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Las razones de guerra de EEUU y sus aliados
Carlos Ramiro

El «paci­fis­mo de diseño» objeto de las burlas de Rajoy es, en efecto, el 'oponente' más necio, volátil y estéril que puede 'levan­tar­se' ante los promotores de las guerras. El pacifismo que huye de atender razones, causas y realidades, y se ciega con senti­men­ta­lismos, con los efectos y los buenos deseos, es el 'adversario' ideal para las potencias que agreden, expolian, masacran y des­truyen las naciones.

Contradicción e hipocresía radical del pacifis­mo.

La sentencia de «la vida es lucha» ha sido, ofi­cial­mente, de­nos­­tada en los tiem­pos con­tem­po­rá­neos por beli­cosa, desa­gra­­dable o fas­cis­ta. Pero aun­que los “amantes de la paz” hayan cri­mi­na­lizado el con­cep­to ante la gale­ría, agitando dulces sue­ños de un mundo en paz, todas las “cien­cias hu­ma­nas” (historia, eco­nomía, de­recho, so­cio­lo­gía, psicología...), y la mis­ma vida cotidiana de las “so­­cie­­dades pací­ficas”, con­firmaban tal ase­ve­­ra­­ción. Y no sólo la confir­ma­ban, si­no que muchas tesis, tanto “socia­les” como “na­tura­les”, han llegado in­cluso más lejos representando la exis­ten­cia en­tera sólo como una lucha de todos contra todos dirigida al éxito par­ticular.

Para quien conserve, aún, la capacidad de sorpresa, sor­prende el hecho mismo de que se pueda imponer, y sostener, una ver­sión ofi­cial que, de in­me­­diato, y en todos los campos públicos y privados de esa misma socie­dad, se desmiente siem­pre. Es un sig­no diáfano de la “doblez men­tal” de las sociedades de Occidente (George Orwell lo llamaba “el do­blepensar”). Es muy revelador este hecho: la so­­ciedad que interiormente ha asu­mido que no existe más ley que el con­­flicto, la “compe­ti­tividad” y el cho­que de inte­re­ses entre in­di­viduos o ma­cro-indi­vi­dua­lidades ha admitido, al pro­pio tiempo, el dis­curso oficial pacifista de sus “re­pre­sen­tantes” pú­bli­cos, partidos, periódicos, iglesias... Difícil hallar contradicción mayor.

Por supuesto que los políticos (pacifistas “insti­tucionales”) así como mu­chos paci­fistas “de pie”, han revalidado también la vigen­cia de la con­sig­na que con­­denaban. A la hora tanto de arremeter contra los gru­pos por quie­nes sentían repulsión, como de perseguir a los que se atrevieran a contra­decir en tribunas pú­blicas sus discursos nar­co­ti­zan­tes, muchos “de­fen­so­res de la paz” han de­mos­trado ser unos sujetos tan agre­sivos cuando han te­nido poder y ocasión para aplas­tar al adversario, como esa clase de poli­cías que se desahogan apo­rreando a sus de­te­nidos una vez que ya están indefensos. Si odian con sin­­ce­ridad el hecho que la vida sea lucha es porque odian la violen­cia como dia­léctica y de­sean la violencia como monó­logo. Pero como nadie me­dianamente sensato está dis­­puesto a de­jar­se gol­pear, hay que entrar en la “dia­léctica”. Por tanto, todos han acep­tado esa cir­cuns­tancia ele­men­tal de la vida, empezando por aquellos que odian­do esta frase em­peñaron su vida en perseguir a los in­crédulos de solu­ciones mágicas que pudieran erradicar para siempre los conflictos.

Lo más importante, sin embargo, es que, en todos los cam­pos teóricos y prác­­ticos de las sociedades de Occidente, el con­flicto ha sido re­co­no­­cido como parte consustancial de la vida, y cuando no ha sido así, es para ir más lejos, represen­tán­dolo como motor único de la eco­no­mía, de la his­toria, de las vida natural, del juego político, del ingenio humano...
Pero que el conflicto sea algo constitutivo de la vida no significa que de­bamos resignarnos a soportar las guerras (y la con­si­guiente “agita­ción”) que los estados, o mejor dicho, los grupos que dominan esos esta­dos, monten a costa nues­tra y a costa de los de­más…

…con más razón si esos mismos grupos de poder, desde que existen como tales, se han presentado buenos y pacíficos por natura­leza, y no han dejado de con­­denar a sus ene­migos como intrínseca­mente vio­len­tos y malvados, justo por el hecho mismo de «generar conflic­tos», ni han dejado, nunca, de res­pon­sa­bilizar a esos enemigos de todos los efectos nega­tivos de las gue­rras, incluso de los causados directa­mente por los ”buenos”.

…y mucha más razón si las guerras se emprenden para pro­vecho y bene­ficio particular de unos grupos de poder, grupos que nunca han parado “de darnos la murga” que las guerras que han mon­tado han sido y son por «nuestro interés», por la «hu­ma­nidad», por la «civi­lización», por la «paz» o por la «libertad».

Las razones de los que secundan la guerra global

En la actual «Guerra global contra el terrorismo internacional», ocu­rre de nuevo que los que promueven la guerra (una guerra que consiste en opera­ciones manifiestamente des­pro­por­cio­nadas) son grupos que afirman pú­­bli­ca­mente «tra­bajar todos los días por la paz», «odiar las guerras» y «no querer más la guerra», pero que, si se meten en esas guerras (y nos meten a todos nosotros en ellas), las fomentan o las secundan, es «porque el ene­migo, el bando del mal, las fuerzas de la barbarie, les obligan».

Los repetidores españoles de la propaganda americana (que coinciden con las terminales de la propaganda sionista) están empleándose a fondo en repetir (valga la redundancia) consignas que sus­ten­ten las ”penosas obligaciones” de los occi­den­tales liderados por EEUU. Para ellos EEUU e Israel se ven “em­pu­jados” a cometer actos «lamentables» por culpa de sus enemigos «locos y peligrosos, edu­cados en el odio y la vio­len­cia».

Es esencial que atendamos estas razones. Porque la guerra no es sólo «plomo» y «plata», ni «sangre, sudor y lágrimas», sino también pro­pa­gan­da, «representación de la contienda», y ante la propaganda de la gue­rra global no cabe la neutra­lidad ni el pacifismo: ante ella se debe tomar partido y ser beligerantes. A continuación resumimos las razones que ”obligan” a los «Centinelas de Occidente» a desatar y sostener su guerra.

1ª razón: Occidente, con EEUU al frente, está en guerra para de­fen­der su estilo de vida:

Que es como decir que la guerra global que están liderando los EEUU no es ofen­siva sino para defenderse. Se difunde que el «Eje del mal» es el que ha tratado o querido trastocar el modo de vida occidental, des­­truir las instituciones liberal-democráticas y dar al traste con el «Mundo de liber­ta­des» que, se recuerda, costó mucho levantar.

La consigna que Occidente está defendiendo su modo de vida suele ser difundida sin que nadie, apenas, se detenga en ella, ni para defenderla ni para rebatirla. Simplemente es admitida o rechazada sin más ¿Por qué ocurre esto? Nosotros estimamos que eso ocurre porque semejante justi­ficación esconde una gran verdad: una realidad que no quie­ren reconocer tantos “anti­nortea­mericanos” al uso para seguir mos­trán­dose pacifistas y anti­yanquis “de salón”, pero también una realidad en la que no insisten demasiado los apo­logistas de la guerra global.

Pues ¿En que se basa el modo de vida occidental? ¿Se acuerdan de la publicidad de Bush “senior” para concitar el apoyo de su pobla­ción a la guerra de 1991 contra Iraq? En aquella ocasión también se insistió en la «defensa del modo de vida americano». ¿Acaso Sad­dam Hussein pre­ten­día invadir Virginia, Michigan o California? ¿Aca­so ideaba prohibir los par­ti­dos demó­crata y repu­bli­cano e im­poner el Baaz en América? ¿Acaso había planeado la naciona­li­za­ción de las compañías privadas en EEUU? ¿O acaso quería poner a periódicos y cade­nas de tele­visión usa­cas bajo el control de su Minis­terio de Información?

Por supuesto que no. Ni siquiera la población media americana llega a ser tan crédula para tragarse cuentos así (aunque todo lle­ga si se mantiene la lí­nea actual). En aquella publicidad Bush padre se ex­pli­có muy claro: el modo de vida americano se basa en el control de los re­cur­­sos ener­géticos del resto del mundo, y no puede permitir go­bier­­nos in­de­pen­dientes que manejen una parte con­siderable de esos re­cursos. Aunque se quedase corta, esa explicación apuntaba la ver­dad: el modo de vida americano se sustenta en el control, de­­predación y re­ducción de los recursos (no sólo energéticos, sino de cualquier tipo, empezando por los humanos) de las demás naciones del planeta. Y es que también los piratas del Ca­ribe asaltaban, asesi­naban y saqueaban barcos y puertos para de­fen­der su estilo de vida. Ese estilo se ba­saba en esa actividad de asaltantes, asesinos y saqueadores, y si de­ja­ban de hacerlo, adiós ”vida pirata”. No es casual que en los filmes usacos los piratas se re­flejen con simpatía.

Por tanto, la primera razón de guerra global de Occidente encierra una gran verdad... pero una verdad mayor que no se reconoce con todas sus consecuencias: Occidente sólo  puede defenderse agrediendo naciones, expoliando sus recursos e impidiendo el dominio de sí mismas. 

2ª razón: Occidente, con EEUU a la cabeza, está respondiendo a una agresión previa:

Que es como decir que no han sido los EEUU ni sus aliados los que em­pe­zaron atacando, sino que fueron los «enemigos de Occidente», los «te­rroristas islamistas» o, directamente (como sostiene la de­re­cha española) el «Mundo islámico» ¿Pero acaso les atacó, por ejemplo, el Iraq baa­zis­ta? No. Pero aquí se echa mano del gran recurso «­glo­ba­li­zador» de los americanos y sus secuaces españoles: la agitación del fan­tasma del «Eje del Mal», el cajón de sastre donde entran y salen «ene­migos de Occi­den­te», es decir, los enemigos reales o imagi­na­rios, co­yun­turales y estruc­tu­rales, de EEUU ¿Pero acaso se han aso­ciado los esta­dos incluidos en el «Eje del Mal» para atacar los EEUU? Tampoco.

Pero cuando se les echa en cara esta falsedad, entonces los repetidores de los canales de propaganda americana nos repiten (valga la re­dundan­cia de nuevo) que «Occidente, con EEUU a la cabeza, está anti­­cipándo­se a las agresiones del enemigo». Aparece la famosa doctrina de la «guerra preventiva» o «de anticipación», donde los ”amantes de la paz” pueden y deben emprender las guerras que odian para anticiparse a los malvados violentos, acusados éstos no por hechos sino por intenciones futu­ribles que los auto­­-pre­sen­tados como “personas que aman la paz” afir­man co­no­cer.­­ Gente que ha presumido de la filosofía de «poner la otra mejilla cuando te golpean», defienden ahora la consigna de «aplastar cuando supongas que te puedan golpear la mejilla».

Desde un primer punto de vista, cualquier ataque siempre puede ver­se como la mejor forma de defenderse. Pero la gran cuestión que se plan­tea es que si esta premisa vale para los unos, los EEUU y sus aliados ¿Por­qué no vale eso mismo para todos los demás?

Si es cierto que «la mejor defensa es un buen ataque», si lo es, entonces debe valer absolutamente para todo el mundo. Un principio como éste no puede valer sólo para una de las partes. Por tanto, los que sostienen esta doctrina no tienen base moral para criticar a los enemigos de Occidente (y más concretamente los enemigos de EEUU) que han tomado la ini­cia­tiva de atacarlos antes de esperar ser atacados por ellos.

En otra ocasión analizaremos la «memoria oficial» que ex­ponen canales mediáticos, portavoces políticos y centros docen­tes para ”recordar” que EEUU han luchado en el pasado no sólo para defen­der­­se de sus agreso­res, sino también por la «libertad» de otros países. Esa «memoria» favo­rable a EEUU ha calado muy hondo en la mayoría, más de lo que sue­le creerse, incluso entre los que detestan la política exterior norte­ame­ricana y se expresan con pa­sión contra Bush y com­pañía. Entre muchos anti­Bush existe ese sentimiento generalizado que les debe­mos algo a los EEUU, y eso es debido a que se ha repetido ante la gente, una y otra vez, lo mismo: que du­rante un siglo los usacos han «soportado los costos de defensa de las democracias». La dere­cha española en peso no ha dejado de en­señar la “generosidad” norte­ame­ri­cana y lamen­tarse del desapego de muchos españoles hacia los paladines del «mundo libre». Pero no es momento de repasar el siglo XX. Con un repaso del presente nos sobra.

Porque los apologistas occidentales del «derecho de autodefensa», de la «seguridad» y de los «ataques preventivos», rei­vindican esos derechos de “res­puesta” o “anticipación” única y exclu­si­va­mente para ciertas poten­cias de Occi­dente. Estos occidentales, que tanto han enseñado que todos los seres humanos “nacemos iguales”, han aca­bado por con­ce­bir para unos determinados estados (Estados Uni­dos, Gran Bre­taña e Is­rael) todos los derechos y libertades de acción posibles. Tales es­tados pue­den y deben tener derechos ilimitados de “autodefensa” y plena liber­tad para buscar su “seguridad” a costa de lo que sea, mien­tras los demás no sólo carecen de los mismos dere­chos sino que les co­rresponde quedar a ex­pensas de los “elegi­dos”. Tras pre­sumir haber impulsado una evo­­lu­ción histórica para ”homo­logarnos”, nos imponen una enor­me des­pro­por­ció­n de los derechos soberanos, lo que con­lleva, lógica­mente, la equi­va­lente desproporción monstruosa de las acciones, de las res­puestas y de las represalias. Otorgando derechos unilaterales para unos pocos, se esta­­blece un dese­quilibrio abismal, y consecuente­mente se exige la su­mi­sión absoluta de los demás. De esta for­ma se anuncia la con­sig­na perversa que toda la des­trucción, dolor y muerte su­fridas por los pueblos condenados a so­me­ter­se, será por culpa de su in­sumisión y de sus “pro­vocaciones” hacia los que pueden “auto­de­fen­der­se” sin limitaciones.

Tremendamente oportuno es citar la sarcástica sentencia de «todos son iguales pero unos son más iguales que otros». El ejemplo mostrado por los sionistas es revelador. Tiene más peso el apresa­miento de unos sol­dados, que la muerte inten­cionada de civiles no judíos. Idéntica vi­sión era la que sostenía la izquierda “aberchale”: era más grave el man­te­ni­mien­to de activistas de ETA en prisión, que el asesinato de es­pa­ñoles indefen­sos. De la misma forma, las con­venciones inter­na­cio­nales obligan al co­mún de las naciones, pero no a los estados “elegidos”, que pue­den y deben saltarse las normas que obli­gan a los demás. Acciones y proce­dimientos que no se toleran a nadie, son permitidas a los EEUU, Gran Bretaña e Israel. No hay límites para los derechos de los elegidos.

En esta «cultura» que bendice a «los ganadores» simplemente por haber ganado, los más fuertes tienen el derecho “natural” a que los débiles si­gan siendo débiles para que queden siempre a expensas de la voluntad de los más fuertes. Por esta razón, la peor ofensa, el mayor peligro para los “elegidos” o “bendecidos” para emplear todo el poder que dis­ponen, lo representa cualquier hecho que conduzca al desarrollo, for­talecimiento y recuperación del equilibrio para los pue­blos condenados a la debilidad.

Por eso, también la segunda apología occidental encierra una reali­dad. Pues los “elegi­dos” son efectivamente agre­didos en su natu­ra­leza esen­cial de “estados elegidos” cuan­do encuentran opo­­si­ción, con hechos o con ideas fecun­das, a su capacidad unila­te­ral de atacar al resto de los estados, cuando se pretende reducir su enorme capa­cidad de maniobra para de­cidir el destino de los demás, y se les niegue el derecho a deter­minar que pueblo puede vivir, quien ha de morir, como tienen que vivir y donde pueden hacerlo.­­

3ª razón: Occidente, con EEUU a la cabeza, está luchando contra el terrorismo:

Una vez más hay que recordar que el terrorismo es un método de lucha, no es el sujeto de ninguna lucha. Por eso, de entrada, es natu­ral­mente imposible que un Estado se encuentre en guerra contra un método. Entonces ¿Cómo es posible que semejante explicación se acepte y que la situación que domina la actual política inter­nacional sea precisamente un imposible: «la guerra contra el terrorismo»? ­­­­­­

La respuesta es sencilla: al declararse la guerra a una forma imper­sonal se posibilita el mismo estado de guerra constante y se faculta esgrimir un «enemigo» general cambiante según la conveniencia del momento. Los enemigos pueden ser todos o ninguno o todo a la vez.

Pero además ¿Qué es terrorismo? Es suficiente leer la prensa, es­cuchar la radio o ver la televisión, para saber que Occidente acaba viendo como terrorismo absolutamente todo lo que se le opone, sin distinción de métodos y fines, y lo mismo es terrorismo una bomba en el mercado que atacar un convoy militar que invade el país o derribar un bombardero. Al condenar como terrorismo cualquier clase de lucha, se tiende a justificar cualquier tipo de respuesta y se pro­mue­ven acciones como el asesinato, la tortura o el confinamiento inde­finido de quienes luchan en contra, o de los que se sospecha están en contra o, incluso (si se lleva hasta sus lógicas consecuencias el «derecho de agresión preventiva») de los que puedan «ponerse un día en contra» (los impulsores de un «frente de unidad» a la diestra del PP estu­diaban como propuesta el exterminio mundial de los pueblos o sectores de población en cuyo seno aparezcan terroristas).

­­­­­­­­Pero no sólo se llama terroristas a todos los que luchan contra Occidente, de forma que sus apologistas puedan decir que ”todos los que no están con Occidente son aliados de los terroristas”. Junto a esto se produce el fenómeno inverso, en sintonía con el Código Penal de la Democracia (la española) que se cambió en su día para dis­culpar el terrorismo de estado (el GAL) y que dejar de tratar como terro­rismo la ejecución en serie de crímenes para generar el terror pero cuyo objetivo fuese «la defensa de las instituciones democráticas y del régimen de libertades». Por tanto, el fe­nómeno inverso con­siste en no con­si­derar como terrorismo el terrorismo de estado que defienda los intereses occi­dentales. Sus crímenes, cual­quier campaña de terror e incluso la eliminación sistemática de un sector de la población (político, étnico, social o religioso) o incluso de un pueblo entero, deben ser silenciados. Los apolo­gistas occidentales, más rellenos de hipocresía que de cinismo, acostumbran a utilizar su afamada «libertad de expresión» para ocultar los crímenes de los poderes a los cuales sirven. Y cuando no es así, los crímenes se im­putan cíni­camente a las víctimas, como han hecho, por ejemplo, en Argelia desde 1992.

­­­­­­­­­­Por ello, también es cierto que Occidente combate el terrorismo: porque en la “neolengua occidental” cualquier resis­tencia a EEUU y sus alia­dos es terro­rismo, y todas las acciones de Occidente nunca lo son.

 

4ª razón: EEUU y sus aliados hacen la guerra contra dictaduras para apoyar transiciones hacia la democracia:

Aunque esta razón es la que menos se utiliza y la que más escepticismo genera tampoco hay que despreciar el auxilio que presta en la “plantilla” de «obligaciones morales» de EEUU y sus aliados sobre los países que atacan a los que siempre se señalan como dictaduras ominosas. ­

Y si esta consigna, aunque no se crea en ella, funciona, es porque se ve cobijada por un mito tan repetido por los portavoces de Occidente que la gente acaba dándolo por bueno: es el mito que las democracias nunca entran en guerra entre sí. Cuando una democracia está en guerra es porque, dicen, «combate contra una dictadura» y se da por sentado que las dictaduras siempre tienen la última culpa. Las democracias son intrínsecamente pacíficas y las dictaduras intrínsecamente violentas.­­­­­­­­­­

Es otro curioso ejemplo del «doblepensar». Aunque la mayoría recuerde muchos casos concretos, como la última Guerra de Iraq, donde los líderes democráticos votados por sus ciudadanos (Bush, Blair, Aznar…) eran los promotores de la guerra, el apriorismo que las dictaduras son las culpables de belicismo se mantiene intacto. Es otra creencia que aunque se acumulen más datos que la contradigan y demuestren que para provocar guerras no importa el carácter dictatorial o democrático del país, la gente seguirá creyendo en ella. ­­­­­­­­­­

Y aunque también bastante gente sea consciente que los motivos reales que impulsan a los dirigentes de las democracias en guerra nada tienen que ver con propósitos benéficos anunciados (como promover la democracia entre las naciones “ter­cer­mun­distas”) y muchos recuerdan numerosos casos de estados con dictaduras expresamente respaldadas por Occidente (sin ir lejos, aquí al lado mismo: Marrue­cos, Argelia y Túnez) la gente sigue dando cierta «superioridad natu­ral» a EEUU y a sus aliados en cada ocasión que inician una guerra aunque se les critique. Aunque se reconozca que éstos se muevan por mezquinos intereses, no dejan de verlos como ”países superiores” sobre los países “atra­sados”, “subde­sa­rro­llados” o ‘fallidos” del “tercer mundo”. ­­­­­

El cazador será muy malo, pero siempre será superior y más cercano a nosotros que el animal salvaje que caza. Así es como piensan, en el fondo, los “evolucionados” y “civilizados” occidentales.

Por lo tanto, aunque se nieguen todas y cada una de las excusas que dan e incluso se descalifiquen duramente a los promotores de las guerras infames, en general las críticas o se detienen en cuestiones personales (quienes son los “líderes” y los “encargados” concretos de hacer la guerra), o se cen­tran en temas inmediatos (en las secuelas o en “lo que hacen” y “lo que dicen” en el momento) o se reducen a facetas mera­mente técnicas (con­sideraciones pragmáticas de la “opor­tunidad” o “efec­tivi­dad” de los métodos o estrategias) o no van más allá de la re­velación de los negocios e intereses particulares de los protagonistas (mediáticos, energéticos, comerciales, arma­mentísticos...). Mientras las críticas dejen a salvo lo fundamental, la constitución y ob­jetivos globales de EEUU y sus aliados (lo que son realmente) esas críticas y protestas serán in­suficientes y seguirán cayendo en particu­larismos, tibiezas e inconsecuencias.

­­­­­­­­­­­­­­­­­­Seis conclusiones claras

1) No se puede caer de nuevo en críticas sectoriales ni superficiales, ni seguir con la tibieza y las inconsecuencias en la denuncia de estas nuevas guerras de Occidente.

2) No se puede seguir apelando al pacifismo cuando lo que hace falta es beligerancia contra la piratería, las destrucciones y los saqueos de EEUU y sus cómplices.

3) No podemos ser neutrales cuando debemos tomar partido contra las agresiones y mentiras permanentes de unos estados y unos grupos de poder que, para mayor escarnio, alegan actuar en nuestro nombre o por nuestros intereses

4) No se puede permitir que se grite «no a la guerra» para que luego los “jugadores titulares del equipo de la paz” acepten hechos consumados, el pre­­­dominio de los agresores y el negocio de los criminales.

5) No se puede tolerar tanta protesta y compasión por las víctimas de los crímenes de estado para luego buscar alianzas y juntarse con los criminales.

6) El problema no consiste en la zarpa del tigre, sino en el tigre mismo. El fracaso y la esterilidad de tanto antinorteamericanismo, tanto anti­be­li­cismo y tanto movimiento de protesta radica en todo lo dicho, en no querer llegar hasta el fondo: hasta las «razones de ser y de estar» de los grupos de poder que comandan los EEUU y sus aliados.­­­­­­­­­

 

 

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Nuevas realidades en Oriente Próximo

Carlos Ramiro

La situación en Oriente Próximo se ha trans­for­mado durante estos tres meses. Podemos de­cir que se han producido grandes cambios, si bien con unas repercusiones difíciles de vis­lum­brar en estos momentos.
Quizás la más pa­ra­dójica sea que la lucha por la demo­cra­tización, al estilo liberal capitalista, que Occi­dente está librando en esta zona del planeta ha producido unos resultados contrarios a los esperados.

 Egipto

En el país del Nilo, los Hermanos Musulmanes, si bien se presentaron en listas independientes y para cubrir sólo unos 150 escaños aproxi­ma­da­mente, consiguieron casi 80. El resto de la oposición política, lai­cos liberales e izquierda, consiguieron resultados mínimos y el partido en el poder logró, en sus propias listas, unos resultados irrisorios que sólo fueron salvados por la reincorporación al partido de los diputados ele­gi­dos a través de candidaturas independientes. El partido apoyado por los EE.UU, «Suficiente», no consiguió nada. Parece claro que si los Her­ma­nos Musulmanes se hubieran presentado para cubrir todos los es­caños en juego, habrían conseguido una victoria similar a la ob­tenida por Hamas en las elecciones de enero en la Palestina ocu­pa­da. Así pues está claro lo que se espera en Egipto si el proceso de aper­tu­ra continúa, con una situación que se agrava con la sucesión del dic­ta­dor Mubarak. Pensemos que el clima de estas elecciones se fue en­ra­re­ciendo conforme iba quedando cada vez más claro que los Her­ma­nos Musulmanes iban a obtener unos resultados inimaginables. La úl­ti­ma ronda de las elecciones se llevaron a cabo bajo la presión directa del Estado, con bandas de matones fustigando a la oposición y a los pro­pios votantes, con el ejército sellando barrios enteros conocidos por su militancia a favor de los Hermanos Musulmanes, para impedir que fuesen a votar, y con las fuerzas de seguridad del Estado dete­nien­do a destacadas figuras del movimiento. Y a pesar de todo esto, los Hermanos Musulmanes lograron ser el segundo partido más vota­do, de­mostrando ser la fuerza política real del país y poniendo un in­te­rro­gante sobre la evolución futura de Egipto. Un interrogante que apa­recería resuelto al mes siguiente en la Palestina ocupada.

 

Palestina

 

Éste es el segundo terremoto de la zona. Está claro que no se pueden catalogar de elecciones democráticas las llevadas a cabo en la Pales­tina ocupada ¿Pero cómo lo van a ser bajo la opresión de una ocu­pa­ción, los controles de las fuerzas armadas sionistas y la imposibilidad de disfrutar de libertades mínimas? Incluso Gaza, ahora liberada de la presencia interna de los colonos paramilitares judíos y del ejército sio­nista, no deja de ser más que una gran prisión. Pero a pesar de todos los inconvenientes, el triunfo del movimiento de resistencia islámico Hamas supone la apertura de una nueva era en la política de ocu­pa­ción. Tras su triunfo, Occidente ha puesto el grito en el cielo y ha im­puesto una serie de condiciones inaceptables para seguir la ayuda a un pueblo desterrado y aprisionado en su propia tierra: re­co­no­ci­mien­to del Estado de Israel, cese de la resistencia y aceptación de los acuer­dos de Oslo y de la Hoja de Ruta (estas dos últimas condiciones, por cierto, nunca han sido cumplidas por el ente sionista) Si no aceptan estas exigencias, la Autoridad Nacional Palestina (que de “autoridad” solo tiene el nombre) dejaría de recibir las ayuda que ahora le envía la Unión Europea y la ONU, e incluso el ente sionista, que está obligado por esos mismos acuerdos a entregar el dinero de la recaudacion de im­puestos que pertenecen a la Autoridad Nacional Palestina, anuncia que en el mismo momento que Hamas forme gobierno dejará de in­gre­sár­selos. Ahora bien, si estas amenazas se cumpliesen, el único que su­frirá esta vuelta de tuerca en las condiciones será el pueblo pales­ti­no, aunque otra consecuencia no querida (de las que abundan tanto en la política de la zona) pondría al descubierto el papel de potencia ocu­pante de Israel, obligándole a correr con todos los gastos para el mantenimiento de la población ocupada, tal y como exige la Con­ven­ción de Ginebra. Porque hay que decirlo claro para deshacer otra “ver­dad a medias” que los medios de comunicación occidentales han dado para engañar a su público: es cierto que los países donantes ayudan a la población palestina bajo la ocupación, pero no lo hacen por este pue­blo sino para liberar al ente sionista de una carga que haría in­sos­te­nible la economía judía.

 

En otro lado tenemos a la OLP, que ha sido borrada del mapa político desde el momento en el que ha existido, por escaso que sea, un mar­gen para ello. La corrupción manifiesta de los dirigentes políticos de la OLP y su incapacidad para lograr algo en su política de negociación, han cavado su tumba. Está claro también que ha sido la debilidad es­tructural de la OLP la que ha posibilitado su desalojo del poder, ya que si estas elecciones se hubiesen producido en cualquier otro país árabe pro­bablemente Palestina habría terminado como el caso de Argelia, y es ésta la otra perspectiva desde la cual ver estos sucesos. En efecto, junto al hecho de representar un golpe a la ocupación sionista, es una llamada de advertencia a los regímenes dictatoriales árabes que ven como su control del poder se va resquebrajando, poco a poco pero de manera imparable. Cómo reaccionarán tales Estados frente a estos cam­bios es la gran cuestión a resolver. Pero aún cabe otra lectura: un movimiento islamista ha llegado al poder (por muy limitado e irreal que sea en sus aspiraciones) tras haber conjugado, al mismo tiempo, la lu­cha directa contra la ocu­pación con la acción política diaria, a través de actividades como las ayudas a la población, y no a través del mé­to­do terrorista utilizado por otras organizaciones de los 80 y los 90, vía luego defendida como único medio posible por el movimiento de la Yi­had mundial simbolizado por Bin Laden, Zawahiri y El Zarqawi. La rea­li­dad del triunfo de Hamas les da la espalda y muestra que el úni­co medio de reislamizacion de las sociedades árabes pasa por la acción política y social.

 

En los últimos días parece que la reacción inicial occidental se ha ido moderando y que ahora Rusia se presta como mediador, habiendo in­vitado a los lideres de Hamas con el respaldo de Francia. La realidad, aunque sea dura para Israel y los EE.UU, obligará a la apertura de ca­nales de diálogo o, al menos, a la coexistencia, porque al fin y al cabo el pueblo palestino habló y le dio su voz al Movimiento de Resistencia Islámica.

 

Iraq

En Mesopotamia todo sigue igual. La elecciones de diciembre dieron el triunfo a la coalición de partidos religiosos shiítas (cuyo partido más importante es el Consejo para la Revolucion Islamica de Iraq) y con unos buenos resultados para los partidarios del clérigo Muqtada Sadr. El partido laico del antiguo primer ministro Alaui, apoyado por EEUU, no pudo alcanzar una presencia significativa, y la oposicion suní logró apro­ximadamente el 20 por ciento de los escaños.

 

La resistencia de base suní se mantiene, demostrando la incapacidad norteamericana para pacificar el país, con las quejas de los partidos shiítas de que no lo hace ni deja hacerlo para que la inestabilidad con­tinúe y sea imposible la vida normal. Este reto está cada vez mas lejos como han demostrado las auditorias de los proyectos realizados por el gobierno norteamericano, que demuestran que ninguno de los sec­tores estudiados ha alcanzado ni siquiera los niveles de preguerra: ex­trac­ción petrolifera, generación de electricidad, agua potable, sistema de alcantarillado... Y que las proyecciones de futuro auguran un por­ve­nir aún más incierto. Y es ésta la faceta de la campaña de resistencia que pasa más desa­per­cibida: una campana estratégica contra la infra­estructuras del país que hace imposible la reconstrucción y ante la que el ejército norteamericano y los contingentes “de seguridad privada” se ven incapaces de hacer nada. Una pregunta que debemos hacernos es si la incapacidad de los EEUU es una incapacidad real o es una calculada.

 

Así pues vemos que para un futuro próximo, la situación en Iraq cam­biará poco. Las variables a considerar serán las siguientes: si los partidos ganadores proseguirán con su acercamiento a Irán; si la re­sistencia tendrá ca­pacidad de paralizar al gobierno; y por cuanto tiem­po los estadounidenses permitirán que sus soldados sigan muriendo por una “planificación” tremendamente desastrosa de la posguerra por parte del “Eje del Bien”...

 

Pero como están las cosas en la actualidad, el gran beneficiado es Irán, aunque se pudiese pensar que el objetivo inicial de las todas las guerras en la zona (las de Iraq y Afganistán, especial­mente) era su ais­la­miento y el forzar un cambio de régimen. Si éste era el gran obje­tivo de los que, prime­ro em­­­prendieron, o respaldaron, en los 80 la I Guerra del Golfo contra Irán, y en los 90 el avance Talibán en Afga­nistán, y cambiando de siglo decidieron ocupar directamente tales paí­ses, no se puede decir que les estén saliendo bien las cosas.

 

 

 

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Recambio de totalitarismos (II)
Natalia Segura
El totalitarismo liberal necesita compañera

En el artículo anterior se repasaba, sintética­mente, los siglos XIX y XX, y el pre­dominio de las fuerzas abiertamente laicistas. Tras el libe­ralismo del XIX, se recordó el auge y desa­rro­llo de los totalitarismos del XX, también lai­cis­tas, pero rivales u opuestos al liberalismo. Pese al enorme auge de los tota­litarismos anti­li­be­rales (tomados como grandes pro­tagonistas del XX) este siglo pasado fi­na­lizó con la Caída del Muro y la Tormenta del Desierto, que deshi­cie­ron estados y polos de poder que sostenían sistemas antiliberales. La «vuelta de los na­cio­na­lismos» en la última década del siglo no hizo más que precipitar a la ruina interior, física y moral, a diversos países donde tuvieron éxito (Yugos­lavia o Ruanda fueron buenos ejemplos). Sa­be­mos que no es la única razón (ni la más importante) que hace que los micro na­cio­na­lismos no sean rivales para el bloque vencedor en la Guerra Fría, pero es suficiente constatar que allí donde se han de­sa­tado no han he­cho más que movilizar en­tu­siasmos para multiplicar agravios, en­frentar entre sí a los pueblos de un mismo territorio y des­cuartizar sus estados, dejando los restos para que se los lleve la te­mi­da marea homo­ge­nei­zadora que sumerja esos “he­chos diferenciales” y cualquier ámbito soberano que preten­dían con­quis­tar o con­servar.

Por tanto, el camino de la victoria mundial del Occi­dente libe­ral­-capita­lista parecía quedar des­pejado y seguro. La tan citada “Globalización” no es, ni mucho menos, sólo la evidencia que los tiem­pos “avanzan una bar­baridad” tec­no­ló­gica­mente y que las tele­co­mu­nica­ciones han em­­peque­ñecido nuestro mundo. Ante todo la Glo­balización es la cons­tata­ción de la mun­dia­lización de un determinado mo­de­lo so­cio­e­co­nó­mico, y la di­fu­sión y pre­do­minio de un único pen­sa­miento. Ha­blar de “otras globa­liza­cio­nes” distintas u opuestas a la única que hoy se des­pliega (como hacen algunos sec­tores) entra den­tro de la litera­tura fan­tás­tica o de las acostumbradas intoxicaciones lanzadas para confundir al público (o para confundir los deseos de al­gunos con la realidad).

Aunque los pueblos de los países occidentales hayan vivido con esto, resulta curioso (y hasta sorprendente) ver que, durante tan­tos años de Guerra Fría, mientras las espadas (o misiles) se man­te­nían en alto an­te la Unión Sovié­tica, pero también cuando ésta se hun­día con sus satélites e, incluso, durante la década pos­terior a la Caída del Muro, el para­digma «progresista» haya sido el pre­do­mi­nan­te en la ma­yoría de los públicos de Occi­dente. Quizás en el futuro será difícil que la gente lo crea. Pero todos hemos vivi­do (algunos in­cluso he­mos sobrevivido) al predominio cultural y me­diá­tico de la «iz­quierda oficial», que todavía hoy domina varias parcelas del “mercado”. El «pro­gre­sismo» era quien ad­mi­­nistraba el mundo de las ideas plas­ma­das y lo que estaba bien vis­to. Cualquier elemento que no recibía su bene­plá­cito era, auto­má­ti­ca­mente, observado como sospe­cho­so o peligroso.

Dos de esos elementos puestos en entredicho por el «progre­sismo» (cuando no ata­cados sin disi­mulo) han sido los conceptos de Nación y Re­ligión. En efecto, el humanismo inter­nacio­na­lista y el lai­cis­mo anti­rre­li­gioso o mate­rialista eran otras de las significativas convergen­cias con el bloque co­mu­nista... pero también eran prácticamente asu­midos, sin gran problema, por el “mundo” socio­eco­nó­mico y político de­cla­ra­damente liberal-capi­talista, que siempre pudo aceptar y hasta iden­ti­fi­carse mucho más con estas dos bases del «pro­gresismo» que con otros apriorismos del mismo. La na­ción se dejaba para las rei­vin­di­ca­cio­nes nacionalistas y los deportes de masas, y la religión para el ám­bito privado y folclórico de la gente. Esos dos elementos capi­ta­les del para­digma «progre», al re­coger o coin­cidir sustancialmente con las ideas e inte­reses de unos y otros, fueron de los que mayor acep­ta­ción tuvieron en el “credo” establecido oficiosamente en Occidente.

Constatábamos que el modelo privatista y mercan­tilista que com­petía con el mo­delo comunista acabó venciendo y que los adver­sarios se “con­vencieron” por «exi­gencias de la historia» (o por la ne­cesidad de «cazar ratones» como dijeron gráficamente el “rojo” Deng Xiao Ping y el “socialista obrero” Felipe González). Pero hemos re­cor­dado que esa aceptación del capitalismo liberal se impuso y acep­tó por con­ve­nien­cia (o por fatalidad); lo que “convencía” era el hecho fatal de la victoria del liberalismo, es decir, porque no quedaba “más re­me­dio”. El predominio de las leyes y de la cruda lógica del economicismo pri­va­do, que había des­preciado las grandes ideologías y «meta-re­latos» del siglo XX, ga­na­ba con todas las consecuencias y empezaba a ha­cer sentir todas sus exigencias económicas y sociales, tanto en el ám­bito na­cional co­mo global. Pero el liberalismo había sido, y seguía sien­do, in­capaz de ganarse los corazones no sólo de la mayoría de la gente, sino ni si­quiera de una minoría amplia.

Pero ¿Acaso el empuje y la consolidación “técnica” de este sistema necesita de una movilización de entusiasmos populares? ¿Acaso ha per­judicado al empuje y desarrollo del capitalismo actual el hecho que, durante varias dé­cadas, los “re­sortes” del relato de creencias hayan estado en manos de “rivales” o “correctores” suyos como presumían las «fuerzas pro­gresistas»? ¿Acaso lo que ha ocurrido en el siglo XX no demuestra que las leyes del “puro mercado” pueden derribar todos los obstáculos y salir vencedoras sin necesidad de un “frente de las ideas” fervoroso fiel? Nuestra res­pues­ta es que esta convicción ha si­do dominante en las fuerzas de lo que en España llamamos la «dere­cha»: bastaba se­guir las leyes del “libre mercado” para desencadenar un proceso inevitable, sin nece­sidad de plantear movilizaciones o ba­tallas por las ideas o los sentimientos.

Los tres nuevos sostenes totalitarios del “orden” mundial

En la parte anterior del artículo recordábamos que el liberalismo ha ne­cesitado compañeros de viaje que luchen por abrirle paso, le cubran los flancos y le protejan las espaldas. Indicamos que cuando las crisis y re­vo­luciones de la I Posguerra mundial fueron levantando, en todo el mundo “desarrollado”, diversos y potentes frentes enemigos del libe­ralismo, los gerentes del «Mun­do Libre» consiguieron la confrontación de los na­cio­nalismos entre sí y de éstos con los revolucionarios colec­ti­vistas.

Y aun­que las po­tencias aliadas contaron con mucho más re­cursos ma­te­ria­les que los demás con­ten­dientes, jamás soportaron el peso de aque­llas con­fron­taciones titánicas, ni aparecieron nunca en las posi­cio­nes más arries­gadas. Y cuando su gente luchaba, no lo ha­cían mo­tivados por las exi­gen­cias del liberalismo. Los demócratas de Amé­ri­ca recurrieron a una propaganda racista anti­ama­rilla que igua­ló la famosa del ministro Goebbels que equiparaba judíos con ratas de alcantarilla. Ésta es la historia del libe­ralismo: para sobrevivir y afrontar momentos de con­fron­tación o de gran tensión, necesita parasitar y apoyarse en ele­men­tos “adjuntos”. Porque sus famosas leyes economicistas, su lógica pragmática, sus ideales individualistas y su cruda rea­lidad, son in­ca­paces de mantener el corazón y movilizar in­ten­samente a casi nadie.

Laureano Luna señala que las fuerzas partidarias de la Globa­li­za­ción se dividían en tres grandes tendencias: la primera son los liberales pu­­ros, que confían el desarrollo y consolidación del proceso a las fuer­zas puras del mercado; la segunda son los socialdemócratas, que pien­san que el mercado global debe y puede ser controlado por ins­ti­tuciones pú­blicas de alcance mundial; y la tercera es la de los neo­con­serva­dores, que se dan cuenta muy bien que el puro mercado no garan­tiza el triunfo de la Globalización y apuestan por un impulsor y con­trolador po­lítico-militar. Luna considera (y nosotros con él) que los neo­con­ser­vadores son, con mucho, los más realistas. Porque el libe­ralismo puro, en solitario, como hemos dicho, no consigue controlar los países; y porque la posibilidad que unas ins­tituciones mundiales no sólo lleguen a ser capaces de con­trolar o de corregir el capitalismo, sino si­quiera de existir, son prácticamente nulas. Los EEUU, en cam­bio, existen co­mo realidad política, eco­nómica, tecnológica y militar hege­mónica.

Pero lo que interesa ahora no es el sostén “corporal” (o político-eco­nó­mico-técnico-militar) del ”orden” mundial, sino señalar el nuevo sostén ideológico que lo justifica y gana las mentes de las gentes, es decir, lo que importa es identificar las bases del nuevo paradigma en los países occidentales: el paradigma que están estableciendo los neo­con­ser­va­dores. Éstos son los que están le­van­tando el nuevo dis­cur­so cultural do­minante que está sustituyendo al pro­gre­sismo como recambio ideo­ló­gico para sostener la nueva fase de la misma realidad política, social y económica que viene de­sa­rro­llán­do­se desde hace unos siglos.

El principal propósito de estos dos artículos es combatir la creencia que el discurso justificador de la nueva fase del liberal-ca­pi­ta­lismo mun­dial se reduce a una aceptación realista del poder físico de los EEUU, a la justificación cínica de la ley del más fuerte o la ve­ne­ración por el capital. Por supuesto que el prag­ma­tismo filo ­­ame­ricano es pro ame­ricano tanto por ser­ prag­mático (arrimarse a EEUU por ser el ”sol que más calienta”) como por sentirse plena­mente identificado con el principal motor del modelo americano: el individualismo y la justifi­ca­ción de todo por acumular capital. Asimismo, la tendencia de colocar­se auto­mática­mente a favor del poder sólo por­que es el poder, puede con­siderar­se como el sustrato más hondo de los grupos de la derecha en dife­ren­­tes épocas, lugares y con­diciones. Por eso, este realismo que siempre se suma al polo de mayor poder y lo jus­ti­fica por el simple hecho de ser el poder más efectivo, puede verse legítimamente co­mo el remate o el sustrato de todo lo demás. Como en el mundo capi­ta­lis­ta lo que tiene más fuerza normalmente (nor­mal­mente, se advierte) es el capital, la de­re­cha justifica plenamente el do­minio de los que deten­tan el dinero sim­plemente porque lo tienen.

Pero la justificación de los puros intereses y la acepta­ción del “de­re­cho” que reposa en la con­cen­tración de bene­ficios y en el poder bruto, serán los determinantes principales en la sociedades capita­lis­tas, pe­ro nun­ca han sido suficientes para sostener la adhesión de la gente du­rante mucho tiempo, y menos cuando ésta se ve sometida a presión. Esto lo sa­bían los viejos libe­rales, y de esto se dan perfecta cuenta los neo­con­ser­vadores: no sólo de la cartera vive el hombre por muy ma­te­rializado que se encuentre. Los sentimientos, las pasiones, las creen­cias, los mitos (o pseudomitos) cuentan también, y mucho, para que la gen­te haga mucho más que “funcionar” como autómatas y respalde al poder establecido. Para poder habitar una casa, no es suficiente tener seguro el suelo, los muros, el techo, las puertas... se necesita ca­lidez.

Dare­mos un re­paso a los tres nuevos “pilares” s­en­ti­mentales o ideas-fuerza que dan ahora “calor” a las entrañas de la fría mecánica del prag­ma­tismo y el des­potismo de la veneración del capital.

1 - El nacional-occidentalismo

La usurpación del concepto nacional por parte de los conservadores (li­berales o “autoritarios”) se ha vuelto clásica. Consiste en confundir la Na­ción con la ideología, las leyes y los intereses de un sector deter­mi­na­do de la nación. En general, a través de este aca­para­miento ab­so­lu­to, los conservadores identifican lo “nacional” con el man­te­ni­miento del marco jurídico, social, económico y cultural con­ve­niente pa­ra la clase do­minante. El nacional-occi­denta­lismo no deja de ser la re­cuperación, con mayor fuerza, de esa usur­pación y confusión: asociar las naciones inmersas en Occidente y sus his­torias nacionales con el sistema occi­dental (un sistema que paradójicamente nació atacando la historia). Al igual que la gente suele confundir tradi­ción con cos­tumbres de ayer, las derechas neo­conservado­ras promueven la confusión de la his­toria nacional de los países de Europa y el conti­nente ame­ri­cano con el sis­tema impuesto en la era contemporánea. De esta forma, los europeos y americanos que a lo largo de la historia han seguido o luchado por seguir modelos dife­rentes u opuestos al im­puesto hoy, son literal­mente olvidados, tergi­versados o pasan a sumar la “Anti-Europa” (o la "Vieja Europa" como la llamaba Ronald Runsfeld).

En España conocimos hace me­dio siglo el nacional-catolicismo, que teóricamente anulaba la con­di­ción de españoles a los que no fueran cató­licos romanos, y oíamos emplear el término “Anti Es­paña” para las ex­presiones contrarias a la dictadura de Franco. Cierta disposición a no tomarse las cosas muy en serio hizo que aquella situación no fuera aún más asfixiante y totalitaria, pero fue más que suficiente. Cincuenta años des­pués España sigue pagando muy caras las con­se­cuen­cias de haber per­mi­tido esas identificaciones: el mismo concepto de España des­pierta una enorme repugnancia en gran parte de los españoles.

Lo que tratamos en esta página es de recordar la gran fuer­za poten­cial que tienen las apelaciones a “nuestra tierra y nues­tra sangre”, las re­fe­rencias a lo señalado como “propiamente nuestro”, aunque no lo sea. Unos colores no despiertan por sí mismos emo­cio­nes intensas, pero lo hacen cuando son asociados a lo que unas personas iden­tifican como colectivamente suyo. Es aquí donde entra en liza la primera gran ma­ni­pulación neoconservadora: nadie sentiría, se mo­vería o arriesgaría mucho por defender el des­po­tismo de la implacable lógica mercantil e individualista... a no ser que ésta se asu­ma como “algo nues­tro”, algo que sea parte del ser español o del ser europeo. De esta forma, mu­chas situaciones políticas, sociales, económicas y culturales que du­rante los últimos tiempos han colado o se han im­puesto, si­guien­do pa­trones ideológicos o inte­reses de poder o capital clara­mente exigidos por unos sectores particulares en detrimento de otros (e incluso en contra de lo querido por una enorme mayoría de la nación) pasan a convertirse, por obra y gracia de la derecha neo­con­servadora, en fun­damentos de la identidad española o europea. No es broma decir que, hoy, se puede llegar también a sostener que los altos bene­ficios de la banca o la droga en las escuelas son insti­tu­cio­nes y señas de iden­ti­dad nacionales irrenunciables, y que los que quieren cambiar o com­batir­las son ene­migos de España o de Europa. Con los neocon­ser­va­dores se consigue catalogar a todos los disi­dentes europeos e hispa­no­americanos como ex­tranjeros en su propia tierra. Este es el primer sostén totalitario (para nosotros el más poderoso y letal para las alter­nativas europeas) que este siglo aparece acompañando al liberalismo.

2 - El liberal-cristianismo

Si clásica es la identificación de la Nación con los intereses, leyes e ideas propias de los sectores que la dominan, y el nacional-occi­den­ta­­lismo no deja de ser la re­cu­pe­ra­ción (con más intensidad) de esa con­fusión, el liberal-cristianismo no deja de ser una “vuelta a los orígenes” a ciertas ideologías reli­giosas que iniciaron su auge en el XVI.

Cuando en España se habla de ideología reli­giosa se tropieza con un gran pro­blema. Como la in­cultura reli­giosa es enorme, la re­ligión se re­duce a “re­ligiosidad” e, incluso, a “de­vo­ción”, y no sólo no exis­te dis­posición a en­tender que las religiones son diversas, sino que tam­poco se entiende que se dan varias ideo­logías en una “misma religión”. Por tanto, definir ramas e ideologías reli­gio­sas suena como si se hablara de “burros volando”, pues en Es­paña los conflictos religiosos se han visto como peleas por aceptar o rechazar al Papa, rendir o no de­voción a la Virgen, o  disputas para ver que pueblo "se queda" con unos objetos o restos reputados como religiosos. Por eso también, cuando se de­nuncia una determinada corriente o rama de una religión, se to­ma tal como un ataque a esa religión o, in­cluso, al mismo hecho religioso.

Así pues, cuando se señala la “vuelta a los orígenes” de una ideología cristiana se habla únicamente de la rama que amparó el despegue del capitalismo occidental. Lo que aquí se señala es que, hoy por hoy, lo que más influye en las diversas igle­sias es la ideología que los evan­gélicos contrarios a ella han denominado la “teología de la pros­pe­ridad”. En España, la “mayoría natural” de los considerados católicos aceptan de hecho, o defienden, una visión de la socie­dad que en el XVI fue aso­ciada a los “herejes”: la calvinista. Cierto es que se pue­den mostrar en­cí­clicas papales (unas son ciertamente in­te­resantes y críticas hacia el sistema) que desmientan esta visión, pero la población señalada uti­liza al Papa para “creer” que es el “jefe”, pero sin “practicar” ja­más la obediencia hacia ese “jefe”. Sus encíclicas no sirven de nada.

Sabemos que el liberalismo posterior es una ideología completamente secularizada y que, incluso, durante una época, sirvió de vanguardia contra cualquier subordinación confesional. Lo que ha sucedido es que los neo­con­servadores, tomando nota de las consecuencias disol­ven­tes del se­cu­­la­rismo y relativismo liberal para la "moral de la tropa” en las sociedades occi­den­tales, “han vuelto a los orígenes” del liberalismo para lograr le­van­tar el ánimo y la disciplina de los individuos encadenados a la ago­biante ma­quinaria del productivismo, el consumismo y el desperdicio. Para nosotros queda claro que es una impostura asociar Cristiandad con Ca­pi­talismo, pero esta asociación se está realizando no por los enemigos de­cla­rados de Cristo, sino por parte de sectores que se califican “cristianos”.

Pero esta arbitraria asociación no se hace sólo para levantar la "moral de las tropa" (como hizo Stalin en 1941 con los rusos, o Saddam en 1991 con los iraquíes) sino para agregar otro elemento de gran fuerza potencial al totalitarismo mercantilista: la convicción que Occidente y Ca­pitalismo no sólo son una civilización y un sistema socioeconómico y cultural que­ridos por Dios, sino "El modelo" terrenal de la única forma legítima de "sentir y estar con Dios": la de la “teología de la prosperidad” (“pro­tes­tante”, “católica” o “judía”). Nos en­contramos con una fenomenal im­pos­tura que no sólo convierte en “sa­grado” una civilización materialista e in­di­vi­dualista, sino que la encumbra en “única y verdadera”. Los efectos to­ta­litarios de tal con­fusión absolutista son mucho peores que los tota­lita­rismos lai­cis­tas del siglo XX (incluyendo estalinismo, hitle­ris­mo y maoís­ta), pues éstos no utilizaron “el nombre de Dios en vano” para erradicar a los ene­migos. Éste es el segundo sostén totalitario (más ab­so­lutista y de­vastador por esgrimir una “localización monoteísta”) que acom­pa­ña al liberalismo a principios del milenio.

3 - El “liderazgo liberador” americano

Cuando se cita América automáticamente se piensa en los EEUU (el haber acaparado el término de todo el continente es significativo: ellos son los americanos de ver­dad, y los demás pues no se sabe que son). No se entra hoy en la injusticia de este hecho, sino reconocer lo que saben muchos lectores: la his­toria es quizás la más importante ciencia social utilizada para justificar el poder de naciones, grupos y personas. Cuando el presente aparece injustificable, y nadie se cree las prome­sas de futuro, de in­me­diato el poder recurre a justificarse en la his­toria.

Y esto es lo que hacen los propagandistas de EEUU y las derechas actuales de casi todo el mundo: justificar la sujeción de todos los países del globo al “lideraz­go” estadounidense, por la función “liberadora” mundial ejercida por tal poten­cia en el pasado inmediato. Las naciones del mundo, dicen, han de mos­trarse agra­de­cidas a los EEUU (y por tanto deben someterse a ella) porque defendió el «Mundo libre» ante el expansionismo soviético en la Guerra Fría, nos salvó del imperialismo japonés y del belicismo nazi-fascista en la II Guerra Mundial, y sostuvo a los aliados frente al militarismo de los Imperios Centrales en la I. Esa derecha calla, claro, que la inmensa mayoría de los muertos de la Guerra Fría, de la II Guerra Mundial y de la Gran Guerra no fueron estadounidenses. Pero la realidad de los hechos históricos no cuentan: en el presente cuenta sólo lo que se cuenta (disculpen la redundancia) y para cada vez más gente, el “Atlas” que sostuvo el mundo con sangre, sudor y lá­gri­mas contra las fuerzas del mal durante el siglo XX, fueron los EEUU.

Sabemos que las razones históricas no pueden ser determinantes, pe­ro influyen muchísimo en el imaginario colectivo, y en España lo he­mos comprobado con el desentierro de la Guerra Civil (se presta más atención a donde van a parar los originales del Archivo de Salamanca o las estatuas de Franco, que a la seguridad de nuestras viviendas o de nuestras calles). Con ser muy importantes los otros pun­tales in­cor­po­rados para sostener, en el sentimiento pseudomítico de las masas, el edificio liberal, no deja de ser tampoco importante la tergiversación de la historia para convertir a los EEUU en “padres del Mundo Libre”, y acep­tar que las de­más naciones son “irresponsables”, “desvalidos” o “idiotas” que no se pueden dejar solas.

No ha de resultar extraño que esto sea lo que se sostenga en EEUU. Pero ¿Acaso es sorprendente que esto se piense en Europa y en His­pa­noamérica? Nosotros decimos que no lo es, porque cuando en unos pueblos se ha impuesto la idea que es “peli­groso” o “inconveniente” (e incluso un signo de “pueblos atrasados”) el sentido de amor propio y de dignidad colectivas (y de esto se ha en­cargado la “intelectualidad” progresista, empeñada durante décadas en extirpar tales conceptos para evitar resistencias a su proyecto de “cementerio feliz” carente de con­flictos) no puede espe­rar­se otra cosa que una men­talidad y un com­portamiento general abyecto ante el más poderoso. Y no sólo es ló­gi­ca esta actitud consigo mismos, sino el convencimiento que todos los pueblos del mundo han de comportarse igual de in­dignos que ellos. La ani­mad­ver­sión de muchos europeos e hispanoa­me­ricanos hacia los reductos de re­sistencia anti­­americana es el odio de los serviles que no odian sus cadenas ni se irritan con aquellos que los encadenan, sino que dirigen su odio y resentimiento hacia los que sí se resisten o tienen el coraje de intentar escapar de la ser­vi­dumbre, pues esta actitud insumisa les afrenta y les coloca en un contraste de la Vergüenza muy difícil de admitir para quienes, además, han sido criados en una creencia de superioridad innata, como sucede con los miembros de las sociedades occiden­tales.

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Recambio de totalitarismos (I) Los totalitarismos antiliberales se van

Natalia Segura

Este siglo que hemos dejado atrás ha significado el periodo de la historia donde se manifestaron con mayor viru­lencia las ideologías abiertamente lai­cistas.

Si el XIX significó el siglo del desarrollo pleno del liberalismo, el XX sig­ni­ficó el despliegue pleno de fuerzas rivales del liberalismo como el radica­lismo, el nacionalismo, el socialismo, el comu­nismo o el anarquismo.
Criaturas todas ellas del positivismo (no ideado, pero sí formulado con claridad por Compte) res­pondían a varios matices de la Modernidad, cuyo fundamento es la negación tajante de una visión completa y pluri­dimensional del hombre. Resu­miendo, estas tendencias se motivaban según hubieran bebido de una u otra de las tres grandes corrientes filosóficas dominantes en el siglo XIX: empi­rismo, racionalismo o vita­lismo (donde podemos incluir el romanticismo). Del empi­rismo se nutrió sobre todo el viejo liberalismo, que tuvo su apogeo en el siglo XIX. Del racionalismo bebieron el radicalismo y las ideologías colecti­vistas. Y del vitalismo se alimentaron el nacionalismo, el naturalismo y el psi­co­análisis (que es otra ideología aunque se empeñen en revestirlo de ciencia médica).

El XX fue el siglo de la aplicación consecuente (y contundente) de las ideologías nacidas del racio­na­lismo y del vitalismo. En los países hispánicos el radicalismo tuvo su apoteosis en México y en la España de la II Re­pública; en el mundo, el colectivismo tuvo como máximos exponentes a la Unión Soviética de Lenin y Estalin, y a la China de Mao; y el nacionalismo tuvo como ejemplo principal a la Alemania de Hitler. Estos dos últimos sistemas han pasado al imagi­nario mediático y colectivo como los ejemplos extremos y más atroces de totalitarismo. Pues hoy, cuando alguien dice «totalitarismo», de inmediato se asocia al totalitarismo rojo o al totalitarismo nazi. El primero, acogiéndose a la dialéctica de la lucha de clases y presentándose como vanguardia de la clase obrera, criminalizaba a las demás clases sociales, y asociaba cualquier oposición política a los intereses de esas «clases criminales»; el segundo, basándose en su visión de selección natural de las razas y considerándose im­pulsor de la raza más evolucionada, señalaba como competi­do­res irreductibles a las demás razas del planeta. Consecuentes con la criminalización social, los movimientos rojos emprendieron en el siglo pasado campañas de asesinatos en masa en Rusia, Ucrania, China, Camboya… Consecuentes con la idea na­cionalista de antago­nismo mortal entre las etnias, durante el siglo XX se come­tieron sobre las naciones «civilizadas» aquellas matanzas y deportaciones masivas que ya habían sufrido los pueblos llamados «salvajes» durante el XIX: los armenios en la I Guerra Mundial, los judíos europeos en la II Guerra Mun­dial, los alemanes del este en la Posguerra mundial…

En 1989 se derrumbó el Muro y se erigió como triunfador el modelo del capi­talismo liberal (si quere­mos ser simples podemos sintetizar que lo liberal es el individualismo pragmático, conservaduro y cobarde; y cuando es utópico, nihilista y osado se vuelve anarquista). Al hundirse la Unión Soviética, el contra­dictorio pastiche cultural radical-socialista o «pro­gresista», dominante durante décadas en Occidente, y que había trabado una combinación alucinante de re­lativismo individualista con iguali­tarismo ambientalista, psicoanalismo y pacifis­mo, empezó a re­sentir­se ya como increíble. La utopía materialista colectivista quedó desa­credi­tada y la cruda realidad del materialismo competidor, el indi­vidualista, vencía y convertía a sus adversarios por «exigencias de la historia». Pero esa «fe» triunfante, la fe en el capitalismo liberal, se imponía y se acep­taba por conveniencia; lo que ‘convencía’ era su necesidad fatal, es decir, se aceptaba la victoria del liberalismo porque no había otro remedio: su crudo economicismo individualista era incapaz de ganarse los corazones de la mayoría de los «fieles».

Durante la última década del siglo XX «volvieron los naciona­lis­mos». Sepultados en la II Guerra Mun­dial por las maquinarias de­moledoras de las potencias redentoras mundialistas (EEUU y Unión Soviética) resurgieron tras medio siglo de estigmatización. Esos nacionalismos movían pueblos ente­ros, convencían y ganaban los corazones. Pero allí donde se han liberado no han hecho otra cosa que movilizar entusiasmos para des­cuartizar sus propias naciones, y dejar los restos para que se los lleve el diablo: ese odiado cosmopolitismo sepulturero de las especificidades nacionales. Los países por donde van pasando los nacionalismos quebrantadores y reductores caen después bajo el rodillo de ese mundo «mundo cobarde y avaro, sin justicia, ni belleza ni Dios…» porque (paradojas aparentes de la historia) los «estaditos» ya no pueden ser soberanos, dejan de ser «libres» y sus «hechos diferen­ciales» no suponen más que raquíticas barreras arrastradas fácilmente por el «tsunami» mundiali­zador. El nacionalismo, por tanto, vino a servir (y continúa haciéndolo) al proceso al cual pretendidamente se opone: el mundialismo.

Porque, además, hemos podido ver que la xenofobia «laica», alimento popular del nacionalismo común, ha sido in­capaz de soportar mucha presión durante un tiempo. Los ejemplos de Hitler, de Estalin (cuando jugó esta carta) y de Saddam Hussein, han sido reveladores en este sentido. El supre­macismo zoológico germánico y el odio a los judíos y a los eslavos no fue nunca la pa­lanca principal que movilizara y sostuviera a los alemanes, pues el racismo estuvo acompañado de un ideal socialista y de una exaltación de valores como el heroísmo, la hermandad del combate y la lealtad al «mandato de lo alto» que en el fondo contradecía ese racismo; en noviembre de 1941 Estalin arrinconó el discurso rojo y el de las minorías nacionales oprimidas, y llamó a la defensa de la Santa Rusia, agitando y recordando las figuras de Alejandro Nevsqui y del Mariscal Cutuzof, héroes de la Rusia Imperial y Ortodoxa; Cuando los EEUU emprendieron la II Guerra del Golfo, Saddam Hussein, jefe del nacionalista y progresista Baaz, partido que consideraba la religión como causa principal de la decadencia árabe y había sostenido la agotadora I Guerra del Golfo contra la revolución islámica de Irán, mandó colocar, junto a las tres estrellas verdes de la bandera, la consigna nada laica de «Dios es lo Más Grande». Hitler, Estalin y Saddam fueron conscientes que ante los grandes desafíos, los entusiasmos basados en visiones mate­rialistas desfallecen.

Y de este hecho son muy conscientes los apologistas del individualismo liberal. Los propagandistas liberales nos suelen pintar un liberalismo in­domable y combativo frente a los desafíos del comunismo y los nacio­nalismos tota­litarios. En España pudimos comprobar a qué trin­che­ra acudieron los lucha­dores liberales durante la Guerra Civil: al extran­jero. En los frentes de batalla pusieron toda la carne en el asador (la suya y la del enemigo) los naciona­listas, los comunistas, los anarquistas, los sindicalistas, los radicales jaco­binos, los socialistas, los militares, los católicos, los carlistas, los falangistas, los monárquicos… ¿Alguien puede descubrirnos alguna figura o grupo liberal que se implicara de verdad en aquella contienda? No dudamos que los liberales preferían la victoria del bando rebelde; que no se implicaron en los sacrificios de la guerra, tampoco dudamos: no lo hicieron. Así demostraron ser coheren­tes y consecuentes con su ley de sacar el máximo beneficio minimi­zando los esfuerzos y costos. Pero, sobre todo, demostraron ser conscientes de una realidad: nadie está dispuesto a sacrificarse por unos ideales tan abstractos, flácidos y egoístas como los liberales ¿Como va a sacrificar una persona su egoísmo para implantar el imperio del egoísmo? No tiene sentido. En España la gente moría por la Patria (española, eusquérica o pro­soviética) por la Revo­lución (anarcosindicalista, socialista o nacional­sindicalista) por Dios o contra Dios, por orgullo legionario, por odio a los ricos, por vengar a los amigos, por escapar de los enemigos e incluso, algunos, por el Rey (de una rama u otra), pero nadie, absolutamente nadie, murió por los ideales del liberalismo.

Por eso el liberalismo necesita desesperadamente compañeros de viaje que breguen por abrirle el camino, le cubran los flancos y le protejan las espaldas. El liberalismo no baja a la arena de combate: hace intervenir a otras fuerzas e ideas para que acaben luchando por él. Durante todo el siglo XIX el liberalismo se desarrolló acompañado del nacionalismo: porque éste era quien movili­zaba los pue­blos. El nacionalismo, al ‘hacer­se mayor’, se revolvió anti­liberal y, para colmo, en la extensa Rusia se imponía un sistema internacional enemigo del liberalismo que de­clara­ba no sólo disputar el dominio del mundo a las potencias liberales, sino liquidarlas. Con la crisis de 1929 el liberalismo fue con­testado hasta en los países anglosajones ¿Cómo escapar entonces de esa ola de general hostilidad antiliberal? Respuesta: precipitando la confronta­ción de los nacionalismos entre sí y de éstos con los revolucio­narios colectivistas. Y eso fue lo que hicieron y consiguieron los gerentes del ‘Mundo Libre’. Re­cordemos cuales y como se movieron los agentes de la historia.

Lo que movilizó a los polacos contra Hitler fue el patriotismo (o el nacionalismo) polaco, no la defensa de las libertades civiles, mercantiles o políticas. Lo que movilizó a los británicos fue tres cuartos de lo mismo. Las tres cuartas partes (literalmente) del esfuerzo de la Europa del Eje se consumieron en el frente del Este contra los soviéticos, o luchando contra las guerrillas nacionalistas y comunistas de los Balcanes. ¿Surgieron acaso re­sistencias liberales en Europa? No, ni la más ligera: surgieron re­sis­tencias nacionalistas o socialistas (y alguna anarquista), pero nunca liberales, ni remota­mente. Y en Extremo Oriente, los japoneses con­sumieron igualmente tres cuartas partes de sus esfuerzos luchando contra China: contra los rojos de Mao o contra los azules de Chiang ¿Chinos liberales? ni aparecieron ni los esperó nadie. Cierto que las potencias angloamericanas eran liberales. Pero el soldado británico, el nor­teame­ricano, el canadiense, el sudafricano, el rodesiano, el austra­liano y el neozelandés ¿Sentía movilizarse por el sistema liberal? ¿Acaso no le movía un sentido muy fuerte de orgullo racial, deber nacional o fidelidad a unos lazos históricos similar al soldado alemán o japonés?

El ideario liberal es incapaz de mover intensamente a nadie. Necesita de elementos como el romanticismo o el espíritu corporativo para exigir sacrificios. Una institución como la Guardia Civil es, por ejemplo, también ilustra­tiva: fundada bajo los liberales, ha servido a una España liberal, pero lo que le ha movido siempre es su sentido de servicio y su espíritu de cuerpo militar, no los valores «civi­les» que no puede asumir porque dejaría de existir. Esa es la historia del individualismo pragmático, del liberalismo: para sobrevivir y afrontar momentos de confrontación o de simple tensión, necesita parasitar y apoyarse en elementos ajenos a su espíritu.

Después de dos siglos de corrientes positivistas, abiertamente laicistas, que han sacudido y removido comple­tamente los cimientos de la inmensa mayoría de los países del mundo, y aunque las fuerzas con un poder más llamativo y ruidoso en el siglo XX han sido las tempestuosa­mente hostiles al liberalismo como el radicalismo, el nacio­nalismo o el comunismo, el que ha salido finalmente victo­rioso y reforzado ha sido el capitalismo liberal. La pregunta es ¿El liberalismo ha salido reforzado por haber vencido en una lucha gigantesca a sus rivales? ¿O ha salido refor­zado porque sus contrin­cantes, finalmente, han estado realizando el trabajo esperado por el liberalismo, en un «Gran Juego» donde éste los necesitaba para neutralizar las fuerzas enemigas?