de Europa, que hasta que las insu­rrecciones se desataron imparables, respaldaban a los re­gímenes matones, uno por encargo directo de Francia y de Italia (el de Ben Alí) y el otro de EEUU y el Ente Sionista (el de Mubaraq). Ambos tenían licencia para machacar a sus pueblos y eran oportunamente alabados por cancillerías y me­dios de difusión de masas atlánticos. Aún la mayoría de ellos, cuando todavía no era seguro si Ben Alí o Mubaraq se marchaban o no, siguieron callados como momias, eva­luando si los insurrectos se mantenían firmes o sucumbían ante las amenazas y la represión.

Por todo ello demandamos que se callen:

Que se callen los cínicos que se creen «superhombres» y más listos que nadie desde la comodi­dad de sus sillones. Tunecinos y egipcios nos han dado a todos una lección de coraje, de entrega, de sacrificio, de lucha y de perseverancia en común que deja en evidencia las mise­rables posturas egocéntricas que desgraciadamente se consolidan en nuestro entorno.

Que se callen los escépticos de siempre que piensan que todo se encuentra siempre previsto y preparado con antelación por alguna mano oculta en las sombras. Conspiraciones y conjuras, haber­las hay­las, y han existido siempre, pero son demasiados los que se empe­ñan siempre en explicar todo lo que sucede en el mundo a través de con­ju­ras extrañas, cayendo en el extremo opuesto de aquellos que creen que todo es como parece o se muestra en la televisión.

Demandamos también que se callen los expertos que nada previe­ron, y, por supuesto, cómo no, reclamamos que se callen los turistas que sólo querían disfrutar de la playa y ver monumentos en paz, esos que se quejan de la interrupción de sus vacaciones porque sólo les importa su disfrute particular desentendiéndose de todo lo que se en­cuentra fuera de su ombligo. Éstos forman parte de la clase más re­pug­nante e infame que produce el Capitalismo avanzado: la clase «de los usuarios».

Que se callen porque todos ellos han sido desbordados por las Inti­fadas tunecina y egipcia, que han barrido a las figuras principales de sus regímenes «amigos» y «aliados».

En Tunez y Egipto el poder, todavía, continúa en la calle. El primer ministro Ganuchi ha tenido que formar, en menos de un mes, varios gobiernos de «transición» gracias a la presión de los insurrec­tos, que le han obligado a disolver la RCD. En estos momentos, los funcio­na­rios del Ministerio tunecino de Asuntos Exteriores han conseguido forzar la dimisión del segundo ministro del ramo de la «transición», por seguir mostrando el servilismo de antes ante su homóloga francesa, la misma que, hasta horas antes de la marcha de Ben Alí, preparaba el envío de material antidisturbios y especialistas policiacos desde París para ayudar a sofocar la insurrección. Los egipcios, que también han luchado y sufrido para conquistar su autoestima, personal y nacional (ambas van juntas), rom­piendo el miserable individualismo que pro­mue­ve el capitalismo, y las divisiones y miedos impuestos en el seno del pueblo por el Sistema para neutralizar las movilizaciones naciona­les, han conseguido que el consejo supremo de las Fuerzas Armadas decrete la disolución de las cámaras parlamentarias e inva­lide la Constitución de Mubaraq.

Las de Túnez y Egipto han sido intifadas que han desbordado a las baronesas Ashton, a las trila­terales Jiménez y al resto de represen­tantes políticos occidentales, cuyas declaraciones suenan exacta­mente como lo que son: huecas y oportunistas, como las de Ben Alí el 14 de enero diciendo en televisión que gracias a los insurrectos había descubierto estar rodeado de malos consejeros y ministros, o como las de Mubaraq y Soleimán alabando a los mártires que sus esbirros ha­bían matado. Sus rostros han mostrado la misma careta que la Esfinge de Guiza: rostros de algo muy viejo.

Que se callen también los aguafiestas, que sólo saben hablar de pér­didas económicas de las revoluciones o de «Que viene el Lobo».

Que se callen, asimismo, los sempiternos vendedores de la resig­na­ción que tratan de conven­cernos que, al final, «no compensa» luchar por nada, y desean que venga la resaca cuanto antes.

Es hora de celebrar... y hora de prepararse:

Desde luego es hora de celebrar la victoria en estas primeras batallas. Porque es la hora de sa­bo­rear, sobre todo, lo más importante: la auto­estima ganada, el amor propio que tunecinos y egipcios han conquis­ta­do en estos días. Esa autoestima, personal y nacional (que para noso­tros, insistimos, van necesariamente juntas) es el mayor valor de una revolución popular. Y el mayor antídoto para rechazar a todos los im­pre­sentables «Guardianes de la Revolución... de toda la vida» que han sur­gido desde Occidente.

Pues recobrando la autoestima y el orgullo nacional como tunecinos y egipcios, esos pueblos están preparados, no para irse a casita dicien­do eso de ¡«Misión cumplida»! sino para seguir con la guerra, para continuar el enfrentamieto contra sus opresores (pues como dicen en Túnez: «se ha ido Ben Alí pero quedan los cuarenta ladrones») para recobrar su Patria, para conquistar libertades rea­les y para luchar por la Justicia no sólo en sus naciones sino de los demás pueblos que su­fren las embestidas del imperialismo, del sionismo y, en definitiva, de los secuaces de las Altas Burguesías atlánticas.

Al sur del Mediterráneo se han roto unas poderosas cadenas. Pero más poderosa ha sido la volun­tad de romperlas. Imperialistas, sionistas y secuaces del Capital han pasado de la condena y la alarma por las Intifadas, a dar lecciones y querer tutelar las «transiciones». Es la nue­va fase del «juego» a vida o muerte que libran los pueblos oprimi­dos movilizados contra sus opresores: que son, en última instancia, los mismos opresores que tenemos los españoles.

Por eso podemos decir que tunecinos y egipcios han destrozado unos eslabones que forman parte de las mismas cadenas que nos aprisio­nan a todos.

 

JAZMÍN para controlar a los TUNECINOS

Mientras los medios occidentales celebran la «Jasmine Revolution», el plan yanqui tendente a detener la cólera del pueblo tunecino y a conservar esa discreta base de retaguardia de la CIA y la OTAN que es Túnez, es descrito por Thierry Meyssan. Para éste, el fenómeno insurreccional no ha terminado y la verdadera revolución, que tanto temen los occidentales, puede estar a punto de empezar.
 
A las grandes potencias no les agradan los acontecimientos que no pueden controlar y que estorban sus planes. Los que han venido conmocionando desde hace un mes Túnez no son ajenos a esa regla. Al con­trario.

Resulta entonces bastante sorprendente que los grandes me­dios inter­nacio­nales de difusión, aliados fieles del sistema de dominación mundial, se entusiasmen de pronto por la «re­vo­lución de jazmín» y que publiquen investigaciones y reportajes sobre la fortuna de la familia política de Ben Ali, a la que an­teriormente no prestaban atención alguna a pesar de su tren de vida escandaloso.

Lo que sucede es que los occidentales están tratando de re­cuperar terreno en una situación que se les fue de las manos y en la que ahora quieren insertarse describiéndola según sus propios deseos.

Ante todo, es importante recordar que el régimen de Zinel’ Abidín Ben Ali gozaba del apoyo de Estados Unidos y de Israel, de Francia y de Italia. Considerado por Washington como un Estado de importancia menor, Túnez estaba siendo más utili­zado en materia de seguridad que en el plano económico.

En 1987, un golpe de Estado derrocó al presidente Habib Bur­guiba para favorecer a su ministro del Interior, Zinel’Abidín Ben Alí. Éste es un agente de la CIA entrenado en la «Senior Intelligence School» de Fort Holabird. Según informaciones re­cientes, Italia y Argelia parecen haber estado vin­culadas a la toma del poder por Ben Alí [1].

Desde su llegada misma al Palacio de la República, Ben Ali es­ta­blece una Comisión Militar Conjunta con el Pentágono que se reuniría cada año en mayo. Ben Ali no confía en el ejército, lo mantiene marginado y no le pro­porciona suficiente equipa­miento, con excepción del Grupo de Fuerzas Especiales que se entrena con los militares estadounidenses y que par­ticipa en el dispositivo «antiterrorista» regional.

Los puertos de Bizerta, Sfax, Susa y Túnez se ven abiertos a los barcos de la O.T.A.N. y, en 2004, la República de Túnez se in­serta en el «Dialogo medite­rráneo» de la alianza atlántica.

Al no abrigar con Túnez expectativas especiales en el plano económico, Washington permite que los miembros de la fami­lia Trabelsi-Ben Ali exploten a fondo el país. Cualquier em­pre­sa tu­necina que se desarrolle con éxito tiene que cederles el 50% de su capital y los dividendos correspondientes a esa tajada al clan de los Trabelsi-Ben Alí. Pero las cosas se ponen feas en 2009, cuando la familia que controla el país pasa de la gloto­nería a la avaricia y trata de chantajear también a los empresarios estadounidenses.

Por su lado, el Departamento de Estado prevé la inevitable de­saparición del presidente. El dictador ha eliminado a todos sus rivales internos y externos al régimen y no tiene sucesor. Se impone entonces buscarle un sustituto en caso que fallez­ca. EE.UU. recluta a unas sesenta personalidades capa­ces de de­sempeñar un papel político después de Ben Ali. Cada una de esas personas recibe un curso de tres meses en Fort Bragg y posteriormente se le asigna un salario mensual [2]. Y pasa el tiempo…

Aunque el presidente Ben Ali mantiene la retórica antisionista en vigor en el mundo musulmán, Túnez ofrece diversas faci­lidades a la colonia sionista de Palestina. Se autoriza a los is­raelíes descendientes de tunecinos a via­jar a Túnez y a co­mer­ciar en ese país. Incluso se invita a Ariel Sharon a vi­si­tar Túnez.

 
La revuelta

El 17 de diciembre de 2010, la inmolación voluntaria de un vendedor ambu­lante, Mohamed Buazizi, quien se prendió fuego porque la policía le había con­fiscado su carreta y sus productos, da paso a los primeros disturbios. La po­blación de Sidi Buzid se identifica con aquel drama personal y se su­bleva.

Los enfrentamientos se extienden a varias regiones y, poste­rior­mente, alcanzan la capital tunecina. El sindicato UGTT y un colectivo de abogados organizan manifestaciones, sellando así –sin hacerlo a propósito– la alianza entre las clases populares y la burguesía alrededor de una organización estruc­turada.

El 28 de diciembre, el presidente Ben Ali trata de recuperar el control de la situación. Visita al joven Mohamed Buazizi en el hospital y se dirige esa misma noche a la nación. Pero su dis­curso televisivo expresa su ceguera. Ben Alí acusa a los ma­nifestantes como extremistas y agitadores a sueldo, y anuncia una represión feroz. Esa intervención en los últimos días del año 2010, lejos de tranquilizar las cosas, convierte la revuelta popular en in­surrección. El pueblo tunecino ya no denuncia sola­mente la injusticia social sino el poder político.

En Washington se dan cuenta de que «nuestro agente Ben Ali» ha perdido el control de la situación. En el Consejo de Se­gu­ridad Nacional, Jeffrey Feltman [3] y Colin Kahl [4] con­sideran que es hora de deshacerse del dictador ya desgastado y de organizar la sucesión antes de que la insurrección se convierta en una verdadera revolución, o sea antes de que ponga en tela de juicio el sistema.

Se decide entonces movilizar a los medios de difusión, en Tú­nez y en el mundo, para limitar la insurrección. Se trata de dirigir la atención de los tunecinos hacia los problemas so­cia­les, la corrupción de la familia Trabelsi y la censura de prensa. Todo con tal de evitar el debate sobre las razones que lle­varon a Washington a poner a Ben Ali en el poder hace 23 años y a protegerlo mientras la familia de su esposa se apode­raba de la economía na­cional.

El 30 de diciembre, el canal privado Nessma TV desafía al ré­gimen con la trans­misión de reportajes sobre los disturbios y organizando un debate so­bre la necesaria transición de­mo­crática. Nessma TV es propiedad del grupo italo-tunecino de Taraq Ben Ammar y Silvio Berlusconi. Los indecisos captan de inmediato el mensaje: el régimen se tambalea.

Simultáneamente, expertos estadounidenses, así como ser­bios y alemanes, son enviados a Túnez para canalizar la in­surrección. Son estos expertos quie­nes, manipulando las emo­ciones colectivas, tratan de imponer consignas en las ma­ni­festaciones. Siguiendo la técnica de las supuestas «revolu­ciones» de colores, elaborada por el «Albert Einstein Ins­ti­tution» de Gene Sharp [5], estos expertos dirigen la aten­ción hacia la figura del dic­tador para así evitar cualquier debate sobre el futuro político del país. Aparece así la con­signa «¡Ben Ali, lárgate!» [6].

Bajo la denominación «Anonymous», el ciberescuadrón de la CIA –ya utilizado anteriormente contra Zimbabwe e Irán– «hackea» varios sitios web oficiales tunecinos e introduce en ellos un mensaje de amenaza en inglés.

 
La insurrección

Los tunecinos siguen desafiando al régimen de forma espon­tánea, lanzándose masivamente a las calles y quemando cuar­teles de policía y establecimientos perte­necientes a la familia de Ben Ali. Algunos lo pagarán incluso con su sangre. Deso­rientado y patético, el dictador sigue sin enten­der lo que está sucediendo. El 13 de enero, Ben Ali ordena al ejército disparar contra la multitud, pero el jefe del Estado Mayor de las fuerzas terrestres se niega a hacerlo. El general Rachid Ammar, ya en contacto con el general William Ward, comandante del Afri Com, anuncia, en per­sona, al presidente Ben Ali que Wa­shing­ton le ordena que abandone el poder y huya.

En Francia, el gobierno del presidente Sarkozy no ha si­do ad­vertido de la decisión yanqui y no ha analizado los diferen­tes cambios de casaca. La ministra de Relaciones Exteriores, Michele Alliot-Marie, se propone salvar a su dictador protegido enviándole consejeros en materia de orden público y equi­pamiento para que pueda mantenerse en el poder mediante procedimientos más limpios [7]. El viernes 14 se fleta un avión de carga. Cuando terminan en París los trámites de aduana, ya es demasiado tarde. El envío de ayuda ya no es necesario. Ben Ali ha huido a Cerdeña.

En Washington y Tel Aviv, en París y en Roma, sus antiguos amigos-padrinos le niegan el asilo. Al final, Ben Alí va a parar a Riyad (capital de Arabia Saudita), no sin haberse llevado consigo una tonelada y media de oro robado del Tesoro pú­blico tune­cino.

 
Jazmín para calmar a los tunecinos

Los consejeros norteamericanos en materia de comunicación-manipulación estratégica tratan entonces de dar el juego por terminado, mientras que el primer ministro saliente forma un gobierno de continuidad. Es en ese momento que las agencias de prensa lanzan la denominación de «Jasmine Revolution», ¡en inglés, por supuesto!. Las agencias occidentales afirman que los tunecinos acaban de realizar su propia «revolución de color». Se instaura un gobierno de unión nacional y todo el mundo contento.

La expresión «Jasmine Revolution» deja un sabor amargo a los tunecinos más viejos: es precisamente la que utilizó la CIA durante el golpe de Estado de 1987 que puso a Ben Ali en el poder.

La prensa occidental –sobre la cual el Imperio ejerce ahora más control que sobre la tunecina– descubre ahora la fortuna mal habida de la familia Trabelsi-Ben Ali, que hasta en­ton­ces había ignorado. Pero la prensa occiden­tal sigue olvi­dán­dose, sin embargo, del visto bueno que el director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, le había dado a los funcionarios del régimen pocos meses después de los motines que protagonizó la población hambrienta en el sur[8], en no­viembre de 2008: «Túnez es un modelo de nación emer­gente».

También la prensa occidental sigue olvidándose del último informe de «Transparency International» que afirmaba que en Túnez ha­bía menos corrupción que en varios Estados de la Unión Europea, como Italia, Rumania y Grecia [9].

Mientras tanto, se desvanecen los grupos armados del ré­gimen, que habían sembrado el terror entre los civiles durante los disturbios y los llevaron incluso a organizarse en comités de autodefensa.

Los tunecinos, a quienes se creía despolitizados y manejables al cabo de tantos años de dictadura, resultan sin embargo muy maduros. Rápidamente se dan cuenta de que el gobierno de Mohammed Gannuchi no es otra cosa que «benalismo sin Ben Ali». Con algunos cambios de fachada, los caciques del partido único (RCD) conservan los ministerios más importan­tes. Los sindicalistas de la UGTT se niegan a sumarse a la maniobra estado­unidense y renuncian a los puestos que les habían sido otorgados.

Además de los inamovibles miembros de la Reagrupación Constitucional Democrática, se mantienen los dispositivos me­diáticos y varios agentes de la CIA, a saber:

- Por obra y gracia del productor Taraq Ben Ammar (el gran jefe de Nessma TV socio de Berlusconi), la realizadora Mufida Tlati se convierte en ministra de Cultura.

- Menos implicado en el negocio del espectáculo, pero más significativo, Ahmed Nejib Chebbi, socialdemócrata ex-mar­xista del PDS, peón de la «Na­tional Endowment for Demo­cracy» (NED), se convierte en ministro de Desa­rrollo Re­gional

- y el oscuro Slim Amanú, un bloguero conocedor de los mé­todos del «Albert Einstein Institute», se transforma en mi­nistro de Juventud y Deportes a nombre del fantasmagórico «Partido Pirata», vinculado al autoproclamado grupo «Anony­mous».

Por supuesto, la embajada de Estados Unidos no solicitó al Partido Comunista que se integrara en el llamado «gobierno de unión nacional». Por el contrario, lo que hicieron fue traer de Londres, donde había obtenido el asilo político, al líder his­tórico del Partido del Renacimiento (Ennahda), Rached Gan­nuchi.

Se trata de un islamista ex salafista que predica la com­pa­tibilidad entre el Islam y la democracia y que viene pre­pa­rando desde hace tiempo un acercamiento al Partido De­­crata Progresista de su amigo Ahmed Nejib Chebbi, el social­demócrata ex marxista. En caso de que fracase el «go­bierno de unión nacional», este dúo pudiera representar una solución alternativa.

Los tunecinos se sublevan nuevamente, y amplían por su pro­pia cuenta la consigna que se les había inculcado: «¡RCD, lárgate!». En comunas y empresas, ellos mismos expulsan a los colaboradores del régimen derrocado. ¿Hacia la revo­lu­ción?

Contrariamente a lo que ha dicho la prensa occidental, la insurrección no ha terminado aún y la revolución to­davía no ha comenzado. Es importante señalar que Wa­shington no ha canalizado nada, exceptuando a los pe­rio­distas occidentales. Ahora más que en diciembre, la situa­ción está fuera de control.

Thierry Meyssan

Voltairenet.org

Sacado de Rebelión.org

 


[1] Declaraciones del almirante Fulvio Martini, quien era por entonces jefe de los servicios secretos italianos (SISMI).

[2] Testimonio directo recogido por el autor.

[3] Asistente de la secretaria de Estado para cuestiones del Medio Oriente.

[4] Asistente adjunto del secretario de Defensa para el Medio Oriente.

[5] «La Albert Einstein Institution: no violencia según la CIA», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de junio de 2007.

[6] «La technique du coup d’État coloré» en francés (La técnica del golpe de Estado), por John Laughland, Réseau Voltaire, 4 de enero de 2010.

[7] «Proposition française de soutenir la répression en Tunisie», por Michelle Alliot-Marie, Réseau Voltaire, 12 de enero de 2011.

[8] Video.

[9] «Corruption perception index 2010», Transparency International.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article168231.html

 

 

ORIENTACIONES

ORIENTACIONES

Desde hace treinta y cinco años, el ejército marroquí ocupa el Sáhara Occidental, un territorio que invadió por la fuerza. El Rey de Marruecos se niega a cumplir las Resoluciones aprobadas por la ONU y pretende sencillamente anexionarse el Sáhara Occidental.

El Estado español continua siendo responsable de la tragedia y el sufrimiento del pueblo saharaui, hoy separado por un muro que divide su Territorio, sometido una parte a la represión en el Sáhara ocupado por Marruecos, y otra en unas condiciones extremadamente duras en los campamentos de población refugiada saharaui.

La pasividad del Gobierno español, su ambigüedad, el mirar hacia otro lado ante la violación de los derechos humanos, estimula a Marruecos para seguir en su posición intransigente, no aceptando la aplicación de las Resoluciones de la Naciones Unidas y poniendo condiciones previas e inaceptables en próximas negociaciones. El Gobierno debe implicarse más firmemente y liderar la búsqueda de una solución justa y democrática que respete el derecho a la autodeterminación del Pueblo Saharaui.

Tras dos décadas desde el alto el fuego y de imposible aplicación del plan de paz por el bloqueo marroquí; después de 35 años de espera a las soluciones diplomáticas, el Pueblo Saharaui está agotando su paciencia, poniéndose en peligro la resolución pacífica del conflicto. Nadie quiere que esto suceda, sin embargo, tampoco nadie podrá hacerle responsable de lo que sería una tragedia anunciada, tras años de espera pacífica y confianza en las negociaciones auspiciadas por la ONU.

La resistencia pacífica de las y los saharauis en los territorios ocupados por Marruecos, y el esfuerzo de supervivencia y cohesión en los campamentos de población refugiada, demuestran su determinación en la lucha por la independencia. Nosotras y nosotros estaremos a su lado.

¡Marruecos culpable, España responsable!
¡Referéndum Ya!
Evitemos la Guerra


¡PARTICIPA EN LA MARCHA POR LA INDEPENDENCIA!
Sábado 13 de Noviembre a las 12 horas desde Atocha a Sol (Madrid)

Convocan:


- CEAS-SÁHARA (Coordinadora Estatal de Asociaciones de Amistad y Solidaridad con el pueblo saharaui)

- Plataforma pro Referéndum en el Sáhara

INTERNACIONAL

INTERNACIONAL
¿Pero porqué nos odian? 
Robert Fisk

Nos preguntaremos por qué odian tanto a Occidente.
Cuando un árabe se levante con desenfrenada furia y arroje su ira incendiaria y ciega contra Occidente, diremos que eso nada tiene que ver con nosotros.
«¿Pero por qué nos odian?»
 
Una vez más, Israel ha abierto las puertas del infierno para los palestinos. Cuarenta refugiados civiles muertos en una escuela de Naciones Unidas, otros tres en otro recinto de este tipo. No está mal para una noche más de trabajo en Gaza, a cargo del ejército israelí, que cree en la «pureza de las armas». ¿Debería sorprendernos?

Ya se nos olvidaron los diecisiete mil quinientos muertos casi todos civiles, la mayoría mujeres y niños durante la invasión de Israel sobre Líbano, en 1982; los mil setecientos palestinos muertos durante la matanza de Sabra y Chatila; la masacre de Qanaen donde murieron ciento seis civiles libaneses refugiados, más de la mitad de ellos niños, en una base de la ONU; la matanza de los refugiados de Marwahin, a quienes Israel ordenó salir de sus casas en 2006 para luego ser asesinados por helicópteros israelíes; los mil muertos en los bombardeos de ese mismo año, durante la invasión a Líbano, y lo mismo, casi todos civiles.

Lo que es sorprendente por parte de los líderes occidentales, tanto presidentes como primeros ministros y, me temo, directores de medios y periodistas, es que se han tragado la vieja mentira que Israel se cuida mucho de evitar víctimas civiles. «Israel hace todo el esfuerzo posible para evitar afectar a civiles», aseguró de nuevo otro embajador israelí horas antes de comenzar la matanza en Gaza.

Y cada presidente y primer ministro que ha repetido esta mendacidad, como excusa para no exigir un cese del fuego, tiene en las manos la sangre de la carnicería de anoche. Si George W. Bush hubiera tenido el valor de exigir un cese del fuego hace 48 horas, todos esos ancianos, mujeres y niños, esos cuarenta civiles, estarían vivos.

Lo que ocurrió no sólo es una vergüenza: fue una desgracia ¿Sería exagerado llamarlo crimen de guerra? Porque así es como llamaríamos a esta atrocidad si Hamás la hubiera cometido. Por lo tanto, me temo, estamos ante un crimen de guerra.

Después de cubrir tantos asesinatos masivos a manos de ejércitos de Medio Oriente por soldados sirios, iraquíes, iraníes e israelíes, supongo que debería yo reaccionar con cinismo. Pero Israel proclama que está combatiendo en la guerra «internacional contra el terror». Los israelíes aseguran luchar en Gaza por nosotros, por nuestros ideales occidentales, por nuestra seguridad y para salvarnos, de acuerdo con nuestras normas. Y así somos cómplices de las salvajadas que se cometen en Gaza.

Ya he mostrado las excusas que, en el pasado, ha dado el ejército israelí por estos atropellos. Como está claro que serán recalentadas en las próximas horas, aquí les obsequio algunas: los palestinos mataron a sus propios refugiados, los palestinos desenterraron cuerpos de los cementerios y los plantaron en las ruinas. Y a final de cuentas, los palestinos tienen la culpa por haber apoyado a una facción armada, y, además, porque los palestinos armados deliberadamente utilizan a refugiados inocentes como escudos humanos.

Cuando la derechista Falange libanesa, aliada de Israel, perpetró la matanza de Sabra y Chatila, los soldados israelíes se quedaron ahí, observándolos durante 48 horas, sin hacer nada, y esto fue revelado por una investigación a cargo de una comisión israelí.

Posteriormente, cuando Israel fue acusado de esa matanza, el gobierno de Menachem Begin acusó al mundo de calumniar con sangre a su país. Después que la artillería israelí disparó bombas contra una base de la ONU en Qana, en 1996, los israelíes afirmaron que hombres armados de Hezbollah también se refugiaban en dicha base. Era mentira. Los más de mil muertos en 2006 en una guerra que comenzó cuando Hezbollah capturó a dos soldados israelíes en la frontera simplemente se achacaron a Hezbollah.

Israel aseguró que los cuerpos de niños asesinados en la segunda matanza de Qana fueron tomados de un cementerio. Ésa fue otra mentira.

Nunca hubo excusas para la masacre en Marwahin. Se ordenó a los pobladores de la aldea que huyeran y ellos obedecieron sólo para ser atacados por barcos artillados israelíes. Los refugiados tomaron a sus niños y los colocaron en torno a los camiones en que viajaban, para que los pilotos israelíes pudieran ver que eran inocentes. Fue entonces cuando los helicópteros israelíes les dispararon a corta distancia. Sobrevivieron sólo dos personas, haciéndose pasar por muertos. Israel ni siquiera ofreció disculpas por este episodio.

Doce años antes, otro helicóptero israelí atacó una ambulancia que llevaba civiles de una aldea a otra de nuevo obedeciendo órdenes de Israel y mató a tres niños y dos mujeres. Los israelíes aseguraron que había un combatiente de Hezbollah en la ambulancia. Era mentira. Yo cubrí todas estas atrocidades, investigué, hablé con sobrevivientes. Lo mismo hicieron varios colegas. Nuestro destino, desde luego, fue enfrentar la más vil de las calumnias: se nos acusó de antisemitas.

Y escribo lo siguiente sin la menor duda: escucharemos de nuevo estas escandalosas fabricaciones. Nos repetirán la mentira de que Hamas tiene la culpa. Dios sabe que éste es culpable de suficientes cosas sin tener que añadir este crimen. Probablemente nos salgan también con la mentira de «los cuerpos sacados del cementerio», y seguramente también escucharemos de nuevo la mentira de que «Hamas estaba dentro de la escuela de la ONU». Y definitivamente, nos dirán de nuevo la mentira del antisemitismo. Y nuestros líderes soplarán y resoplarán y le recordarán al mundo que fue Hamas el que rompió el cese del fuego.

Sólo que no fue así. Israel lo rompió primero, el 4 de noviembre, cuando dio muerte a seis palestinos durante un bombardeo a Gaza, y de nuevo el 17 de noviembre al matar con otro bombardeo a cuatro palestinos más.

Sí, los israelíes merecen seguridad. Veinte israelíes muertos en los alrededores de Gaza en 10 años es, desde luego, una cifra horrible. Pero seiscientos palestinos muertos en poco más de una semana, y miles y miles de muertos desde 1948, a partir de la comisión de la matanza israelí de Deir Yassin, que impulsó el éxodo palestino de esa parte de Palestina que se convertiría en Israel, es una escala totalmente distinta.

Esto recuerda, no lo que sería el normal derramamiento de sangre en Medio Oriente, sino una atrocidad del nivel de la guerra de los Balcanes en los años 90.

Desde luego, cuando un árabe se levante y con furia desenfrenada arroje su ira incendiaria y ciega contra Occidente, diremos que eso nada tiene que ver con nosotros. «¿Pero por qué nos odian?», nos preguntaremos.
No vayamos a decir que no sabemos la respuesta.

Robert Fisk

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ATAQUE ISRAELI EN GAZA

 (DICIEMBRE 2008)

http://www.laestrellapalestina.org/galeria/index_galeria_gaza-ataque-israeli-diciembre-2008.html

http://www.laestrellapalestina.org/caricaturas/index_caricaturas.html

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TODOS SOMOS PALESTINOS

José F. González

En el momento que comienzo a escribir, el ejército sionista lleva ya varias horas entrando en Gaza a sangre, me­tralla y fuego. Si la se­mana pasada "se limi­taban" al bombardeo in­discriminado, destruyen­do escuelas, mezquitas, viviendas y todo tipo de infraestructuras, asesi­nando y mutilando a seres humanos, anoche dieron un paso más, y comenzaron a ocupar el territorio con fuerzas acorazadas y de infantería. La excusa es siempre la misma, "lucha contra el terrorismo", cuando éste no es más que un calificativo que el ocupante, mucho más fuerte, da al que se le resiste con las débiles armas que dispone. Terroristas eran los españoles que se oponían a la invasión napoleónica. Terroristas eran los resistentes fran­ceses, yugoeslavos, soviéticos o griegos a las fuerzas de ocupación alemanas en la Segunda Guerra Mundial. Terroristas eran los polacos judíos del Gueto de Varsovia que se levantaron para no ser llevados a los campos de concentración. Terroristas eran las fuerzas de liberación vietnamitas frente al imperialismo gringo. Terroristas son los iraquíes que se enfrentan a diario, en sus ciudades, a los norteamericanos. Terroristas son los afganos que luchan contra las fuerzas de ocupación de su país y contra el ejército cipayo del presidente Carzay. 

Como se ve, la palabra "terrorista" siempre la utilizan los que tienen el poder para determinar, no sólo, lo que es legal e ilegal, sino, encima, para que ese mismo poder pueda violar sus propios "límites" de legal e ilegal, mientras condena al sometido por no "cumplir las normas" que les impone. En definitiva, el término "terrorista" se emplea para acorralar a los débiles con prohibiciones legales (que el poder se salta cuando quiere) para impedir que se resistan, y para servir como coartada de cualquier "depuración" política, asesinato "selectivo" o acción de "limpieza" étnica y exterminio como la que están llevando a cabo los sionistas en Palestina.
 
Ya sé que han muerto civiles israelíes. La prensa no deja de recordárnoslo todos los días, a todas horas, con el objetivo de equiparar, en nuestra mente, las operaciones, a gran escala y con sofisticados medios, de los asesinos sionistas, con la de las víctimas de los cohetes caseros palestinos. Pero aunque la perdida de una vida es irreparable, no se puede establecer comparación alguna entre los más de cinco mil (5.000) palestinos asesinados y los cuatrocientos treinta israelíes víctimas de las acciones de resistencia. No es posible establecer ninguna equidistancia, e intentar mantenerse objetivo y neutral, cuando la parte agresora -los sionistas-, cuentan, además, con el apoyo de la prensa, el cine, los gobiernos para cometer cualquier tipo de villanía.

La excusa de Israel para ocupar Gaza es la "lucha contra el terrorismo". Su razón, no tan oculta, es acabar con el Movimiento de Resistencia Hamas. No olvidemos que Hamas ganó las elecciones de 2006 con el 65% de los votos, y ante la atenta mirada de observadores internacionales que no detectaron ninguna irregularidad. No olvidemos que, desde que Hamas venció en las elecciones, el Estado Sionista inició un bloqueo de Gaza, comenzando por retener los fondos en concepto de aduanas (40 millones de euros) que cobran los sionistas en nombre de las autoridades palestinas. No olvidemos que los sionistas detuvieron a todos los diputados de Hamas en Cisjordania y Jerusalén. No olvidemos que los países occidentales congelaron las ayudas a Palestina tras el triunfo electoral de Hamas en el 2006. No olvidemos tampoco que el Estado Sionista ha estado bloqueando la entrada de de 3.500 productos básicos para la población, y que solo se permitían apenas llegar a Gaza... diecinueve.
Se produce una epidemia de escasez, entre otras cosas, de medicinas en los hospitales. Ni siquiera se permite que llegue la ayuda humanitaria de la ONU, que también se encuentran bloqueadas, sin que esta organización haya hecho nada. En ese período, según fuentes médicas, murieron 270 palestinos a consecuencia del bloqueo y la falta de medicinas. La Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, ha insistido: «el bloqueo es una violación de las leyes internacionales y humanitarias». También el relator especial de la ONU para los territorios palestinos, el norteamericano Richard Falk exigió a principios de diciembre: «un esfuerzo urgente para aplicar las normas que protegen a la población civil palestina de las políticas de castigo que suponen un crimen contra la humanidad». No hemos de olvidar que los sionistas realizaron bombardeos en el periodo comprendido (de supuesta tregua) entre junio y diciembre asesinando a cuarenta y nueve palestinos. En consecuencia, no hemos de olvidar que si alguien ha roto la falsa tregua este ha sido el Estado sionista, ISRAEL.

Pero no solo no hemos de olvidar. También hay que recordar, como que la Resolución 181 de la ONU creaba dos Estados independientes, prohibiendo expresamente la confiscación de tierras, pero hoy, existe sólo uno, Israel. Hay que recordar que Palestina está ocupada, su capital Jerusalén está ocupada, que más de siete millones de palestinos viven en el exilio o en campo de refugiados. Hay que recordar, en definitiva, que el agresor tiene nombre, y éste no es otro que Israel, y que los miles de muertos han sido asesinados por ser PALESTINOS.

Si mañana, pasado mañana o cualquier otro día, los arrogantes, los poderosos, los asesinos más fuertes, deciden ir a por usted, y se resiste, mañana usted será un terrorista, mañana usted será un palestino

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GAZA: CRIMEN Y VERGÜENZA EUROPEA 

No es una guerra. No hay ejércitos enfrentados. Es una matanza

No es una represalia. No son los cohetes artesanales que han vuelto a caer sobre territorio israelí, sino la proximidad de la campaña electoral lo que desencadena el ataque.

No es la respuesta al fin de la tregua. Porque durante el tiempo en el que la tregua estuvo vigente, el ejército israelí ha endurecido aún más el bloqueo sobre Gaza, y no ha cesado de llevar a cabo mortíferas operaciones, doscientos cincuenta y seis muertos en los seis meses de supuesto alto el fuego, con la cínica justificación de que su objetivo eran miembros de Hamas. ¿Acaso ser  miembro de Hamás  despoja de  condición humana al cuerpo desmembrado por el impacto del misil y al supuesto asesinato selectivo de su condición de asesinato sin más?

No es un estallido de violencia. Es una ofensiva planificada y anunciada hace tiempo por la potencia ocupante. Un paso más en la estrategia de aniquilación de la voluntad de resistencia de la población palestina sometida al infierno cotidiano de la ocupación en Cisjordania y en Gaza, a un asedio por hambre cuyo ultimo episodio es la carnicería que en estos días asoma en las pantallas de nuestros televisores en medio de amables y festivos mensajes navideños.    

No es un fracaso de la diplomacia internacional. Es una prueba más de complicidad con el ocupante. Y no se trata sólo de Estados Unidos, que no es referencia moral, ni política, sino parte (la parte israelí) en el conflicto; se trata de Europa, de la decepcionante debilidad, ambigüidad, hipocresía, de la diplomacia europea.

Lo más escandaloso de lo que está pasando en Gaza es que puede pasar sin que pase nada.

La impunidad de Israel no se cuestiona.

La violación continuada de la legalidad internacional, los términos de la Convención de Ginebra y las mínimas normas de humanidad, no tiene consecuencias.

Más bien, al contrario, parece que se premia con acuerdos comerciales preferentes o  propuestas para el ingreso de Israel en la OCSE.

Y qué obscenas resultan las frases de algunos políticos repartiendo responsabilidades a partes iguales entre el ocupante y el ocupado, entre el que asedia y el asediado, entre el verdugo y la víctima.

Qué indecente la pretendida equidistancia que equipara al oprimido con su opresor. El lenguaje no es inocente. Las palabras no matan pero ayudan a justificar el crimen.  Y a perpetuarlo.

En Gaza se está perpetrando un crimen. Lleva tiempo perpetrándose ante los ojos del mundo. Y quizá dentro de unos años alguien se atreva a decir  como en otro tiempo se dijo en Europa que no sabíamos.  

Teresa Aranguren 

Pedro Martínez Montávez

José Saramago

Pilar del Río

Rosa Regás

Carmen Ruiz Bravo

Belén Gopegui

Constantino Bértolo

Santiago Alba