INTERNACIONAL
Carlos Ramiro
Contradicción e hipocresía radical del pacifismo.
La sentencia de «la vida es lucha» ha sido, oficialmente, denostada en los tiempos contemporáneos por belicosa, desagradable o fascista. Pero aunque los “amantes de la paz” hayan criminalizado el concepto ante la galería, agitando dulces sueños de un mundo en paz, todas las “ciencias humanas” (historia, economía, derecho, sociología, psicología...), y la misma vida cotidiana de las “sociedades pacíficas”, confirmaban tal aseveración. Y no sólo la confirmaban, sino que muchas tesis, tanto “sociales” como “naturales”, han llegado incluso más lejos representando la existencia entera sólo como una lucha de todos contra todos dirigida al éxito particular.
Para quien conserve, aún, la capacidad de sorpresa, sorprende el hecho mismo de que se pueda imponer, y sostener, una versión oficial que, de inmediato, y en todos los campos públicos y privados de esa misma sociedad, se desmiente siempre. Es un signo diáfano de la “doblez mental” de las sociedades de Occidente (George Orwell lo llamaba “el doblepensar”). Es muy revelador este hecho: la sociedad que interiormente ha asumido que no existe más ley que el conflicto, la “competitividad” y el choque de intereses entre individuos o macro-individualidades ha admitido, al propio tiempo, el discurso oficial pacifista de sus “representantes” públicos, partidos, periódicos, iglesias... Difícil hallar contradicción mayor.
Por supuesto que los políticos (pacifistas “institucionales”) así como muchos pacifistas “de pie”, han revalidado también la vigencia de la consigna que condenaban. A la hora tanto de arremeter contra los grupos por quienes sentían repulsión, como de perseguir a los que se atrevieran a contradecir en tribunas públicas sus discursos narcotizantes, muchos “defensores de la paz” han demostrado ser unos sujetos tan agresivos cuando han tenido poder y ocasión para aplastar al adversario, como esa clase de policías que se desahogan aporreando a sus detenidos una vez que ya están indefensos. Si odian con sinceridad el hecho que la vida sea lucha es porque odian la violencia como dialéctica y desean la violencia como monólogo. Pero como nadie medianamente sensato está dispuesto a dejarse golpear, hay que entrar en la “dialéctica”. Por tanto, todos han aceptado esa circunstancia elemental de la vida, empezando por aquellos que odiando esta frase empeñaron su vida en perseguir a los incrédulos de soluciones mágicas que pudieran erradicar para siempre los conflictos.
Lo más importante, sin embargo, es que, en todos los campos teóricos y prácticos de las sociedades de Occidente, el conflicto ha sido reconocido como parte consustancial de la vida, y cuando no ha sido así, es para ir más lejos, representándolo como motor único de la economía, de la historia, de las vida natural, del juego político, del ingenio humano...
Pero que el conflicto sea algo constitutivo de la vida no significa que debamos resignarnos a soportar las guerras (y la consiguiente “agitación”) que los estados, o mejor dicho, los grupos que dominan esos estados, monten a costa nuestra y a costa de los demás…
…con más razón si esos mismos grupos de poder, desde que existen como tales, se han presentado buenos y pacíficos por naturaleza, y no han dejado de condenar a sus enemigos como intrínsecamente violentos y malvados, justo por el hecho mismo de «generar conflictos», ni han dejado, nunca, de responsabilizar a esos enemigos de todos los efectos negativos de las guerras, incluso de los causados directamente por los ”buenos”.
…y mucha más razón si las guerras se emprenden para provecho y beneficio particular de unos grupos de poder, grupos que nunca han parado “de darnos la murga” que las guerras que han montado han sido y son por «nuestro interés», por la «humanidad», por la «civilización», por la «paz» o por la «libertad».
Las razones de los que secundan la guerra global
En la actual «Guerra global contra el terrorismo internacional», ocurre de nuevo que los que promueven la guerra (una guerra que consiste en operaciones manifiestamente desproporcionadas) son grupos que afirman públicamente «trabajar todos los días por la paz», «odiar las guerras» y «no querer más la guerra», pero que, si se meten en esas guerras (y nos meten a todos nosotros en ellas), las fomentan o las secundan, es «porque el enemigo, el bando del mal, las fuerzas de la barbarie, les obligan».
Los repetidores españoles de la propaganda americana (que coinciden con las terminales de la propaganda sionista) están empleándose a fondo en repetir (valga la redundancia) consignas que sustenten las ”penosas obligaciones” de los occidentales liderados por EEUU. Para ellos EEUU e Israel se ven “empujados” a cometer actos «lamentables» por culpa de sus enemigos «locos y peligrosos, educados en el odio y la violencia».
Es esencial que atendamos estas razones. Porque la guerra no es sólo «plomo» y «plata», ni «sangre, sudor y lágrimas», sino también propaganda, «representación de la contienda», y ante la propaganda de la guerra global no cabe la neutralidad ni el pacifismo: ante ella se debe tomar partido y ser beligerantes. A continuación resumimos las razones que ”obligan” a los «Centinelas de Occidente» a desatar y sostener su guerra.
1ª razón: Occidente, con EEUU al frente, está en guerra para defender su estilo de vida:
Que es como decir que la guerra global que están liderando los EEUU no es ofensiva sino para defenderse. Se difunde que el «Eje del mal» es el que ha tratado o querido trastocar el modo de vida occidental, destruir las instituciones liberal-democráticas y dar al traste con el «Mundo de libertades» que, se recuerda, costó mucho levantar.
La consigna que Occidente está defendiendo su modo de vida suele ser difundida sin que nadie, apenas, se detenga en ella, ni para defenderla ni para rebatirla. Simplemente es admitida o rechazada sin más ¿Por qué ocurre esto? Nosotros estimamos que eso ocurre porque semejante justificación esconde una gran verdad: una realidad que no quieren reconocer tantos “antinorteamericanos” al uso para seguir mostrándose pacifistas y antiyanquis “de salón”, pero también una realidad en la que no insisten demasiado los apologistas de la guerra global.
Pues ¿En que se basa el modo de vida occidental? ¿Se acuerdan de la publicidad de Bush “senior” para concitar el apoyo de su población a la guerra de 1991 contra Iraq? En aquella ocasión también se insistió en la «defensa del modo de vida americano». ¿Acaso Saddam Hussein pretendía invadir Virginia, Michigan o California? ¿Acaso ideaba prohibir los partidos demócrata y republicano e imponer el Baaz en América? ¿Acaso había planeado la nacionalización de las compañías privadas en EEUU? ¿O acaso quería poner a periódicos y cadenas de televisión usacas bajo el control de su Ministerio de Información?
Por supuesto que no. Ni siquiera la población media americana llega a ser tan crédula para tragarse cuentos así (aunque todo llega si se mantiene la línea actual). En aquella publicidad Bush padre se explicó muy claro: el modo de vida americano se basa en el control de los recursos energéticos del resto del mundo, y no puede permitir gobiernos independientes que manejen una parte considerable de esos recursos. Aunque se quedase corta, esa explicación apuntaba la verdad: el modo de vida americano se sustenta en el control, depredación y reducción de los recursos (no sólo energéticos, sino de cualquier tipo, empezando por los humanos) de las demás naciones del planeta. Y es que también los piratas del Caribe asaltaban, asesinaban y saqueaban barcos y puertos para defender su estilo de vida. Ese estilo se basaba en esa actividad de asaltantes, asesinos y saqueadores, y si dejaban de hacerlo, adiós ”vida pirata”. No es casual que en los filmes usacos los piratas se reflejen con simpatía.
Por tanto, la primera razón de guerra global de Occidente encierra una gran verdad... pero una verdad mayor que no se reconoce con todas sus consecuencias: Occidente sólo puede defenderse agrediendo naciones, expoliando sus recursos e impidiendo el dominio de sí mismas.
2ª razón: Occidente, con EEUU a la cabeza, está respondiendo a una agresión previa:
Que es como decir que no han sido los EEUU ni sus aliados los que empezaron atacando, sino que fueron los «enemigos de Occidente», los «terroristas islamistas» o, directamente (como sostiene la derecha española) el «Mundo islámico» ¿Pero acaso les atacó, por ejemplo, el Iraq baazista? No. Pero aquí se echa mano del gran recurso «globalizador» de los americanos y sus secuaces españoles: la agitación del fantasma del «Eje del Mal», el cajón de sastre donde entran y salen «enemigos de Occidente», es decir, los enemigos reales o imaginarios, coyunturales y estructurales, de EEUU ¿Pero acaso se han asociado los estados incluidos en el «Eje del Mal» para atacar los EEUU? Tampoco.
Pero cuando se les echa en cara esta falsedad, entonces los repetidores de los canales de propaganda americana nos repiten (valga la redundancia de nuevo) que «Occidente, con EEUU a la cabeza, está anticipándose a las agresiones del enemigo». Aparece la famosa doctrina de la «guerra preventiva» o «de anticipación», donde los ”amantes de la paz” pueden y deben emprender las guerras que odian para anticiparse a los malvados violentos, acusados éstos no por hechos sino por intenciones futuribles que los auto-presentados como “personas que aman la paz” afirman conocer. Gente que ha presumido de la filosofía de «poner la otra mejilla cuando te golpean», defienden ahora la consigna de «aplastar cuando supongas que te puedan golpear la mejilla».
Desde un primer punto de vista, cualquier ataque siempre puede verse como la mejor forma de defenderse. Pero la gran cuestión que se plantea es que si esta premisa vale para los unos, los EEUU y sus aliados ¿Porqué no vale eso mismo para todos los demás?
Si es cierto que «la mejor defensa es un buen ataque», si lo es, entonces debe valer absolutamente para todo el mundo. Un principio como éste no puede valer sólo para una de las partes. Por tanto, los que sostienen esta doctrina no tienen base moral para criticar a los enemigos de Occidente (y más concretamente los enemigos de EEUU) que han tomado la iniciativa de atacarlos antes de esperar ser atacados por ellos.
En otra ocasión analizaremos la «memoria oficial» que exponen canales mediáticos, portavoces políticos y centros docentes para ”recordar” que EEUU han luchado en el pasado no sólo para defenderse de sus agresores, sino también por la «libertad» de otros países. Esa «memoria» favorable a EEUU ha calado muy hondo en la mayoría, más de lo que suele creerse, incluso entre los que detestan la política exterior norteamericana y se expresan con pasión contra Bush y compañía. Entre muchos antiBush existe ese sentimiento generalizado que les debemos algo a los EEUU, y eso es debido a que se ha repetido ante la gente, una y otra vez, lo mismo: que durante un siglo los usacos han «soportado los costos de defensa de las democracias». La derecha española en peso no ha dejado de enseñar la “generosidad” norteamericana y lamentarse del desapego de muchos españoles hacia los paladines del «mundo libre». Pero no es momento de repasar el siglo XX. Con un repaso del presente nos sobra.
Porque los apologistas occidentales del «derecho de autodefensa», de la «seguridad» y de los «ataques preventivos», reivindican esos derechos de “respuesta” o “anticipación” única y exclusivamente para ciertas potencias de Occidente. Estos occidentales, que tanto han enseñado que todos los seres humanos “nacemos iguales”, han acabado por concebir para unos determinados estados (Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel) todos los derechos y libertades de acción posibles. Tales estados pueden y deben tener derechos ilimitados de “autodefensa” y plena libertad para buscar su “seguridad” a costa de lo que sea, mientras los demás no sólo carecen de los mismos derechos sino que les corresponde quedar a expensas de los “elegidos”. Tras presumir haber impulsado una evolución histórica para ”homologarnos”, nos imponen una enorme desproporción de los derechos soberanos, lo que conlleva, lógicamente, la equivalente desproporción monstruosa de las acciones, de las respuestas y de las represalias. Otorgando derechos unilaterales para unos pocos, se establece un desequilibrio abismal, y consecuentemente se exige la sumisión absoluta de los demás. De esta forma se anuncia la consigna perversa que toda la destrucción, dolor y muerte sufridas por los pueblos condenados a someterse, será por culpa de su insumisión y de sus “provocaciones” hacia los que pueden “autodefenderse” sin limitaciones.
Tremendamente oportuno es citar la sarcástica sentencia de «todos son iguales pero unos son más iguales que otros». El ejemplo mostrado por los sionistas es revelador. Tiene más peso el apresamiento de unos soldados, que la muerte intencionada de civiles no judíos. Idéntica visión era la que sostenía la izquierda “aberchale”: era más grave el mantenimiento de activistas de ETA en prisión, que el asesinato de españoles indefensos. De la misma forma, las convenciones internacionales obligan al común de las naciones, pero no a los estados “elegidos”, que pueden y deben saltarse las normas que obligan a los demás. Acciones y procedimientos que no se toleran a nadie, son permitidas a los EEUU, Gran Bretaña e Israel. No hay límites para los derechos de los elegidos.
En esta «cultura» que bendice a «los ganadores» simplemente por haber ganado, los más fuertes tienen el derecho “natural” a que los débiles sigan siendo débiles para que queden siempre a expensas de la voluntad de los más fuertes. Por esta razón, la peor ofensa, el mayor peligro para los “elegidos” o “bendecidos” para emplear todo el poder que disponen, lo representa cualquier hecho que conduzca al desarrollo, fortalecimiento y recuperación del equilibrio para los pueblos condenados a la debilidad.
Por eso, también la segunda apología occidental encierra una realidad. Pues los “elegidos” son efectivamente agredidos en su naturaleza esencial de “estados elegidos” cuando encuentran oposición, con hechos o con ideas fecundas, a su capacidad unilateral de atacar al resto de los estados, cuando se pretende reducir su enorme capacidad de maniobra para decidir el destino de los demás, y se les niegue el derecho a determinar que pueblo puede vivir, quien ha de morir, como tienen que vivir y donde pueden hacerlo.
3ª razón: Occidente, con EEUU a la cabeza, está luchando contra el terrorismo:
Una vez más hay que recordar que el terrorismo es un método de lucha, no es el sujeto de ninguna lucha. Por eso, de entrada, es naturalmente imposible que un Estado se encuentre en guerra contra un método. Entonces ¿Cómo es posible que semejante explicación se acepte y que la situación que domina la actual política internacional sea precisamente un imposible: «la guerra contra el terrorismo»?
La respuesta es sencilla: al declararse la guerra a una forma impersonal se posibilita el mismo estado de guerra constante y se faculta esgrimir un «enemigo» general cambiante según la conveniencia del momento. Los enemigos pueden ser todos o ninguno o todo a la vez.
Pero además ¿Qué es terrorismo? Es suficiente leer la prensa, escuchar la radio o ver la televisión, para saber que Occidente acaba viendo como terrorismo absolutamente todo lo que se le opone, sin distinción de métodos y fines, y lo mismo es terrorismo una bomba en el mercado que atacar un convoy militar que invade el país o derribar un bombardero. Al condenar como terrorismo cualquier clase de lucha, se tiende a justificar cualquier tipo de respuesta y se promueven acciones como el asesinato, la tortura o el confinamiento indefinido de quienes luchan en contra, o de los que se sospecha están en contra o, incluso (si se lleva hasta sus lógicas consecuencias el «derecho de agresión preventiva») de los que puedan «ponerse un día en contra» (los impulsores de un «frente de unidad» a la diestra del PP estudiaban como propuesta el exterminio mundial de los pueblos o sectores de población en cuyo seno aparezcan terroristas).
Pero no sólo se llama terroristas a todos los que luchan contra Occidente, de forma que sus apologistas puedan decir que ”todos los que no están con Occidente son aliados de los terroristas”. Junto a esto se produce el fenómeno inverso, en sintonía con el Código Penal de la Democracia (la española) que se cambió en su día para disculpar el terrorismo de estado (el GAL) y que dejar de tratar como terrorismo la ejecución en serie de crímenes para generar el terror pero cuyo objetivo fuese «la defensa de las instituciones democráticas y del régimen de libertades». Por tanto, el fenómeno inverso consiste en no considerar como terrorismo el terrorismo de estado que defienda los intereses occidentales. Sus crímenes, cualquier campaña de terror e incluso la eliminación sistemática de un sector de la población (político, étnico, social o religioso) o incluso de un pueblo entero, deben ser silenciados. Los apologistas occidentales, más rellenos de hipocresía que de cinismo, acostumbran a utilizar su afamada «libertad de expresión» para ocultar los crímenes de los poderes a los cuales sirven. Y cuando no es así, los crímenes se imputan cínicamente a las víctimas, como han hecho, por ejemplo, en Argelia desde 1992.
Por ello, también es cierto que Occidente combate el terrorismo: porque en la “neolengua occidental” cualquier resistencia a EEUU y sus aliados es terrorismo, y todas las acciones de Occidente nunca lo son.
4ª razón: EEUU y sus aliados hacen la guerra contra dictaduras para apoyar transiciones hacia la democracia:
Aunque esta razón es la que menos se utiliza y la que más escepticismo genera tampoco hay que despreciar el auxilio que presta en la “plantilla” de «obligaciones morales» de EEUU y sus aliados sobre los países que atacan a los que siempre se señalan como dictaduras ominosas.
Y si esta consigna, aunque no se crea en ella, funciona, es porque se ve cobijada por un mito tan repetido por los portavoces de Occidente que la gente acaba dándolo por bueno: es el mito que las democracias nunca entran en guerra entre sí. Cuando una democracia está en guerra es porque, dicen, «combate contra una dictadura» y se da por sentado que las dictaduras siempre tienen la última culpa. Las democracias son intrínsecamente pacíficas y las dictaduras intrínsecamente violentas.
Es otro curioso ejemplo del «doblepensar». Aunque la mayoría recuerde muchos casos concretos, como la última Guerra de Iraq, donde los líderes democráticos votados por sus ciudadanos (Bush, Blair, Aznar…) eran los promotores de la guerra, el apriorismo que las dictaduras son las culpables de belicismo se mantiene intacto. Es otra creencia que aunque se acumulen más datos que la contradigan y demuestren que para provocar guerras no importa el carácter dictatorial o democrático del país, la gente seguirá creyendo en ella.
Y aunque también bastante gente sea consciente que los motivos reales que impulsan a los dirigentes de las democracias en guerra nada tienen que ver con propósitos benéficos anunciados (como promover la democracia entre las naciones “tercermundistas”) y muchos recuerdan numerosos casos de estados con dictaduras expresamente respaldadas por Occidente (sin ir lejos, aquí al lado mismo: Marruecos, Argelia y Túnez) la gente sigue dando cierta «superioridad natural» a EEUU y a sus aliados en cada ocasión que inician una guerra aunque se les critique. Aunque se reconozca que éstos se muevan por mezquinos intereses, no dejan de verlos como ”países superiores” sobre los países “atrasados”, “subdesarrollados” o ‘fallidos” del “tercer mundo”.
El cazador será muy malo, pero siempre será superior y más cercano a nosotros que el animal salvaje que caza. Así es como piensan, en el fondo, los “evolucionados” y “civilizados” occidentales.
Por lo tanto, aunque se nieguen todas y cada una de las excusas que dan e incluso se descalifiquen duramente a los promotores de las guerras infames, en general las críticas o se detienen en cuestiones personales (quienes son los “líderes” y los “encargados” concretos de hacer la guerra), o se centran en temas inmediatos (en las secuelas o en “lo que hacen” y “lo que dicen” en el momento) o se reducen a facetas meramente técnicas (consideraciones pragmáticas de la “oportunidad” o “efectividad” de los métodos o estrategias) o no van más allá de la revelación de los negocios e intereses particulares de los protagonistas (mediáticos, energéticos, comerciales, armamentísticos...). Mientras las críticas dejen a salvo lo fundamental, la constitución y objetivos globales de EEUU y sus aliados (lo que son realmente) esas críticas y protestas serán insuficientes y seguirán cayendo en particularismos, tibiezas e inconsecuencias.
Seis conclusiones claras
1) No se puede caer de nuevo en críticas sectoriales ni superficiales, ni seguir con la tibieza y las inconsecuencias en la denuncia de estas nuevas guerras de Occidente.
2) No se puede seguir apelando al pacifismo cuando lo que hace falta es beligerancia contra la piratería, las destrucciones y los saqueos de EEUU y sus cómplices.
3) No podemos ser neutrales cuando debemos tomar partido contra las agresiones y mentiras permanentes de unos estados y unos grupos de poder que, para mayor escarnio, alegan actuar en nuestro nombre o por nuestros intereses.
4) No se puede permitir que se grite «no a la guerra» para que luego los “jugadores titulares del equipo de la paz” acepten hechos consumados, el predominio de los agresores y el negocio de los criminales.
5) No se puede tolerar tanta protesta y compasión por las víctimas de los crímenes de estado para luego buscar alianzas y juntarse con los criminales.
6) El problema no consiste en la zarpa del tigre, sino en el tigre mismo. El fracaso y la esterilidad de tanto antinorteamericanismo, tanto antibelicismo y tanto movimiento de protesta radica en todo lo dicho, en no querer llegar hasta el fondo: hasta las «razones de ser y de estar» de los grupos de poder que comandan los EEUU y sus aliados.
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